domingo, 28 de febrero de 2010

España, el Dios por ti soñado 3era versión

España aún te sueña, Dios muerto
Te alberga su sueño de Cielo azul profundo
España aún te sueña, Dios vivo
Eres su sueño y su pesadilla
Tu rostro está herido y arrugado
Tu rostro es una máscara vana
que alguna vez, en alguna teofanía,
te has de sacar
Tu boca está llena de gusanos
Tus manos están manchadas de sangre
Y en tu barba hay restos de dioses
que te encanta devorar
Tus ojos son dos astros muertos
Estás ciego Dios de España
Dios de las florestas y de los páramos,
de los sotos y de los viejos templos
Estás enajenado y furioso
Los rezos desatan tu violencia
Las contriciones riegan tu maldad
Las campanas tañen y tú te acuerdas de ti
Y quisieras existir y ser más que un sueño
Ser tú de veras y no sólo una pesadilla
Eres creación del hombre
y recuerdo suyo
Para España soñar es recordar
Y te sueña y te recuerda, Dios muerto
Para ella siempre serás el eterno Dios vivo
Hasta que, sobria un día, sin esa milenaria ebriedad
divina, se dé cuenta que no eres más que el objeto
de su Nostalgia

España, el Dios por ti soñado 2da versión

España aún sueña con Dios
Sueña que existe, que se oculta
en el infinito; sueña que se revela
en los éxtasis y en las oraciones
Sueña que la vida es sueño
y que en ella existe Dios
Y no quiere despertar
Segismundo sueña que Dios es sueño
Pero al despertar cree que su sueño es mentira
Al pie de unos cerdos, un español jura y abjura
y es aplastado por la piara
Qué vieja y desastrosa estás España
por tanto Dios con el que te has pegado
Qué lóbrega te has quedado después
de esperar en vano a tu Amado
Estás loca, como tus orates de pueblo,
tan desamparada, abandonada a tu propia ilusión
Ves a Dios, muerto, y crees que es un sueño
Pero sueñas que tu creador mata y castiga
Y, aterrorizada, te ofreces a él en sacrificio
Inmolas a tus hijos
Y sueñas que tu sueño es vida
Y así vas viviendo

sábado, 27 de febrero de 2010

España, el Dios por ti soñado

Benditos Asesinos de Dios,
coman y beban en los Elíseos Campos,
entre árboles y pájaros que cantan;
Benditos Asesinos de Dios,
beban el vino más añejo
cantando llenos de Beatitud;
Benditos Asesinos de Dios,
que tanto hicieron por despertarnos
de un sueño,
por deshacernos una ilusión, sepan que España
aún sueña con Dios;
sueña que existe,
que mata y que da vida,
que se pasea, polvoriento,
por los viejos templos
Sueña España que es castigada por Dios,
por el Creador que aún bendice y maldice;
sueña Segismundo que la vida es sueño
y que en ese sueño existe Dios
Es un Dios viejo,como España
Y los españoles- no todos, pero muchos de ellos-
le temen con garrotes en la mano
Y violan a los ángeles
Y lapidan a los que miran al Cielo como si estuviese
vacío
Y maldicen a los que por fin han comprendido
que el hombre está libre de Dios
Y graban maldiciones en la piedra
Y encienden velas con las que quisieran prender una hoguera
Despierta, España, de tu sueño;
líbrate, España, de tu Dios
Segismundo sueña largamente,
se saca los ojos y mira con las manos,
y ofrenda su ano al Cielo
Benditos Asesinos de Dios,
no se aflijan, que la Madre España
despertará

Los restos de Dios 2da versión

Nunca sabré quién soy
El Sol me mira como a un desconocido
Hablo conmigo
Me pregunto cosas
Y extraigo la verdad de donde nunca la hubo
La página escrita es una ofrenda
que se quema con una llama azul
Y chamusca mi corazón raído y mi cerebro
El poema resiste lo eterno
Y en él se juntan los fragmentos del que escribe
y no sabe quién es
Pero el acto del poema es sólo un instante
Y los fragmentos son para toda una vida
de llaga y ceniza
Veo asustado cómo se va acabando la flor
Y en la Noche de Luna comprendo mi condena a muerte
Esa condena que recibí al existir, de inmediato
Y entiendo también que quieran matarme
por vivir entre ruinas divinas que yo mismo acarreé
Nunca sabré quién soy
Vivo de mi ruina,
y voy cubierto, como si de excrementos se tratara,
de los restos de Dios

Los restos de Dios

De mi ruina, como de tu ruina,
en la que los perros se mean,
emerge flaca y fría una flor
Flor del desastre
Ojo roto y sin gozo
Escombros sangrientos, latentes
He hallado mi verdad, me he sentado a vivir
en medio de una viva escombrera
donde se pudren restos divinos
Y mi debilidad queda al descubierto
El Sol me alumbra como a un bicho raro
Los ahorcados por su propia mano, ya libres,
no aguardan ningún castigo
El Universo mudo se quitará la máscara
Se revelará lo que no existe
El hombre seguirá matando al hombre
Y sólo alguno sucumbirá bajo la piedra del Remordimiento
Toda la tierra está sembrada de ruinas,
ellas son lo que queda de nosotros,
y de aquel ser de carne dorada a quien decidimos
abolir; queremos escapar de la verdad, por miedo
a su revelación insoportable, por terror a los castigos;
odiamos los escombros inmortales y, desnudos y llagados,
soñamos con hacerlos polvo
Mi vida podría ser tan llana, tan simple, tan beata
Pero he elegido vivir de lo que ha muerto,
de lo que bajo la Luna es triste y trágico,
de lo que me ha destruido con tanto sigilo
Bajo las estrellas, busco saber quién soy
Me pregunto quién lo sabrá y me digo que quien lo supo
ya está muerto
Entonces cómo sabré quién soy, de dónde vengo, adónde voy
Todo ello quedará sin respuesta
y me decapitará la dulce música de las estrellas
Ya no hay verdad, tal vez nunca la hubo
Sólo hay espejismos y sombras de los astros
El Mundo es mentira
Las campanas tañen en un horizonte vacío
La Realidad es mentira
Un ángel toca una trompeta de la cual sale una luz dorada
Mi alma está amoratada por los golpes que ella misma se da
Mi cerebro está ceñido por una corona de espinas
Y mi cuerpo busca la vida
Por mi ruina, como por tu ruina,
pasa el viento, y se lleva un poco de polvo
Porque alguna vez exististe
Y ahora voy, lleno de vino, cubierto,
como si de excrementos se tratara, de tus restos

sábado, 20 de febrero de 2010

Berenice

Tenía catorce años, estaba en segundo de secundaria y odiaba el colegio al que mis padres me habían cambiado. Extrañaba a mis antiguos compañeros, no terminaba de adaptarme e ir a clases era un suplicio. Sin embargo, verla a ella me alegraba el ánimo. Verla durante las clases, fijarme en cada uno de sus gestos y ademanes. Desde que entré al aula por primera vez la vi y me llené de amor. Se llamaba Berenice. Su cabello era rubio, sus ojos eran verdes, su nariz era pequeña y fina, sus labios eran gruesos, y tenía la piel muy blanca. Su cuerpo era el de una adolescente en flor. Yo iba al colegio sólo para verla. No me atrevía a hablarle, ya que mi timidez era excesiva, pero me bastaba con mirarla durante todo el tiempo que pasaba en clases.
Mi colegio estaba en Monterrico, frente al Hipódromo, y yo vivía en Maranga, así que tenía que levantarme muy temprano para esperar a la movilidad. Lo único que me daba fuerzas para levantarme tan temprano era la esperanza de ver a Berenice. Poco a poco fui ganando amistades. Mis primeros amigos fueron el chino Chinén, el negro Castillo y Foquito el gringo Stewart. Con ellos conversaba mucho, pero nunca les manifesté mi amor por Berenice. Porque la amaba, en realidad la amaba. Ella andaba con sus amigas, y relumbraba entre ellas. Era una buena alumna. Yo era un mal alumno. No prestaba atención en las clases, conversaba con mis amigos mientras el profesor daba la lección, sacaba malas notas. Había algunas chicas que despertaban mi libido. Una de ellas era Mariana, "La Lechuza." En mi casa me masturbaba pensando en ella. La deseaba. Me la imaginaba desnuda, o haciendo el amor conmigo. Con Berenice era diferente. Hubiera sido incapaz de masturbarme pensando en ella. Su imagen era sacra. La amaba platónicamente, y la adoraba como si fuera una diosa. Apenas me atrevía a imaginarla besándome. Bajé mucho de peso desde que me enamoré de ella. Anhelaba conocerla, hablarle, confesarle mi amor, pero no me atrevía a acercarme a ella. Eso me consumía.
El tiempo fue pasando. Yo seguía odiando el colegio y amando a Berenice. Llegó la Primavera y el profesor de Geografía nos asignó un trabajo grupal. Los grupos tenían que armarlos los mismos alumnos. El trabajo consistía en dar una exposición sobre un país determinado. Teníamos dos semanas para hacerlo. Foquito el gringo Stewart era amigo de Mariana "La Lechuza."Entre los dos formaron el grupo. Éste estuvo conformado por ellos, por el chino Chinén, por el negro Castillo, por Berenice y por mí. Di gracias al Cielo por estar en el mismo grupo con Berenice. La primera reunión de grupo se realizó en la casa de Mariana "La Lechuza." Vivía en La Molina, en una casa bastante amplia. Sus padres tenían mucha plata. En aquella reunión decidimos que el país sobre el que íbamos a exponer sería Japón. En aquel tiempo, teníamos un presidente de ascendencia japonesa, así que hablar sobre Japón resultaría atinado. Durante la reunión, yo estuve sentado todo el rato al lado de Berenice. Me embriagué con su perfume, y la amé más que nunca. Pero no me atreví a hablarle. Al cabo de unos pocos días, se realizó una segunda reunión. Fue en casa de Berenice. Vivía en Chacarilla. Su casa era muy grande y vivía con sus padres y con un hermano que era menor que ella. En aquella reunión se asignaron los temas que íbamos a tratar a cada uno de los integrantes del grupo. Berenice y yo hablaríamos sobre Kyoto, la antigua capital del Japón. Quedamos en reunirnos los dos solos al día siguiente. Así, pues, al día siguiente volví a su casa. Sentados ante el escritorio de la biblioteca de la casa, hablamos por primera vez. Hablamos de Kyoto. Cada uno había recogido información de diferentes enciclopedias. Berenice me dijo que le gustaría mucho ir a Kyoto, que lo que había leído sobre la antigua capital del Japón la había fascinado. Yo le dije que a mí también me gustaría mucho ir a Kyoto para ver los templos budistas y shintoístas y los palacios y los jardines más hermosos y famosos del Japón. Había visto fotos que me habían dejado maravillado. Me parecía increíble estar conversando con Berenice. Ambos disfrutábamos de la conversación. La fascinación por Kyoto nos unía. Tuve ganas de decirle a Berenice que quizá algún día viajaríamos juntos, pero no le dije nada. Me quedé hasta tarde en su casa, hablando de Kyoto, de los templos, del colegio, de los compañeros, del Perú, del profesor de Geografía... Al despedirnos, nos dimos un beso en la mejilla. Yo me marché encantado. Al día siguiente, en el colegio, Berenice se acercó a mi carpeta y me dijo que había encontrado en un libro sobre el Japón una foto del Kinkaku-ji o pabellón de oro, de Kyoto. Yo le había hablado de ese pabellón. Ella me dijo que al día siguiente me llevaría el libro para que yo viese la foto. Se lo agradecí mucho.
Yo era un adolescente feliz. La mujer que amaba se estaba haciendo, poco a poco, mi amiga. Confiaba en que el destino nos uniría y en que nos amaríamos durante toda la vida. El día que Berenice iba a llevarme el libro con la foto del Kinkaku-ji llegué contento al colegio. En el salón, ocupé mi carpeta y hasta bromeé con mis amigos. Berenice aún no había llegado. Eché en falta su presencia, ya que ella siempre llegaba al colegio antes que yo. Cuando comenzó la primera clase del día, ella aún no había llegado. Yo miraba su carpeta vacía con algo de tristeza. Su ausencia me afligía. En medio de la clase, entró el tutor. Todos nos pusimos de pie. El tutor nos dijo que nos sentáramos. De pie frente a nosotros, carraspeó un poco y luego dijo Vengo a comunicarles una muy mala noticia. El día de ayer su compañera Berenice Chapman falleció. Un carro la atropelló mientras cruzaba la Panamericana para tomar el micro que la llevaba a su casa. Ahora la están velando en su casa, mañana la van a enterrar en Los Jardines de La Paz de La Molina. Les sugiero a todos que vayan al velatorio y al entierro. Sus padres necesitan saber que sus compañeros la querían. Ahora sean fuertes y sigan con sus clases.
Todos quedamos pasmados. Las chicas comenzaron a llorar. Yo no sabía qué hacer. El profesor suspendió la clase y dijo que lo sentía mucho.
Fui al velorio. Le di el pésame a los padres de Berenice. Me acerqué al féretro y vi a mi amada. Estaba lívida y parecía dormida. Estaba hermosa. Tuve ganas de besarla. También tuve ganas de llorar. Me quedé contemplándola largo rato. Al día siguiente, asistí al entierro. El Cielo estaba gris. Mientras inhumaban a mi amada yo me imaginaba que ella y yo estábamos en Kyoto. Paseábamos entre templos y palacios, y nos deteníamos a mirar el Kinkaku-ji. Berenice llevaba kimono. Estaba preciosa. Esas imaginaciones felices amainaban un poco el sentimiento de desgracia que se albergaba en mi pecho. Porque era en el pecho donde sentía algo pesado y duro de llevar. Por ratos me desesperaba y no sabía qué hacer. Mis compañeras lloraban. Mis compañeros permanecían aparentemente tranquilos. Cuando el entierro terminó todos se fueron, menos yo. Me pareció que me quedaba a solas con mi amada muerta. Me acuclillé y acaricié la lápida. Luego, sin poder aguantar más, rompí en amarguísimo llanto.

El sonido del Tiempo

Suena el Tiempo
Suena como huesos que se gastan
Como un Sol que se pone
El augur mira las aves y me predice una tristeza perfecta
Una serpiente madura su veneno
como un hueco amargo
Hay tantas vaciedades
El Oráculo me dice que tendré sólo una vida
Y yo que confiaba en tener un rimero de vidas
Un collar de vidas para gastar hasta que advenga la Eternidad
Pasa el Tiempo
Cómo pasa sin dar tiempo a casi nada
Sin dar tiempo a saber cómo vivir, por ejemplo
Aún no sé cómo vivir
Mi único oficio es ser humano
Duro y cruel oficio
Hecho de sangre, de semen, de acíbar
Corren ratas por los pies de los Cíclopes
Una virgen mata moscas y espera aburrida
el advenimiento de un ángel
Delgados son los tilos en Invierno
Cuánto pecho humano va perdiendo su latido
Un sendero bordeado de faroles conduce a la Noche
Pasaron las juergas nocturnas, las risas ebrias, purísimas,
con los amigos
Ahora es el tiempo de la reclusión y la enfermedad
Pero cuánto extraño, oh dioses, aquellos ágapes frenéticos
Suena el Tiempo
Suena como ropa que se gasta
El Tiempo no me da tiempo para saber cómo vivir
Pero ya es tarde
Es hora de tomar las pastillas y de irse a dormir

viernes, 19 de febrero de 2010

El microcaos

Microcaos caminante sin rumbo por la calle
en lo profundo de la Noche
Tu cabeza es un vórtice
Tu corazón chilla
Tu alma desalada no sabe qué hacer
Los jardines no te apaciguan
No hallas Sosiego ni aun en la orilla del Mar
No sabes qué hacer contigo
La herida de tu origen ruge como un tigre
Quisieras volver al Caos
Y en él perderte
Ser te atormenta
Porque sabes qué eres
Anhelas escapar de tu pesadilla
De esa pesadilla que lentamente te deshace y te rehace
Miras la Luna y traspasas tu costado con un aullido de lobos
Oyes la cítara de las estrellas y te quedas ciego
Ciego como tu padre
Microcaos te cuesta mucho vivir contigo
Andar siempre a tu lado
Todos sueñan que son microcosmos
Excepto tú
Que permaneces despierto entre las cabezas del Caos
Tu caótico vivir es un caballo enloquecido
Pero así es tu vida
Y no hay más remedio que verte reflejado en las aguas del río
y decirte que eres alguien que no quieres ser
Microcaos caminante sin rumbo por la calle
en lo profundo de la Noche
Grita calladamente, y sigue andando

Nostalgia del dios

Estabas presente en los sacrificios
Te embriagabas con el negro perfume de la sangre (
te daba igual si era la sangre de un hombre o de un animal)
Bendecías los senos que las mujeres te mostraban
Acudías a los templos, donde los ritos te eran dedicados
El sacerdote y el flaco anacoreta vivían de tu existencia
Los hombres te esperaban con guirnaldas y abluciones
Y parecía que tú amabas incluso a las ratas
Eras el creador, la causa de todo
Morabas en la tierra y en el Cielo
Nunca estabas lejos
Los hombres eran felices de ser hombres
Hasta que moriste
(No se podría precisar cuándo murió el dios. Parece que después
de la llamada Edad dorada, aunque algunos dicen que existió en
secreto hasta el Renacimiento o hasta el Siglo de las Luces, y luego
lo mataron o se suicidó)
Ya no existes,
ya no recorres las florestas haciendo chillar a los monos
que te adoraban con piruetas
El Cielo está vacío de ti
Los guijarros entran en mis ojos y una espina se clava en mi lengua
Conozco la verdad triste, el silencio del espacio infinito,
el rabo desamparado del conejo
(El dios en el que creíamos ha dejado de existir.
Sin embargo, en el colegio, en la iglesia y hasta en la propia casa
nos engañan, nos dicen que sí existe,
que sí vive. ¿Cabe un engaño más cruel,
más impiadoso?)
Te has muerto entre los lirios,
te has suicidado en lo alto de una montaña,
o simplemente te has olvidado de ti
Las aras aún se encienden, aún se eleva el perfume
de la sangre, todavía hay cantos en los templos,
y aún los hombres te rezan
(El dios en el que creíamos está muerto. Su muerte
es la causa de nuestra desazón, de nuestra desesperanza,
de nuestra miseria.
El malestar de nuestra época
se debe a eso. A la inexistencia del dios)
¿Qué nos salva si ya no existes?
No estás en la dehesa, ni en el erial,
ni en la rosaleda, pero de ti mucho ha quedado
Cuando miro las estrellas y considero la infinitud
de todo, siento Nostalgia de ti
Nostalgia melancólica
Nostalgia absurda
Nostalgia inútil
(Nostalgia del dios)

miércoles, 17 de febrero de 2010

El ex compañero

Hace unos días me encontré con un ex compañero de clase. Fue un encuentro peculiar, doloroso e inolvidable. Fue el viernes en la tarde, en el bar del hotel Bolívar. Yo había estado escribiendo durante casi todo el día, así que decidí ir a tomarme un pisco sour y a relajarme un poco. Hacía bastante calor. Este verano me parece que es uno de los más fuertes que los limeños hemos vivido. Ocupé una mesa en la terraza y pedí un pisco sour. Mientras esperaba, miraba a la gente y a los carros que pasaban por la avenida La Colmena. Se oían los cascados rugidos de los motores y los graves graznidos de los claxones. De rato en rato pasaba un viento fresco. Un mozo me llevó mi pisco sour. Le di las gracias y levanté la copa. Tenía muchas ganas de tomar un pisco sour. Di un buen sorbo. El sabor amargo, ácido y dulzón me alegró el ánimo. Sentí el calor de la bebida por todo el cuerpo. Me relajé y me repantigué. Olvidé con gusto mi trabajo. Dejé de pensar en argumentos, personajes y situaciones. Me sentí muy bien. Me acabé el pisco sour con relativa prontitud. Pedí otro. Estaba contento y sosegado. Cuando comenzaba a atardecer y cuando yo ya iba por el tercer pisco sour, alguien gritó mi nombre desde adentro. ¡Alberto! Miré hacia adentro y vi a un hombre que me hacía señas con la mano derecha. Como soy miope, no lo distinguí. ¡Alberto!, volvió a gritar. Luego comenzó a avanzar hacia donde yo estaba. Me puse de pie. El tipo llegó a mi mesa y, muy sonriente, me dijo Alberto, qué gusto de verte, y qué sorpresa encontrarte, hace años que no nos vemos. Yo no atiné a decir nada y seguí parado, mirando extrañado a aquel personaje. No sabía quién era. No me reconoces, ¿no?, me dijo. No, en realidad no..., fue lo único que pude decirle. Soy Toño Acosta, del colegio, estuvimos en el mismo salón, me dijo. ¿Toño Acosta?, interrogué. Ese hombre no podía ser Toño Acosta. Toño Acosta era el compañero más admirado de clase. Era el más guapo, el que sacaba mejores notas, el que mejor jugaba fútbol y fulbito, el que más le gustaba a las chicas, el que mejor se trompeaba. Sólo se trompeó una vez, cuando estábamos en tercero de secundaria. Su rival fue un negro de quinto, al que le decían "El Gorila." Toño lo venció fácilmente, y nunca más se volvió a trompear con nadie, pues todos le cogieron respeto. Era rubio, tenía los ojos verdes y su cuerpo era atlético. Estuvo con varias chicas de clase y de otros años. Parecía un actor de cine. El hombre que estaba frente a mí era de mi misma estatura, estaba casi completamente calvo y el poco pelo que tenía era cano. Además de eso, tenía arrugas en la frente, patas de gallo y grandes ojeras. Le faltaban varias muelas, estaba bastante panzón y vestía con desaliño. Ese hombre no podía ser Toño Acosta. En todo caso, lo único que no había cambiado en él eran los ojos verdes. Toño..., le dije, qué sorpresa. Dame un abrazo, carajo, me dijo él, y me abrazó con fuerza. Yo también lo abracé. Le olían los sobacos. Cuando nos separamos, Toño me dijo He leído tus novelas, y he visto las entrevistas que te han hecho en la televisión. Felicitaciones, pues, hermano, finalmente llegaste a ser el escritor que quisiste ser desde niño. Me acuerdo que en primaria ya escribías. Gracias, le dije, tú estudiaste Derecho, ¿no? Sí, pero no terminé, me largué de la universidad cuando estaba en sexto ciclo. ¿Y te casaste? ¿Tienes hijos?, le pregunté. Sí, me casé a los treinta, y tengo un hijo y una hija; mi hijo tiene ocho y mi hija tiene seis. ¿Tú te casaste? No, no, me quedé soltero. Todavía puedes casarte, apenas tenemos treintainueve. Toño rió. Pensé que no le convenía reírse, ya que se le notaba la carencia de las muelas. El próximo año cumplo cuarenta, carajo, me dijo, estoy asustado. Yo también cumplo cuarenta el año que viene, le dije. ¿Y no te da miedo? No, no, para nada. Te mantienes bien, no aparentas tu edad. Tú también te mantienes bien, mentí con descaro. ¿Has venido solo?, me preguntó. Sí, tenía ganas de tomar un pisco sour. Yo he venido con unos amigos, a hablar sobre un proyecto de trabajo. Cuando termine, vengo para acá, para tomarnos un pisco sour juntos. Ah ya, está bien, yo todavía me voy a quedar un buen rato. Ya pues, dentro de un rato regreso. De acuerdo.
Me senté y pedí otro pisco sour. Lo necesitaba. Ver a Toño Acosta me había chocado. Tenía treintainueve años y parecía un viejo acabado. ¿Qué le habría pasado? ¿Por qué se había descuidado tanto? No quería compararme, pero yo, a su lado, parecía un jovenzuelo. Además de no estar casado, corría y levantaba pesas todas las mañanas. Por eso se me veía en buen estado. Sin embargo, ni el estar casado ni la falta de ejercicio podían haber estragado tanto a Toño Acosta. Qué mierda le habría pasado, me preguntaba. Llegó mi cuarto pisco sour. Bebí con avidez.
En la Noche, cuando ya yo no sabía cuántos pisco sour llevaba bebidos, Toño Acosta se acercó a mi mesa. ¿Se puede?, me preguntó sonriente. Claro, claro, le dije, siéntate por favor, Toño. Él se sentó frente a mí. Llamó al mozo y le pidió dos pisco sours. Yo ya andaba medio borracho. ¿Ves a alguien de clase?, me preguntó Toño. No, hace años que no veo a nadie, le respondí. Yo a quien veo a veces es al chato Micky. Ah, ese chato, fumonazo, ¿no? Toño rió y asintió. Sí, ese chato no puede con su vicio. Nos llevaron los pisco sour. Toño levantó su copa y dijo Bueno, salud por el reencuentro. Salud, dije yo. Entrechocamos las copas y bebimos. ¿Y por qué no te has casado?, me preguntó Toño. No sé, quizá por mi excesiva tendencia al aislamiento. Pero tendrás tus chicas, ¿no? Eres un escritor conocido, debes de tener muchas admiradoras. Bueno, nunca faltan amigas para salir a tomar algo. Para salir a tomar algo y algo más, ¿no? Bueno, sí. Reímos. ¿A ti cómo te va con tu esposa?, le pregunté a Toño. Ahí va la cosa, tenemos nuestras diferencias, pero seguimos juntos. Nos queremos. ¿Y le eres fiel? Toño rió. Bueno, a veces vengo por acá, por Cailloma, y echo una canita al aire, o me voy a Las Cucardas. Reímos. ¿Y en qué estás trabajando?, le pregunté a Toño. Por ahora, sólo tengo algunos cachuelos. Poca cosa. La situación está jodida, carajo. Nos acabamos los pisco sour. Yo llamé al mozo y pedí dos más. Toño y yo, ya borrachos, nos pusimos a hablar de la época del colegio. Le recordé cómo era él antes, cómo todos lo admirábamos, cómo todos queríamos ser como él. Él me hizo recordar varias anécdotas, y los apodos de los compañeros y de los profesores. Nos desternillamos de risa. Convinimos en que lo daríamos todo por volver una vez más al colegio. Mientras hablábamos me dieron ganas de ir al baño. Voy al baño, le dije a Toño. Me puse de pie y sentí toda la borrachera que llevaba encima. Fui al baño, oriné, me lavé la cara, me miré al espejo-tenía una cara de borracho tremenda-, y regresé a nuestra mesa. Toño ya había pedido dos pisco sour más. Tomamos estos y nos vamos, le dije, ya estoy bastante borracho. Ya, no hay problema, me dijo él. Bebimos en silencio. Yo pago los dos primeros que te invité, me dijo Toño, estoy misio. No te preocupes, le dije, yo invito. Volteé para llamar al mozo. Cuando lo vi, le pedí la cuenta usando mi mano izquierda como una hoja y mi mano derecha como un lapicero que escribía. Al voltear, vi a Toño cabizbajo, sollozando. Toño, ¿qué te pasa?, le pregunté. No me quiero ir, me dijo él. ¿Pero por qué lloras? Por que no quiero regresar a mi casa. ¿Y por qué no quieres regresar a tu casa? Por que allí mi esposa me trata mal. ¿Por qué? ¿Qué te dice? Toño me miró a los ojos. Sus ojos verdes estaban enrojecidos por el llanto, y me pareció que eran los mismos ojos del niño que él alguna vez había sido. Mírame bien, Alberto, me dijo, ya te habrás dado cuenta de que mi pinta está hasta las huevas. Parezco un viejo, y apenas tengo treintainueve años. Ni yo mismo sé qué me pasó. Cuando me casé aún era un hombre guapo, bien parado. Pero conforme fue pasando el tiempo, me fue creciendo la guata, me fueron saliendo arrugas, y se me fueron cayendo las muelas. Sé que estoy horrible. ¡Estoy horrible, conchesumadre! Tranquilo, Toño. El mozo llegó con la cuenta. Discúlpeme, todavía no voy a pagar, le dije, tráigame dos pisco sour más. De acuerdo, señor, me dijo el mozo, y se fue. Gracias, me dijo Toño. No hay nada que agradecer, le dije. En mi casa, cada vez que llego borracho, mi esposa me dice que soy un fracasado, que no he hecho nada bueno en la vida, que he descuidado mi aspecto y que soy un viejo horrible. No le hagas caso cuando te diga eso. Cómo no le voy a hacer caso, si tiene toda la razón. No creo que la tenga, Toño. Sí la tiene, Alberto, durante todo este tiempo no me he cuidado. Soy un alcohólico, mi esposa ha querido internarme en esos sanatorios de mierda donde te quitan la adicción al alcohol, pero yo no he querido ir. Soy un fracasado, no tengo profesión, no tengo trabajo, sólo de vez en cuando me salen algunos cachuelos, y todo lo que gano me lo tomo. He descuidado mi aspecto. Cuando me miro en el espejo, no me reconozco. Mi vida es una mierda... Toño rompió en llanto. Toño, tranquilo, le dije, mi vida también es una mierda, y no por eso me pongo a llorar. No, tu vida no es una mierda, tú eres un escritor famoso. ¿Y crees que por eso mi vida no es una mierda? Mi vida es solitaria, y muchas veces deseo que aparezca una mujer en mi camino, para vivir con ella y para que todo no sea tan miserable. Porque me siento un miserable, Toño, un miserable que tiene que escribir para olvidarse de su miseria. Mi vida es todo un fracaso. Escribir es sólo una necesidad. Necesito escribir para olvidarme de muchas cosas. El mozo llegó con los dos pisco sour. Toño levantó su copa, y me dijo Salud por nuestras vidas. Entrechocamos las copas y bebimos. Volvimos a hablar de los tiempos pasados, y reímos mucho.
Nos quedamos hasta que nos avisaron que ya iban a cerrar. Pagué y salimos trastabillando. Una vez en la calle, le dije a Toño Bueno, Toño, ya tenemos que irnos, otro día la seguimos. No, no, yo no quiero volver a mi casa. Tienes que volver, yo te pago el taxi. ¿Me puedes prestar cincuenta soles? Yo de ahí te los pago. Sí, claro, yo te presto, pero prométeme que te vas a ir a tu casa a dormir. Ya, sí, yo te lo prometo. Paré un taxi, y Toño habló con el chofer. Luego se acercó a mí y me dio un fuerte abrazo. Yo también lo abracé fuerte. Me cobra diez soles , me dijo. Yo le di sesenta. Gracias, me dijo Toño, y se subió al taxi. El carro se alejó por la avenida La Colmena. Yo estaba seguro de que Toño no se iba a ir a su casa. Seguramente se iba a ir a algún bar a seguir tomando. Sentí pena por él. Y me pareció que el que se iba en ese taxi que yo aún podía divisar era el Toño del colegio, el Toño al que todos admirábamos y que parecía un actor de cine.

lunes, 15 de febrero de 2010

Opúsculo sobre los males del Mundo

La Esperanza guillotinada
Y un corro de sirenas devorándome y cantando
Peligro de vivir simplemente de vivir
Acantilados desde los cuales he de arrojarme
Cuando libere mi espíritu
Ah el jardín donde danzaban los profetas
El rocío perlando la mañana
El Alba perdida que espero con mi mejor arrodillamiento
El Cielo tan alto, tan puro, tan azul
La Angustia remite cuando contemplo el Crepúsculo
Y me pregunto cómo será eso de salvarse
Plenitud de la luz sobre mi cabeza decapitada, liberada, ya no pensante
Cuánto dolor acarrea el pensamiento
Pienso, luego qué mal existo
La proa de mi nave arfea
Fumo mi pipa en el codaste
Y miro el Mar sin lindes
No sé ser
En las olas el Sol reverbera
Hice una inútil libación a los dioses
Ofrecí tantos inútiles sacrificios
Creí que las margaritas contenían esperma del Verbo
En las olas se refleja el claro de Luna
Creí que en los guijarros latía un pulso divino
A los seres humanos de ahora les da igual todo
No saben apasionarse
Ni aprestarse a morir por una intuición, por un conocimiento
Uno solo, un diamante hallado en el cieno
Los seres humanos de ahora son displicentes
Y caminan con el corazón duro y vacío
Con la mente cansada, idiotizada
Los seres humanos de ahora
se bañan todos en unas zarzas sin teofanías
Y ríen
Y no les da pena la ausencia del dios
La ausencia eterna que es la causa de todos los males del Mundo
Venus vuelve a nacer
Es igual a como la pintó Botticelli
Eros prepara sus flechas, las unge con aceite de mentiras
Y aún no es tarde para arrojar bien lejos la Esperanza
En lo profundo de la Noche, un ateo reza de rodillas
Y dice ¡Existe, Dios! ¡Por favor existe!
Y nadie oye sus preces

Hermano cuerpo, hermana mente

Estoy gordo, hermano cuerpo
Y estoy loco, hermana mente
Cada día tomo varias pastillas para poder vivir
sin perder la lánguida cordura
Mi ático desprecio por mi cuerpo,
por mi panza ominosa, llegan cuervos agoreros
y el augur me explica que no hay buenos auspicios para mí
Me pesas, hermano cuerpo,
y me averguenzas
Cómo serías horrendo contraste en el tapiz donde
se representan guerreros fuertes y bellos
Tú eres feo y ya he pensado en matarte
para poner fin a mis cuitas
Porque yo soy mi cuerpo
Miro los cuerpos de jóvenes varones que van
a bañarse en el Mar
y envidio su belleza
Adoro en silencio los cuerpos de las adolescentes
que relucen bajo el Sol, en la orilla del océano
Y odio mi cuerpo impresentable
que no sería bien recibido por quienes
gozan de la armonía corporal
Oh hermano cuerpo
qué feo estás
Oh hermana mente
qué enferma estás
No soy un cerdo más de la piara de Epicuro
Soy un cerdo solitario
que vaga entre sepulcros
y que, enternecido, mira el Crepúsculo
y ve pasar por el Cielo a los estorninos
Tengo un demonio adentro, que me empuja
a arrojarme del acantilado
No me arrojo aún, aún estoy apegado a ti, hermano cuerpo
Me he acostumbrado a tu peso
Y todavía te alimento como a un sucio animal

El poderío de la Nada

La causa de mi Angustia es nada
Es por nada que estoy loco y que busco desesperadamente
unas manos que sepan posarse, como mariposas muertas,
en mi frente
Conozco el poderío de la Nada
Por nada me asfixio y desespero
Por nada muero lentamente mientras vivo
Por nada tengo miedo y yazgo arrodillado
bajo el Cielo
De la Nada vengo y a la Nada volveré
Mientras tanto vivo angustiado,
como si fuera un condenado de nacimiento,
como si creyera en mi pecado,
y escribo con arcilla en los troncos de los árboles
y en blancas hojas de papel,
para llegar al meollo de mi desazón,
y hallo el tiempo perdido porque no me explico nada
Y escribo con mi propio excremento,
y me marco la frente con mi propio excremento,
para entender que estoy maldito, que soy hijo de Caín,
y aun así, sigo sin explicarme nada,
porque ni el pecado original ni el fratricidio
son las causas de mi Angustia
Deguello entonces al Ave del Paraíso para tener una causa
y nada, nada es la causa de esta Angustia letal, terrible, venenosa
Cómo explicar mi locura?
Cómo explicar mi desesperanza?
Cómo explicar mi angustia?
Los árboles se hunden en el Cielo
Los jardines desolados albergan a los dementes
Los reclinatorios gastados se entrechocan
Y aunque escriba una infinitud de libros con mi propio excremento
no podré explicar ni mi locura, ni mi desesperanza, ni mi Angustia
Simplemente porque la causa de todo ello es nada

El desencanto y la partida

Ando entre zarzas sin teofanías,
con miedo a la nada y con la cruel Nostalgia del Caos
Ando entre cipos, enfermo de vida excesiva,
lívido, balbuciente
Ando entre leprosos, llagado de los pies a la cabeza,
besando flores por no poder besarla a Ella
Fui un niño raro que veía ánimas descender
de las estrellas
Fui un adolescente atormentado y masturbador
que vagaba en las Noches por las galerías de un palacio
soñado
Fui un alcohólico, un drogadicto, un deicida
Y nunca pude dormir al pie de la Fatalidad
Me he dejado enternecer por la Soledad de las putas
Por el lamento de los borrachos
Por los enfermos pensativos que pasean por el frío jardín de un hospital
Nunca supe amarme y ya estoy harto de mí
He ascendido a la cima del monte y he llamado al dios
El Silencio del Cielo y de todo lo que me rodeaba
me ha causado dolor
Al descender, huérfano de creador, hallé a las bacantes
que danzaban con serpientes enroscadas alrededor del cuerpo
Desencantado, me uní al pueblo ávido de carne y de vino
Que no se diga entonces que no busqué salvarme
Que no se diga que no fui lacerado por el silencio divino
Y es que es tanto silencio...
Yo no quiero ser el que soy
Sino otro que pueda lamer unos muslos
y olvidar que es
Quemaré mi esencia
Me perderé en los vórtices de algún río
luego de haber paseado por los jardines colgantes
y de haber oído las palabras y los mugidos
de los toros alados
Me entregaré a las olas para que asesinen mi cuerpo
y para que luego me echen a la orilla, deshecho
como una cítara
Me marcharé por campos de mieses agitados
por el viento
Exploraré desiertos, adoraré a todos los ídolos que encuentre-
en cada adoración recordaré al dios que perdí y tendré pena
-, navegaré más que los fenicios, arrancaré mis recuerdos,
frágilmente visitaré los templos, y seré un muerto más andando
entre los muertos

sábado, 13 de febrero de 2010

La lámpara averiada

Quisiera salvarme de la Noche insomne
que arrastra lobos aherrojados, ululantes,
y ruiseñores mortíferos, heridos de muerte viva
Quisiera salvarme de la Luna sangrienta,
agorera, y de los astros murmurantes
que flotan en el vacío
Quisiera salvarme de la agonía del Mar,
de las olas dementes, de las orillas en calma,
de las sirenas que devoran cadáveres humanos
Quisiera salvarme, marcharme, escaparme,
luego de beber el vino que beben los agonizantes
No soporto demasiada Realidad,
demasiada urna y demasiado pecho materno
Miro el Cielo nocturno, tan callado,
y me aterro; por eso el gañido de cualquier perro
vagabundo me devuelve a la firmeza
Cuánto me cuesta ser, cuánto me cuesta estar
No veo sino ángeles caídos reclinados en las encinas,
fumando un cigarrillo, olvidando el Universo
Y yo no soy un ángel, y lo que quiero es conocer
Aunque el haber conocido me haya hecho culpable
Quisiera salvarme de la Ciencia
y ser feliz con la niña que antaño amaba
Quisiera salvarme de mí,
del hombre peligroso que para mí soy
Me he hecho tanto daño...
Me internaré por bosques oscuros donde
de pronto todo se enciende,
veré los unicornios bebiendo agua de un tornasolado arroyo
Venerables ancianos vestidos con túnicas de lino blanco
chuparán el néctar de las flores
Y del coito de los elfos y las dríades manará
néctar y ambrosía
Quisiera salvarme de mi libertad
Entregársela a otro
Quisiera salvarme de mi vida
Quisiera salvarme del Cielo y del Infierno,
del Bien y del Mal
Antes no tenía que salvarme de nada
Antes me bañaba en el Mar turquesa
O en el río blanco y espumante
Y todo era nada, y nada era tan simple como
vivir un día, muriéndose un poco dulcemente
Quisiera salvarme del laberinto de voces
que suena dentro de mi cabeza,
y degollar a Minotauro luego de oír su más alto deseo
Quisiera no querer nada
Y alejarme de mí por un largo camino

Mujer frente al Crepúsculo

En aquel Verano se me dio por ir a contemplar la puesta de Sol a Barranco. Iba por la Bajada de los Baños hasta el mirador. Allí había hippies vendiendo bisuterías y parejas comiéndose a besos. Yo me apoyaba en la baranda y miraba al Sol ocultarse en el amplio Mar plateado. Me gustaba contemplar el Crepúsculo. Me sosegaba bastante. Una tarde, cuando el Sol ya comenzaba a declinar, y yo me dejaba cegar por esa luz anaranjada y mortecina, alguien se apoyó a mi lado. Miré de soslayo. Era una mujer. Olía a jabón y a champú. No pude evitar girar la cabeza para mirarla mejor. Era joven y de estatura mediana, sus ojos eran verdegrises, su nariz era pequeña, sus labios eran gruesos, su cabello era castaño claro, tenía los senos grandes y el culo respingón, sus piernas, que el vestido corto, ligero y blanco que llevaba, dejaban ver, parecían las de una atleta. Miraba atentamente la puesta de Sol. Yo me mantuve a su lado, y consideré que lo bello se me manifestaba doblemente. El Crepúsculo era bello, y aquella mujer tan joven era bella. Quise hablarle, pero mi timidez pudo más y permanecí callado. Cuando el Sol se hubo ocultado por completo, ella se marchó. Yo decidí seguirla sin que se diera cuenta. Subimos por toda la Bajada, cruzamos el Puente de los suspiros, llegamos al paseo Chabuca Granda, anduvimos hasta Pedro de Osma y doblamos a la derecha. Caminamos unas tres cuadras y ella entró a una de esas calles que tenían verja y guachimán. Quise ver a qué casa entraba, pero ya había oscurecido y la perdí de vista.
Recuerdo que apenas llegué a mi casa, en Maranga, le escribí un poema a aquella mujer. Era la mujer más bella que había visto en mi vida, y mi alma estaba inquieta. La tarde siguiente, volví al mirador, y ella volvió a llegar en pleno Crepúsculo. Tornó a apoyarse junto a mí. Yo no sabía si ella había reparado en mí, pero me sentía dichoso por tenerla a mi lado. Contemplamos la puesta de Sol hasta que concluyó. Ella se volvió a ir, y yo volví a seguirla. Estaba como hechizado por ella. Consideraba que era un regalo de los dioses. Sin embargo, no sabía qué hacer. No me atrevía a hablarle, y sólo la seguía inútilmente para saber dónde vivía. Lo que yo hacía era absurdo, pero en realidad sólo obedecía a mis impulsos. La tercera tarde, ella volvió a llegar en plena puesta de Sol. Nuevamente se apoyó a mi lado, y nuevamente me sentí dichoso por su sola proximidad. Esa vez vencí mi timidez y me atreví a hablarle. Es una hermosa puesta de Sol, ¿no crees? Ella me miró. Sus ojos parecían alegres. Sí, es hermosa, me dijo. ¿Te gusta contemplar las puestas de Sol?, le pregunté. Sí, me gusta mucho, me respondió. A mí también , le dije, me gusta contemplar la belleza. Ella sonrió. La puesta de Sol no es lo único bello que contemplo aquí, le dije. También te he contemplado a ti. Ella rió. Su risa era franca y pura. ¿En serio?, me preguntó. En serio, le dije, ésta es la tercera vez que te veo, y verte me hace feliz. Soy un amante de lo bello. ¿Eres poeta?, me preguntó. Sí, al menos creo que lo soy. ¿Cómo te llamas? Alfonso, ¿y tú? Ariana. Es un placer, Ariana, le dije tendiéndole la mano. Es un placer, Alfonso, me dijo, y tendió su mano y estrechó suavemente la mía. ¿Cuántos años tienes?, me preguntó. Veinticinco, le respondí. ¿Y tú? ¿Cuántos años tienes? Veintiuno, me respondió. ¿Y a qué te dedicas?, le pregunté. Estudio Derecho en la de Lima, pero ahora estoy de vacaciones. ¿Y tú? ¿A qué te dedicas? Ahora sólo me dedico a escribir poesía. Hasta los veintitrés estudié Filosofía en la Facultad de Teología pontificia y civil de Lima, pero decidí dejar los estudios. ¿Por qué? Porque lo que yo buscaba no estaba en la facultad. ¿Y qué buscabas? La verdad. Aunque te parezca estúpido buscaba la verdad. La buscaba y no sabía qué era. ¿Y ahora sabes qué es? Jhon Keats, un poeta inglés,escribió que la belleza es verdad y que la verdad es belleza. Quizá ya he encontrado la verdad gracias a la poesía. El Crepúsculo es bello, tú eres bella... Vas a hacer que me ponga roja. Te escribí un poema. ¿Me escribiste un poema? ¿Cuándo? La primera vez que te vi. Saqué un papel doblado de mi bolsillo. Se lo entregué a Ariana. Ella lo desdobló y lo leyó. Ya no recuerdo qué le había escrito, pero a ella le gustó mucho. Gracias, Alfonso, me dijo, qué sorpresa, no esperaba esto de nadie. Nunca me habían escrito un poema. Yo te escribiré uno cada día. Muchas gracias. El Sol acabó de ocultarse. ¿No quieres bajar a la playa?, le pregunté a Ariana. Sí, me gustaría bajar, me dijo. Bajamos hasta la playa. Nos quedamos de pie cerca a la orilla. El mar parecía de jaspe líquido. Las gaviotas chillaban y se posaban en las piedras. La cruz del morro ya se había encendido. Qué raro ha sido conocerte, me dijo Ariana. Para mí también ha sido raro conocerte, le dije, pero me siento contento, eres un regalo de los dioses. Ella rió. ¿Crees en los dioses?, me preguntó. A veces, le respondí. ¿Dónde vives? En san Miguel, en Maranga. ¿Y por qué vienes hasta acá? Porque desde acá se tiene una hermosa vista del Crepúsculo. De verdad te gusta mirar el Crepúsculo, entonces. Sí, me gusta mucho. Cuando anocheció, subimos por la Bajada. Al llegar a Pedro de Osma, Ariana me dijo Yo vivo por aquí cerca. Te acompaño, le dije. Bueno, asintió ella. Me moría por saber dónde vivía, ya que los dos días anteriores la había seguido y no había podido ver a qué casa entraba. Ese día la acompañé hasta la puerta de su casa. Bueno, Alfonso, me dijo, todo ha sido maravilloso, te agradezco mucho por el poema. No tienes que agradecérmelo, le dije. Soy yo quien debe agradecerte a ti el haberme inspirado. Bueno, ¿hasta mañana, entonces? Hasta mañana, Ariana. Nos despedimos con un beso en la mejilla.
Al día siguiente, Ariana y yo volvimos a vernos. Yo le llevé un poema que ella leyó y encareció mucho. Contemplamos juntos el Crepúsculo. Después nos fuimos a pasear por el Parque municipal. Siento como si te conociera desde hace mucho tiempo, le dije a Ariana. Yo siento lo mismo contigo, me dijo ella. A lo mejor nuestras almas se han conocido antes de encarnarse. ¿Tú crees? Creo que sí. Se han conocido antes de encarnarse y ahora, ya encarnadas, se han reconocido. Suena muy bonito. Y puede ser cierto, porque no hemos tenido ninguna dificultad para conocernos. Ya de Noche, acompañé a Ariana a su casa. Allí nos despedimos y nos dijimos Hasta mañana.
Yo estaba enamorado. Me había enamorado de Ariana desde la primera vez que la vi. La amaba inmensamente,y me sentía feliz por haberla conocido. Sin embargo, no me atrevía a declararle mi amor y a besarla apasionadamente. Cada día que pasaba le llevaba un poema y le hablaba de su belleza, de nuestras almas reconocidas, de nuestra amistad. A los dos nos gustaba andar juntos. Después de contemplar el Crepúsculo íbamos al parque, al bulevar, al "Juanito,"y la pasábamos bien. Una Noche, mientras comíamos unos panes con jamón del país en el "Juanito", Ariana me preguntó ¿Tienes enamorada? No, le respondí, no tengo, y ahora que te conozco no podría tenerla. Ella sonrió. Yo seguí comiendo y luego le dije Ahora que te conozco no necesito enamorada. Ella siguió sonriendo.
Al cabo de dos semanas de conocernos fuimos a "La posada del ángel." Allí bebimos vino hasta embriagarnos. Eres la mujer más bella que he conocido, le decía yo a Ariana. No quiero perderte nunca, mi alma te ama con todas sus fuerzas. Ya han pasado dos semanas y sólo somos amigos, me dijo ella. Yo posé mi mano derecha sobre su mano izquierda. Somos más que amigos, le dije. Tú eres mi amada y yo soy tu amante. Así su mano izquierda y me la llevé a los labios. La besé. Te amo, le dije. Te amo con toda el alma. Cuando salimos de la "Posada...", ambos trastabillábamos. Yo abracé a Ariana. Era la primera vez que la abrazaba. Quise besarla, pero no lo hice. Algo me refrenaba. Era timidez o excesiva adoración. La acompañé hasta su casa y allí nos despedimos. Pero no nos dijimos Hasta mañana.
Al día siguiente, fui a contemplar el Crepúsculo y Ariana no se apareció. Decidí ir a buscarla a su casa. Cuando llegué, toqué el timbre y me abrió la empleada. Pregunté por Ariana. La empleada me dijo que había salido en la tarde. Pasaron cinco días sin que Ariana se apareciera por el mirador. Cuando la buscaba en su casa la empleada siempre me decía lo mismo, que había salido en la tarde. Algo raro ocurría. Tal vez Ariana ya se había aburrido de mí. Yo la había idealizado demasiado, y la había tratado como a una diosa y no como a un ser humano. Yo estaba enamorado de ella, y le había dicho que la amaba, pero no se lo había refrendado con un beso que humanizara nuestra relación. La había llenado de poesía, la había colmado de letra, pero había olvidado la carne y el espíritu. Me había equivocado. No había sabido proceder con ella de la manera correcta. Y ella, seguramente, se había hartado.
Al sexto día, bajé al mirador y vi, con gran sorpresa, que Ariana estaba apoyada en la baranda con un muchacho que seguramente tenía su misma edad. Se cogían de las manos y conversaban y reían. Cuando vi que se besaron sentí que me clavaban un puñal en el corazón. Sin embargo, pensé que me lo tenía bien merecido. Por tonto y por no ser atrevido. Seguro que Ariana había conocido a ese muchacho mientras salía conmigo, y nos había comparado. Yo le daba veneración, amor y poesía. Y él le daba amor de carne y hueso. Ella lo había preferido a él. Y, por lo visto, no le importaba que yo apareciera en cualquier momento y la viera. Demasiada poesía, pensé, demasiada poesía. El Sol se ocultaba. La luz crepuscular iluminaba el mirador. Yo di media vuelta y me marché.

viernes, 12 de febrero de 2010

Sobre la Felicidad

No conozco la Beatitud
Dicen que se parece a la espuma de las olas
Sonríen serenamente Séneca, Horacio y Epicuro
A mí me tiemblan las manos y me lleno de una hermosa tristeza
Riadas se llevan las risas doradas de los Bienaventurados
Un rey loco edifica su Beatitud y llora todas las noches
La esposa del magnate juega con la escopeta
El magnate inhala unas rayas de coca, y crea su Felicidad
Nadie es feliz con la Felicidad
La Felicidad es breve flor
Y cómo será la visión beatífica?
La Beatitud no resiste la Eternidad
Beatitud es ignorancia
He oído el canto del mirlo y se me ha alegrado la pena
He llegado a amar la idea del suicidio
Las pistolas y las navajas me seducen
Matarme me haría feliz por un instante
Beatitud es lo absurdo
La Felicidad es un arma homicida

El corazón inquieto

Mi corazón permanece inquieto
y desearía descansar en una ola
o en el pecho de una Amada
Mi corazón está inquieto
y me hace ir errabundo
por calles, plazas y puertos
Mi corazón quisiera descansar
en el corazón de un dios
O en la piedra de una montaña
O en la arena de una playa
Mi corazón inquieto
no se sosiega ni con vino, ni con marihuana
ni con ansiolíticos
Mi corazón está temblando de continuo
Latiendo frenético
agitándose, agonizando, matándose
Mi corazón descansaría
en el pecho del dios
Pero el dios está muerto
No hay descanso posible para mi pobre corazón
Mi corazón tal vez sea una quimera
Tal vez Tal vez
Mi inquietud es ingénita
Mi inquietud no tiene cura
Mi inquietud me lleva, desalado,
por campos y ciudades,
por ignorados parajes
Mi corazón permanecerá inquieto
hasta que estalle
Ni siquiera el ajenjo logra calmarlo
Mi corazón no tiene salvación
Está inquieto y seguirá estándolo
Ni siquiera lo calmaría un corazón sereno
de mujer

Tres muertes

Las cráteras rebosantes de vino fueron vaciándose
en los funerales de Timeo, hijo de Polidoro;
oh buen Timeo, te arrojaste de cabeza a los arrecifes,
violaste a las hijas de Antímaco, recibiste mensajes del Oráculo;
ahora yaces muerto y tus amigos te lloramos, pero al mismo tiempo
envidiamos tu suerte; beberás agua del Leteo, olvidarás, ya no te atormentarán
los recuerdos de tu malvivir. Mientras tanto, nosotros, viviremos acosados
por lo que hicimos y por lo que haremos, pobres de nosotros, pobre juventud
maculada, atea, loca; ahora mismo estarás navegando en la barca de Caronte,
deslumbrado por la tiniebla, devorado por las miradas de los otros muertos que pululan
en la orilla...

En Lima, un hombre ha muerto
Lo están velando resignadamente
Ha muerto y es como si no hubiera pasado nada
Todo sigue fluyendo
Una muerte es nada
Un muerto ya está muerto para el fluir de este río
Adónde irá, este muerto
Irá a la tumba, a pudrirse eternamente
Su Cielo o su Infierno son la tumba
Y su dios es el gusano

He muerto
Igual que los dioses
La vida es una muerte vital
Estoy muerto
Quise quitarme la vida, y fracasé
Sin embargo, me di cuenta que mantenerme vivo era una forma de quitarme
la vida,
y he aquí que muero día a día
La Muerte está viva, está callada, está bella
La vida es muerte, vivir es morir
Soñar es morir, y vivir es soñar
He muerto, oh dioses muertos
He muerto

Conciencia de la proscripción

Desde arduo ser
Hasta el irremiso retorno al polvo
Tú, Árbol donde viven amarrados el Bien y el Mal,
creces sobre mí, susurrando bendiciones, maldiciones,
naderías, al paso del viento
Caerá mi conciencia en verde pasto
Se acabará mi voluntad
Grave cantará el ave, en la séptima vida,
Que será la del reposo, la del nirvana
Duro es esto de ser o no ser criatura
Cuánto me ignoro tendido entre gladiolos
El ángel me ha vencido, no ha querido decirme si soy o no soy
hijo de un dios que es ya cadáver
En la comarca de la pesadilla reptan serpientes repugnantes
Y un bello animal violeta canta en lo poco que queda del Paraíso
Añorado Paraíso agostado
Caerá mi conciencia en el serojo
Olvidaré mis vidas, preso en esta inmensa libertad
iré muriendo, iré volviendo al origen, ya que detrás
de cada muerte hay un llanto de recién nacido;
de mi costado dolorido nació la mujer que esperaba,
bella, desnuda, sucia,
malvada con la mano creadora,
amante de los frutos prohibidos
Cuántas veces hice que tragara mi semen
Cuántas veces, en pleno orgasmo, nos morimos un rato
Hasta que, bajo la espada llameante, tuvimos que marcharnos
Nos maldijeron
Ella también maldijo
Cuánto la amé
Nosotros no quisimos habitar ningún Edén
Nosotros no pedimos ningún Árbol de la Vida
No le exigimos a nadie una vida beata
Nos maldijeron
Y, al mismo tiempo, nos enseñaron a maldecir
Qué han hecho de nosotros
Nos han arrojado de donde nunca quisimos estar
Al anochecer, muertos de frío, vemos cómo nacen las estrellas
Y temblamos de desamparo, de Nostalgia, de colérica tristeza
Miramos el Cielo negro, baldío, y comprendemos que somos
una miserable pareja de animales
Caerá mi conciencia en un lodazal
Me he llenado de crueldad en la arboleda
El hombre es un animal que no está bien de la cabeza
La maldad es una especie de pureza
Por eso he manchado mi alma
El alma es mortal y mugrienta
Caerá mi conciencia Caerá
Y ya nunca sabré nada más de mí

miércoles, 10 de febrero de 2010

La vida perdida

Mi vida perdida
Bajo el diamante de luz
O sobre los caminos yermos
Mi vida perdida
En un trazo de nube
En un puerto muy viejo
En las plantaciones de caña
Mi vida perdida
Acá y allá
A babor y a estribor
Mi vida perdida
En unos ojos desconocidos
En un sexo de mujer
En la estrella que nace
Mi vida perdida
Como tantas otras vidas
Perdida en la tristeza
En los viñedos
Mi vida perdida
En el canto del mirlo
En la dulce agonía del Sol
En un poema
Mi vida perdida
En la delicada medianoche
En una peregrina embriaguez
Mi vida perdida
Mi vida perdida
Mi vida perdida

Mi vida perdida
En mi Eternidad
En un páramo gris
En una caminata solitaria
Mi vida perdida
Por odio y por amor
Por exceso de pensamiento
Mi vida perdida
Por la verdad que no existe
Por una música callada
Por los senos de Ella
Mi vida perdida
En el calmo río
En el inquieto Mar

Ya no tengo vida
La he perdido no sé dónde
Y ahora vivo de mi muerte
No tengo vida
Y no sé si afligirme
O ponerme a celebrar

Ruidos y silencios

Para consuelo y sosiego
son las Venus que nacen
las vírgenes que brotan de todo instante impuro, cenagoso
los faroles que taciturnos velan caminatas insomnes
Para consuelo y sosiego
es la orilla del río negro, callado
la senda invernal de los chopos
el cántico de la Amada desconocida
Para consuelo y sosiego
es el silencio de la Luna
el vómito blanco del Sol
el cándido suicidio

¿Por qué me arrullo con la música de viento y frondas, con el silbo del mirlo,
con el crujido de los guijarros bajo mis pies...?
¿Por qué me adormezco con el ulular de lobos deicidas, con el llanto de quienes
ya no pueden vivir, con el relincho del caballo negro y poseso...?
¿Por qué desespero? ¿Por qué soy? ¿Por qué vivo? ¿Por qué muero?

Creía que mi vida consistía en buscar la verdad.
Ahora hasta yo me burlo de mí.
¿Qué es la verdad?
Lo desconocido que se quiere conocer.
O lo desconocido que no existe y nunca se conoce.
Yo quiero una verdad que sea una verdad para mí, escribió Kierkegaard.
Yo también quiero mi verdad,
y a veces creo que voy a morir-fracaso congénito- sin hallarla.

Soy un hijo que ya comprende la pena de sus padres
Ellos ya no pueden responder con cielos y paraísos
Con salvaciones apocalipsis y mesías
Sólo miran contristados al hijo que se va volviendo loco
Que vive consumido por la Angustia
Y se repite en ellos el dolor de haberlo engendrado
Soy un hijo que ya comprende la rabia de sus padres
Esos gritos contenidos y esas entrañas quemándose
Esas bocas selladas esa cobardía ante un probable creador
El hijo ya no quiere un juguete Quiere la verdad
Soy un hijo que ya comprende el amor caduco que hubo
entre sus padres
Enfermo de Melancolía miro el Cielo blanco y grisiento
Que me abate más
¿Qué me pasa?, me pregunto
¿Por qué esta depresión me tiene tan enfermo?
Es el Invierno, es el Cielo, es la vida, me respondo
Y voy pasando sin saber qué me pasa

Qué duro es tener un corazón callado
Mi corazón no me habla
La nieve cae delicadamente
Y las flores inclinan la cabeza
Qué duro es tener un corazón callado
Y poder escuchar lo que lo aflige

Breve aviso necrológico y profético

Restos de los dioses en las súplicas de los hombres
Se les sale lo divino por la boca, como restos de comida
Vacían cada vez más sus vidas
Hasta dejarlas como flacas súplicas
El dios ha muerto
Y sin embargo sigue reinando
Aún agoniza
Nutrido por las ofrendas que le preparan quienes piensan en él día y Noche
Sustentado por los que blasfeman dulcemente
Esencialmente solos inventamos el conocimiento mutuo
Y convivimos en casas y en ciudades
Nadie puede conocer a nadie
Estamos condenados a desconocernos día a día
Estamos realmente solos
Sólo el coito puede redimirnos
Con el orgasmo en el que nos consubstanciamos
Pero después qué montón de carne triste, solitaria, expósita
El dios ha muerto
Pero su recuerdo es eterno
Y su fiebre aún calienta el Mundo y el Universo
El hombre se está muriendo
Lastimoso ser para la muerte
Bello animal para el tiempo
Criatura paradójica para la Eternidad
Tarde de Invierno
Las bandadas de estorninos cubren el Cielo
Y el dios, muerto, yace en al azur naciente
Festoneadas las ruinas de aquellas creencias
Que mantuvieron a los hijos del maldito Adán y de la maldita Eva
Cerca del Paraíso
Árboles de la Ciencia y de la Vida
talados con la cabeza de algún filósofo
Somos hijos malditos
Nuestra raza es maldita
Tan pura como agua de arroyo iluminada por el claro de Luna
El dios ha muerto
Pero no lo olvidamos
Que nuestro olvido, oh memoria, lo mate definitivamente, de una vez
Nadie es culpable de esa muerte
Somos tan inocentes como los caballos blancos que corren a través del fuego
Un ángel y una serpiente repugnante son lo mismo para nosotros
Un cordero de vellón dorado es degollado
Y todos bebemos, ávidos, su sangre
Nos sentimos culpables
El Remordimiento es nuestro risco a cuestas
Aparecerán profetas
Los apedrearemos
Aparecerán hijos del dios muerto
Los crucificaremos
Lamentablemente, no podemos volver a ser tan ingenuos

sábado, 6 de febrero de 2010

Plazo para un escritor

Desde niño supo que quería ser escritor. Comenzó a escribir a muy temprana edad, y sólo era feliz escribiendo. No era como los demás niños. Él casi no jugaba, y tendía a aislarse. Le gustaba pensar e imaginar cosas. Le gustaba escribir lejos del bullicio. Era fiel a su vocación. También leía mucho. Paraba metido en su cuarto o en la biblioteca del colegio, leyendo vorazmente. Sus profesores notaron que tenía un don, y hablaron con sus padres sobre ello. Su padre opinó que había que dejarlo desarrollarse como escritor; su madre era de la opinión de alejarlo todo lo posible de los libros y de los cuadernos, pues un escritor era siempre un bicho raro y además casi nunca ganaba plata suficiente para vivir. Durante toda la época del colegio, escribió cuentos y poemas que guardaba o que entregaba a sus profesores cuando éstos dejaban como tarea presentar alguna creación literaria. Nunca ganó un premio, nunca le publicaron nada. Su padre se mostraba orgulloso de tener un hijo con un don tan peregrino, pero no lo ayudaba a abrirse camino como escritor, más bien hacía gala de una sorprendente desidia. Su madre intentaba persuadirlo para que ya no escribiera. Le decía que escribir era algo antinatural, puesto que lo alejaba de los demás y lo convertía en un ser solitario, cuando lo normal era que el hombre fuese un ser social. Él hubiera querido dejar de escribir para complacer a su madre, pero le resultaba imposible. Escribir era para él algo fatal. Era como si estuviera condenado a escribir. Y cuán dulce le resultaba aquella condena...Era hijo único y, aunque tendía a aislarse, no le faltaban amigos. Sin embargo, cuando lo invitaban a alguna fiesta de cumpleaños, prefería no ir y quedarse escribiendo en su cuarto. Para su madre, él era un ser extraño, desconocido, lejano. No le parecía un chico normal. Alguna vez había leído los textos que escribía, y le habían parecido raros, trágicos, maduros. Hablaban de las pasiones humanas con una terrible lucidez. Resultaba traumático para ella enfrentarse a la visión tan precoz que su hijo tenía de los asuntos humanos. A veces siento que no es mi hijo, pensaba, llena de terror.
Cuando él estaba en primero de media, sus padres se separaron. Su padre se fue de la casa, vivió un tiempo en un departamento de san Isidro, y luego se marchó a los Estados Unidos. Cada mes le enviaba algo de dinero. Su madre tenía un novio. Él lo sabía porque una tarde, desde su ventana, la había visto llegar en un Mercedes negro que conducía un tipo calvo y entrado en años. Ambos se habían bajado del auto y se habían despedido con un beso en la boca. A él, ver eso le había afectado mucho. Reaccionó escribiendo más. Escribía todo el día, frenéticamente, sin descanso. Escribía para no sufrir. Su madre nunca le presentó al tipo calvo del Mercedes. Pasaron los años y salió del colegio. Su madre le preguntó ¿Ahora qué vas a hacer, Agustín? Escribir, le respondió él. Pero tienes que estudiar alguna carrera en la universidad, señaló su madre. Voy a descansar un año, dijo Agustín. Le fue concedido el año sabático. Se propuso escribir cuentos, poemas, novelas, ensayos, y publicar. Gozaba de una libertad inédita. Ya no tenía que preocuparse del colegio. Ahora sólo se dedicaría a escribir. Publicaría y se haría conocido. Sería un escritor ilustre, reconocido. Y le demostraría a su madre que un hombre podía vivir perfectamente de la pluma. Agustín vivía en Maranga, en la calle x. Pasaba casi todo el día encerrado en su cuarto, escribiendo. La empleada se encargaba de servirle el desayuno y el almuerzo. Al atardecer su mamá llegaba de trabajar. Casi no conversaban. Cenaban juntos y apenas cruzaban palabra. Una tarde, la empleada golpeó la puerta del cuarto de Agustín tres veces. Sí, qué pasa, dijo Agustín. Lo busca su amigo Lucho, dijo la empleada, sin entrar. Agustín pensó en decirle a la empleada que lo negara, pero, pensándolo bien, no le haría mal conversar con un amigo. A Lucho lo conocía desde que eran unos adolescentes. Dejó lo que estaba escribiendo y fue a recibir a su amigo. Puta madre, qué es de tu vida, brother, le dijo Lucho en cuanto lo vio. Se dieron un abrazo. Luis era flaco, de estatura mediana, y tenía la cabeza rapada. ¿Estás estudiando algo?, le preguntó a Agustín. No, me he tomado el año, ahora sólo me dedico a escribir. Puta, qué lechero, yo estoy estudiando Hotelería y Turismo. Yo espero hacerme conocido como escritor y no estudiar nada. Puta madre, a lo mejor la haces. Sí, eso espero, si no me cago. Vine a buscarte porque hace tiempo que no te veía, pues. Gracias, yo pensaba en ir a tu casa algún día. Sí, huevón, mucho ibas a ir. Ambos rieron. Vamos un rato a la Apacheta, propuso Lucho. Vamos, dijo Agustín. Fueron al parque de la Apacheta. Como era Verano y hacía calor, se quitaron el polo. Se sentaron en la tribuna, entre las dos canchas de fulbito. Lucho sacó un troncho. ¿Le damos curso?, le preguntó a Agustín, mirándolo sonriente. Bueno, dijo Agustín. Lucho prendió el troncho y comenzó a fumar. Se tragó el humo y tosió con virulencia. Le pasó el bate a Agustín. Éste dio una larga calada y tragó el humo caliente y amargo. No era la primera vez que fumaba. Una vez, cuando estaba en quinto de media, había fumado con Lucho en la azotea de éste. Había fumado mucho y le había dado la muerte chica. Estoy vendiendo yerba, le dijo Lucho. Agustín guardó silencio. De ahí saco para mis gastos, así no le pido plata a mi vieja, continuó Lucho. Llegaron cuatro tipos. Agustín sólo conocía a uno. Se llamaba Roberto, tenía la misma edad que él y Lucho-dieciocho-y se dedicaba a vender coca y marihuana. Era grueso, más alto que bajo, tenía los ojos oblicuos y el pelo hirsuto. Los otros tres eran vagos que consumían drogas. Roberto saludó con afecto a Lucho y a Agustín. Qué hay, les dijo, ¿fumando un batecito? Agustín le pasó el troncho mientras tosía. Roberto le dio tres caladas bien largas y se lo pasó a Lucho. Llegó un tipo más. Era alto, corpulento, tenía el cabello bien corto, sus ojos eran medio rasgados,su nariz era fina y sus labios eran delgados. Habla, Néstor, le dijo Roberto. Néstor le dio la mano a Roberto y luego abrazó a Agustín. ¡Agustín! ¡Qué gusto de verte carajo!, dijo. ¿Qué ha sido de tu vida? Me estoy dedicando a escribir, le dijo Agustín. Qué bien, a ti siempre te ha gustado escribir. Uno de los vagos que acompañaban a Roberto armó un troncho. Se lo fueron pasando de mano en mano. Agustín fumó con ganas. Se sentía contento y despreocupado. ¿Alguien tiene algo de menta?, preguntó Néstor. Yo tengo, dijo uno de los vagos que acompañaban a Roberto. Invita pues, le dijo Néstor. El vago sacó un paquetito y lo abrió. La coca brilló bajo el Sol. Néstor cogió un pellizco y se lo metió por la fosa derecha. Tosió. Está buena, dijo. Pasó un buen rato. Agustín estaba completamente fumado. Vamos a mi jato, le dijo Lucho. Vamos, asintió Agustín. Se despidieron de Roberto y de los tres vagos. Cuando iban a despedirse de Néstor, éste les preguntó ¿Qué? ¿Adónde van? A mi jato, le respondió Lucho. Vamos pues, le dijo Néstor. Bueno, vamos, asintió Lucho. Los tres se fueron hasta Pío XII. Allí estaba la casa de Lucho. Entraron y subieron a la azotea. Allí Lucho tenía su cuarto. Pasaron. Agustín y Néstor se sentaron en el suelo. Lucho abrió su armario y sacó una gran bolsa llena de marihuana. Los tres se rieron. Ganya de la buena, dijo Lucho. Se hizo un troncho y fumaron. Agustín se sentía fumadísimo. Lucho volvió a abrir el armario y sacó una bolsa llena de coca. Me olvidé de decirte que también estoy vendiendo menta, le dijo a Agustín. Asu, oye, a ver invita, dijo Néstor. Lucho sacó un poco de coca y la puso sobre una mesita. Néstor sacó su DNI y se sirvió e inhaló. Tosió. Agustín se rió. Eres un coquerazo, le dijo a Néstor. Lucho preparó otro troncho y salieron a fumar a la azotea. Estuvieron allí hasta que anocheció. Ya me quito, dijo Néstor. Yo también me quito, dijo Agustín. Se despidieron de Lucho y salieron juntos. Se hicieron compañía hasta la Apacheta. Allí se separaron.
La vida de Agustín cambió. Leía y escribía en las mañanas y después de almuerzo. En las tardes Lucho iba a buscarlo y salían juntos. Iban a la Apacheta. Allí se encontraban con Roberto y con los vagos cocainómanos y fumaban marihuana. Después se iban a la casa de Lucho y seguían fumando. Néstor solía acompañarlos. Casi sin darse cuenta, Agustín se convirtió en un vago más del barrio adicto a la marihuana. Una tarde, en el cuarto de Lucho, probó coca por primera vez. Le gustó sentirse inquieto, extrovertido, taquicárdico, duro. Comenzó a coquearse dos o tres veces por semana. Sin embargo, no descuidaba su quehacer literario. Aunque pensaba que si se abstenía de fumar con Lucho todas las tardes, tendría más tiempo para escribir. Los fines de semana bebía, fumaba y se coqueaba con Néstor y con Lucho en el cuarto de éste. Mantuvo ese ritmo de vida hasta después de cumplir los diecinueve años. Ya había presentado sus escritos a algunos concursos y no había tenido suerte en ninguno. Su madre ni siquiera sospechaba que su hijo era un vago adicto a la coca y a la marihuana. Una tarde de Otoño, después de haber inhalado mucha coca en el cuarto de Lucho, se sintió muy mal. La vista se le oscurecía y el corazón le latía velozmente, como si fuera a estallarle. Pensó que se moría. No le dijo nada a su amigo. Esperó a que el malestar se le pasara. Desde aquel día dejó la coca. Lo que no pudo dejar fue la marihuana. Le gustaba mucho y lo ponía contento. Una tarde de Invierno, al volver a su casa, vio el Mercedes del novio de su madre aparcado junto a su casa. Cuando llegó a la puerta pudo ver a su madre y al hombre calvo y entrado en años besándose en el interior del auto. Su madre llegó a verlo. Él entró a su casa, se encerró en su cuarto, y lloró lleno de pena y de cólera. Nunca habló con su madre sobre lo sucedido.
Agustín era un escritor, un vago y un marihuanómano. Su vida consistía en escribir, vagar y fumar. Ya iba a cumplir veinte años y aún no había ganado ningún concurso ni había publicado nada. Pensaba que su madre estaría muy feliz con su fracaso, pues le estaría probando que era muy difícil vivir como escritor. Aun así, él seguía escribiendo y enviando sus escritos a diversos concursos y editoriales. El éxito no lo acompañaba. Continuaba siendo un desconocido, un vago más del barrio donde vivía.
Cuando cumplió veinte años, su madre se encerró con él en la biblioteca y le dijo Agustín, ya tienes veinte años, yo te di permiso para que descansaras un año, y has descansado dos. Sé que lo que más quieres en la vida es ser escritor. Tú ya sabes que yo no estoy de acuerdo con el oficio que has elegido, y que pienso que lo mejor para ti es que estudies en la universidad.
Mamá, yo no he elegido ese oficio, ese oficio me eligió a mí, no sé cómo explicártelo, le dijo Agustín a su madre, yo no quiero estudiar en la universidad, yo quiero escribir y convertirme en un escritor conocido. Agustín, han pasado dos años y no has ganado ningún concurso ni te han publicado nada. No creas que eso me hace feliz. Yo quiero proponerte algo. Te daré un año más para que escribas y logres alcanzar el reconocimiento. Te alquilaré un cuarto, lejos de aquí, para que tus amigos no te interrumpan y para que puedas dedicarte de lleno a la Literatura. Pero eso sí, si no logras que tu obra se publique y que te reconozcan como escritor, estudiarás en la universidad. ¿Te parece un trato justo? Sí, mamá, asintió Agustín.
Unos días después de la conversación que tuvo con su madre, Agustín se mudó. Ocupó un cuarto en el segundo piso de una espaciosa casa ubicada en la cuadra x de la avenida del Ejército. Se llevó sus libros, sus cuadernos y el colchón de su cama. El cuarto era cuadrado, pequeño y amarillo. Tenía un baño y un ropero, y el suelo estaba enmoquetado. La madre de Agustín compró para su hijo un pequeño escritorio, una silla, un armario para los libros, una sartén eléctrica, un friobar y una olla arrocera. Agustín no quiso llevar ni radio, ni televisor, ni computadora. No quería que nada lo distrajera de su trabajo literario. Tampoco quiso llevar el armazón de su cama. Le bastaba con el colchón que había colocado en el suelo. Cuando terminó de instalarse comenzó con su nueva vida. Era Verano. Se despertaba a las diez de la mañana, salía a caminar por el malecón y por los parques de los acantilados, se quedaba mirando el Mar largo rato, tomaba apuntes en una libreta que siempre llevaba consigo. Luego regresaba a su cuarto, fumaba marihuana, escribía hasta la hora de almuerzo; se preparaba algo o salía a comer a algún restaurante. Después seguía escribiendo hasta el atardecer. Salía a contemplar el Crepúsculo. Al volver, fumaba marihuana nuevamente y se ponía a leer hasta la hora de cenar. Acabada la cena, fumaba hasta que le daba sueño. Vivió así durante un mes y medio. A la mitad del Verano su vida cambió. Se levantaba al mediodía, fumaba, desayunaba algo y se iba a la playa. Regresaba en la tarde, almorzaba tardíamente, volvía a fumar marihuana y se ponía a escribir. En la Noche leía. Trabajaba contra el tiempo, pues sabía que el próximo Verano se le acababa el plazo que su madre le había dado. Aun así, muchas veces perdía el tiempo. Se quedaba echado en su colchón, pensando en nada, o se dedicaba a espiar a los inquilinos a través de la ventana de su baño. En otras ocasiones, fumaba tanta marihuana, que se quedaba como sumido en un nirvana artificial. También se masturbaba a diario, hasta tres veces al día.
Un día, vio una cucaracha que salía del ropero. Cogió uno de sus zapatos y la mató. Fue hacia el ropero, lo abrió, y un montón de cucarachas salieron corriendo. Mató todas las que pudo. Revisó todos los rincones del cuarto y halló cucarachas por doquier. Pensó que no las podría matar a todas, así que tendría que convivir con ellas.
Una Noche, mientras fumaba un troncho, oyó que alguien golpeaba la puerta del primer piso. Ya era tarde y ninguno de los inqulinos salía a abrir. Decidió salir él. Fue por el pasillo oscuro, bajó por las escaleras y abrió la puerta. Quien golpeaba era una inquilina que vivía en uno de los cuartos del tercer piso. Él ya la había visto un día, mientras espiaba a través de la ventana de su baño. La inquilina era de estatura mediana, de cuerpo bien proporcionado, de cara redonda, ojos oblicuos, nariz algo ancha, boca chica y cabello castaño rojizo. Llevaba una falda blanca con flores estampadas. Ay, disculpa, le dijo a Agustín, me olvidé las llaves. No te preocupes, le dijo Agustín, no hay problema, otro día me abrirás tú. Subieron juntos. De verdad muchas gracias, decía la inquilina. Cuando llegaron a la puerta del cuarto de Agustín, éste le preguntó a la inquilina ¿Cómo te llamas? Fabiana, respondió ella, ¿y tú? Agustín. Gracias por abrirme la puerta, Agustín. De nada. Cuando Agustín se disponía a entrar a su cuarto, Fabiana le preguntó ¿Tienes tiempo para conversar o ya te vas a dormir? Tengo tiempo, todavía no voy a dormir, respondió él. ¿Podemos conversar un rato? Es que vengo algo mortificada. Claro, pasa. Agustín dejó que Fabiana pasara a su cuarto. Después pasó él. Disculpa el desorden, le dijo. Cerró la puerta. Puedes sentarte en el colchón, Fabiana. Ah ya, gracias. Ella se sentó en el colchón. Agustín se sentó a su lado. Cogió el cenicero, donde estaba el troncho que había dejado a medio fumar. ¿Te importa si fumo?, le preguntó a Fabiana. No, no, fuma no más, le dijo ella. Agustín encendió el troncho y comenzó a fumar. ¿Tú quieres?, le preguntó a Fabiana. No, gracias, le dijo ella. ¿No fumas? Fumo a veces, pero ahora no tengo ganas. Dijiste que estabas algo mortificada, la yerba te puede ayudar. Tienes razón, invítame. Agustín le pasó el troncho a Fabiana. Ella le dio una calada. Tosió. Está rica, dijo. Agustín se rió. ¿Por qué estás mortificada?, le preguntó. Ah, es cierto, lo que pasa es que yo hago danza moderna, y hoy estuve ensayando, y tuve un problema con un compañero. ¿Qué problema? Tonterías, prefiero no hablar de eso. Pensé que querías hablar de ello. Ya no, ahora estoy más relajada y quiero olvidarme de eso. La verdad es que todo el día de hoy he estado muy melancólica. ¿Y por qué has estado melancólica? A veces me pongo así, a veces me parece que mi amor a la vida es inútil. ¿Amas la vida? Sí ¿por qué? ¿tú no? No mucho. Yo amo la vida, pero a veces se me presenta tan amarga que me pregunto si vale la pena amarla. Entiendo tu aflicción. Yo soy una mujer alegre, pero a veces me pongo muy melancólica. Ponerse melancólico a veces es algo muy lógico. Callaron. Fabiana fumó un poco más y le pasó el troncho a Agustín. Éste fumó lo que quedaba. ¿A qué te dedicas?, le preguntó Fabiana. Soy escritor. Ah, qué paja, ¿y de eso vives? Bueno, podría decirse que sí. ¿Cómo así? No te entiendo. No me hagas mucho caso. Soy escritor y por el momento puedo vivir escribiendo. ¿Has publicado algo? No. Nada. Pero voy a publicar antes que pase un año. ¿Cuántos años tienes? Veinte. Eres recontrajoven. ¿Tú cuántos tienes? Veinticinco. Y haces danza moderna, ¿no? También hago teatro. Ah, qué interesante. Una cucaracha pasó cerca a los pies de Fabiana. Ésta se sobresaltó y recogió los pies. Las cucarachas ya estaban aquí cuando vine, le dijo Agustín. ¿Y no las matas? Sí. Pero a veces les perdono la vida. Además no puedo matarlas a todas. Fabiana se rió. Estuvieron conversando hasta bien entrada la madrugada. Cuando Fabiana ya se iba a levantar para irse, Agustín la cogió del brazo izquierdo y la atrajo hacia sí. Le dio un beso en la boca. Fabiana también lo besó. Cuando pasó un buen rato se echó en el colchón. Agustín quedó sobre ella. Le sacó el vestido. Él se sacó la ropa. Ella se quitó la ropa interior. Agustín la besó y la lamió por todo el cuerpo. Luego le frotó el pene yerto en la vagina. Finalmente se lo metió con fuerza. Ella soltó un gemido. Él comenzó a moverse hacia atrás y hacia adelante. Al cabo de un rato, ella le enroscó las piernas alrededor de la cintura. Lo apretó fuertemente. Lo hizo eyacular.
Desde esa ocasión, Fabiana iba todas las noches a visitar a Agustín. Conversaban, fumaban, hacían el amor. Una Noche, cuando conversaban desnudos, tendidos en el colchón, Fabiana le dijo a Agustín Tengo una amiga a la que le he hablado bastante de ti, quiere conocerte, ¿puedo traerla mañana? Sí, claro, le dijo Agustín, tráela no más. Ella se llama Flor, hace danza moderna conmigo, y también le gusta la poesía. ¿Escribe poemas? Nunca me los ha mostrado, pero dice que sí.
Al día siguiente, en la tarde, Agustín trataba de escribir un poema, pero no le salía nada. Tenía la costumbre de escribir a mano. Después tipeaba e imprimía lo escrito en alguna cabina de internet. Intentaba crear un poema, pero sólo le salían versos deformes, tullidos, que tachaba con el lapicero. Cuando se hallaba en aquel trance, alguien golpeó su puerta. Siguió con el conato de poema, ignorando los golpes en la puerta. Escribió un verso. Lo leyó y le pareció pésimo. Lo tachó. Volvieron a golpear la puerta. Se puso de pie. Fue hacia la puerta. Abrió. Era Fabiana con una amiga. La amiga era bajita, de cuerpo atlético, tenía los ojos grandes y verdes, la nariz respingada y los labios carnosos. Vestía un polo y un jean ceñido. Hola, Agustín, saludó Fabiana. Hola, saludó Agustín. Ella es Flor, dijo Fabiana señalando a su amiga. Agustín la saludó y le dio un beso en la mejilla. Pasen, dijo luego. Las dos amigas pasaron. Flor se acercó al armario y al escritorio. Tienes bastantes libros, le dijo a Agustín. Luego, mirando la hoja donde estaba el conato de poema, preguntó ¿Tienes problemas con la inspiración? Sí, le dijo Agustín, mi principal problema es que creo que no existe. ¿De verdad crees eso? A veces, a veces sostengo su existencia a pesar de todo, todo es cuestión de ánimo. ¿Escribes poemas? Escribo poemas, cuentos, novelas, ensayos... ¿Y has publicado algo? Este año voy a publicar. ¿Quiénes son tus poetas favoritos? Tengo muchos poetas favoritos. Dime algunos. A ver, me gustan los poetas griegos, los poetas latinos, me gusta Dante, me gusta Juan de la Cruz, me gustan Quevedo y Góngora, me gustan Li po y Basho, me gusta Holderlin, me gustan Baudelaire y Rimbaud, me gustan Breton y Éluard, me gustan Vallejo, Martín Adán y César Moro...Y otros más. Has leído bastante para ser tan joven. Es que supe desde niño que quería ser escritor.¿Tú escribes poemas? Sí, a veces, pero no se los he mostrado a nadie. ¿Y qué poetas te gustan? Me gustan los poetas del siglo de oro español, los románticos ingleses y los surrealistas franceses. Tienes buen gusto. He traído algo, dijo Fabiana, y mostró una bolsa. ¿Qué es?, le preguntó Agustín. Fabiana sacó una botella de whisky. ¿Tienes hielo?, le preguntó a Agustín. Sí, sí tengo,le respondió él. ¿Y vasos? Por ahí tengo unos. Creo que están encima del friobar. Mientras Agustín y Flor conversaban, Fabiana servía whisky en unos vasos en los que había puesto algunos cubitos de hielo. Fabiana me ha dicho que fumas marihuana, le dijo Flor a Agustín. Bueno, sí fumo. ¿Tienes? Sí ¿por qué? ¿quieres? Sí, me gustaría fumar. Agustín abrió uno de los cajones de su escritorio y sacó una bolsa de marihuana. La abrió, cogió un poco de yerba y la volvió a cerrar. También sacó papel de liar del mismo cajón. Preparó un troncho bastante grande. Sentado en su colchón, fumó con Fabiana y Flor. Cuando terminaron, comenzaron a beber. Mientras bebían, Flor le pidió a Agustín que preparara otro troncho. Agustín así lo hizo y volvieron a fumar. Flor se embriagó pronto. Bebieron bastante y fumaron dos tronchos más. En un momento inesperado, Flor se puso de pie y dijo Tengo ganas de bailar. Estoy borracha y estonaza. No tengo radio, le dijo Agustín. No importa, yo me imagino la música y bailo. De niña hacía eso, imaginaba la música y bailaba. Flor comenzó a bailar. Se movía grácilmente, con gran flexibilidad. Movía la cabeza, los hombros, el pecho, la cintura, la cadera, los brazos, las piernas. Fabiana, que también estaba algo borracha y bastante drogada, se puso de pie y acompañó a Flor en su danza. Ambas se movían al son de una música silenciosa. Agustín las contemplaba, sentado en su colchón. Ellas se atraían y danzaban rozándose. Empezaron a excitarse. Fabiana se puso de espaldas a Flor y ésta la rodeó con los brazos y le acarició los senos. Luego la besó en el cuello. Fabiana volteó un poco la cabeza y se dieron un beso en la boca. Agustín se excitó. Las dos chicas se pusieron frente a frente y volvieron a besarse. Después, sin dejar de danzar, se fueron quitando la ropa. Agustín las miraba, embelesado. Cuando quedaron desnudas, fueron hacia él. Lo desnudaron. Se acostaron los tres, hasta quedar agotados.
Fabiana y Flor se convirtieron en visitantes asiduas del cuarto de Agustín. Iban casi todos los días y fumaban, bebían y se acostaban. A Agustín le quedaba muy poco tiempo para leer y escribir. Pensó que se estaba distrayendo mucho de su labor. Acabado el Verano, dejó de abrirle la puerta a sus amantes y amigas. Una tarde de Otoño se encontró con Fabiana en la puerta de la casa. Ella le dijo que lo buscaban y que nunca estaba. Él le confesó que sí estaba pero que no les abría la puerta porque tenía que escribir. Lo lamento mucho, dijo. Qué egoísta eres, le dijo Fabiana. Tengo que escribir, repuso Agustín. ¿Y no te queda tiempo para estar con nosotras? No, en realidad no. No te entiendo, Agustín. Es muy sencillo, tengo que escribir, ya te dije, no puedo estar perdiendo el tiempo. Ah, o sea que con nosotras perdías el tiempo. No sé qué decirte, Fabiana. Mira, mejor no digas nada, quédate tranquilo que ya nunca más voy a golpear tu puerta de mierda.
Durante el Otoño Agustín trabajó intensamente. Escribió mucho. Envió varios trabajos a distintos concursos. Leyó bastante. Le parecía estar pasando por un muy buen momento. Llegado el Invierno, las cosas cambiaron. Agustín perdió fuerza e inspiración. A veces se pasaba todo el día tirado en su colchón, fumando. El Invierno lo deprimía muchísimo. Para combatir esa depresión salía a pasear, pero el Cielo gris, la brisa fría y la neblina lo desazonaban. Sólo la contemplación del Mar lo hacía olvidarse de todo. Un día se le ocurrió revisar sus escritos. Eran cuatro novelas, treinta cuentos, cincuenta poemas y un ensayo en ciernes. Hizo pedazos tres novelas, veinte cuentos, cuarenta poemas y el ensayo. Se consideró un mal escritor. Su trabajo le parecía despreciable. Cayó en una etapa de sequía. No podía escribir nada. Por más que lo intentaba, no podía. Una tarde, al volver de dar un paseo, encontró una computadora en su escritorio. Sobre ella había una nota que decía Para que trabajes mejor-Tu mamá. Agustín encendió la computadora. Vio que tenía internet. Desde aquella ocasión se pasaba los días mirando páginas porno y chateando con amigos y amigas que no veía desde hacía mucho tiempo. Una Noche, alguien llamó a su puerta. No fue a abrir, temiendo que fuese Fabiana. Siguieron llamando. Se oyó una voz desde fuera que dijo Agustín. Agustín, extrañado, se paró- estaba sentado ante el escritorio, viendo una página porno en la computadora-y fue a abrir. Cuando abrió vio a un tipo de su misma estatura, gordo, de cara redonda, ojos verdes, nariz ancha, boca grande y cabello castaño. Fernando, le dijo. Agustín, cómo estás. Ahí, viviendo, pasa, pasa. Se dieron un abrazo. Fernando entró al cuarto. Agustín cerró la puerta. Luego le alcanzó a Fernando la silla del escritorio. Él se sentó en su colchón. ¿Cómo supiste dónde vivía?, le preguntó a su amigo. Fui a tu jato y tu mamá me dio la dirección. Mi mamá no le da la dirección a ninguno de mis amigos, sólo a ti; te considera un chico ejemplar porque estudias Arquitectura en la Católica. Fernando se rió. Luego le preguntó a Agustín ¿Tú todavía no quieres estudiar nada? No. Yo sólo quiero ser escritor. ¿Y qué estás escribiendo? Por ahora nada. Estoy en etapa de sequía. ¿Y te pasas todo el día metido en este cuarto? Por ahora sí. ¿Y qué haces? Miro páginas porno en internet, chateo, fumo marihuana... No la pasas tan mal, entonces. Los dos amigos rieron. ¿No quieres tomar un par de chelas?, le preguntó Fernando a Agustín. Bueno, respondió éste. Salieron a comprar a la tienda de enfrente. Luego volvieron al cuarto. Mientras bebían, Agustín le dijo a Fernando Mi mamá me ha puesto un plazo. Me ha dicho que si en un año no logro publicar nada y no logro ser reconocido como escritor, tendré que estudiar en la universidad. ¿Y cómo te va con eso de publicar y de ser reconocido? Mal, bastante mal. No he logrado ganar ningún premio y no he conseguido que me publiquen nada. En la universidad hay alguien que te puede ayudar. ¿Quién? Es el director del Departamento de Humanidades. Es el profesor más antiguo de la universidad y es todo un humanista. Puedes llevarle tus escritos y decirle que quieres publicar. Él ya te dirá qué es lo que tienes que hacer. Es un buen dato, iré a verlo. ¿Cómo se llama? Juan Carlos García. Iré a verlo. Sí, sería bueno que fueras a verlo. ¿Te apetece un batecito? Bueno.
Poco antes de terminar el Invierno, Agustín logró escribir un poema una tarde triste después de dar un paseo. Se sintió restablecido. Tal vez la sequía había terminado. Aun así, continuaba mirando páginas porno en internet y chateando con sus conocidos. Decidió arreglar eso. Decidió seguir mirando páginas porno, pero con moderación. Y decidió ya no chatear. Poco a poco volvió a escribir con gran tesón, usando la computadora que su madre le había regalado. Incluso fue a ver al profesor Juan Carlos García. Era un anciano de buen porte, alto, de ojos grises, y usaba bigote. Agustín le dijo que era escritor, que aún no había publicado nada y que deseaba hacerlo. A continuación le alcanzó algunos de sus cuentos y poemas. El profesor los leyó ahí mismo. Al terminar la lectura no dio su opinión, pero le dijo a Agustín que podía contactarlo con un editor. Escribió algo en un papel, luego puso el papel en un sobre, y en el sobre escribió un nombre y un número de teléfono. Es un editor joven que publica a jóvenes, le dijo a Agustín, llámalo y ponte de acuerdo con él, y cuando lo veas dale esta carta. Agustín le agradeció mucho al profesor y se retiró. Llamó al joven editor y quedaron en encontrarse en la Alianza Francesa de Miraflores a las siete de la tarde. El encuentro fue breve. El editor tendría unos treinta años y era grueso y de estatura mediana. Tenía el cabello hirsuto, usaba gafas, y llevaba una barba de cuatro días. Agustín le entregó un poemario y unos cuentos que había reunido para que formaran un volumen. El joven editor le dijo que lo llamaría.
Llegó la Primavera. Agustín estaba angustiado. No había ganado ni quedado finalista en ninguno de los concursos a los que había enviado sus trabajos, y el joven editor no lo había llamado. Su producción literaria fue aumentando. Escribía todos los días y se sentía dichoso. Pensó que sería maravilloso escribir sin tener la necesidad de publicar. Escribir por escribir, he ahí la dicha, pensaba. Pero él tenía que publicar. Si no lo hacía, tendría que dejar de escribir. Además, el deseo de ser un escritor reconocido no lo había abandonado. Pensaba que la dicha también consistía en escibir y ser reconocido por ello. ¿Por qué para él era tan difícil lograr eso? A veces se sentía un desdichado. A veces pensaba que su destino no era ser un gran escritor. Una Noche, poco antes de terminar la Primavera, salió a la calle y fue a una farmacia. Allí se compró treinta diazepam. Ni siquiera le pidieron receta médica. Después fue a una tienda y compró una petaca de ron. Ya en su cuarto, se tomó las treinta pastillas y se fumó un bate. Ya fumado y sumamente relajado, se puso a tomar. Cuando ya iba por la mitad de la petaca, alguien llamó a su puerta. No hay nadie, dijo. Agustín, soy yo, dijo el que llamaba. Agustín reconoció la voz de Fernando. Se acercó a la puerta y le dijo Fernando, no te puedo abrir. Por qué, qué pasa, preguntó Fernando. Porque me estoy autodestruyendo. Pero qué dices, ¿estás loco?, yo sólo he venido a tomar unas chelas contigo. Tengo algo de ron, ¿quieres? Sí, bueno. Agustín abrió la puerta. Fernando entró, todo desconcertado. Agustín le dio la espalda y fue, trastabillando, hacia su colchón. Allí se sentó y bebió un trago de ron. ¿Por qué estás tan raro? ¿Has bebido mucho?, le preguntó Fernando. He fracasado, respondió, la Esperanza se acabó para mí. Maldita Esperanza. La Esperanza es una maldición de los dioses, Fernando, ¿nunca has pensado en eso? ¿Por qué me dices eso? Porque tú eres un buen amigo y siempre estás dispuesto a escuchar. ¿Qué te pasa, Agustín? Estás más que borracho. El tiempo se me va a acabar y yo no lograré ser un escritor reconocido. Ah , es eso, se te va acabar el plazo. Sí, querido amigo, y yo prefiero abandonar este gran teatro antes que renunciar a la literatura. Agustín, ¿qué has hecho? Tengo dentro de mí treinta diazepam y media petaca de ron. ¡Puta madre, Agustín, qué mierda has hecho!,¡cómo se te ocurre.! Fernando fue hacia Agustín y trató de levantarlo pasándole los brazos bajo los sobacos. Agustín se zafó y se puso de pie. ¡No te metas en mi vida!, vociferó. Dio unos pasos y cayó al suelo. Luego se levantó y se apoyó en la pared. Fernando fue hacia él y le dio un puñetazo en la barbilla con todas sus fuerzas. Agustín cayó, sin conocimiento. Fernando lo levantó como pudo, se puso detrás suyo y le rodeó el vientre con ambos brazos. De esa manera lo llevó al baño, lo puso frente al váter y le presionó el vientre con fuerza. Agustín vomitó. Fernando le presionó el vientre todas las veces que fue necesario. Finalmente, lo llevó a su colchón y ahí lo dejó dormido. Él se sentó en la silla del escritorio y desde allí veló el sueño de su amigo. Al día siguiente, Agustín despertó pasado el mediodía. Vio a Fernando, que dormía sentado en la silla. Trató de recordar lo que había pasado, pero no pudo. Fernando despertó. ¿Qué pasó?, le preguntó Agustín. Eres un huevón, quisiste dormirte para siempre. Sí, eso quería, no sé qué hago aquí. Hice que vomitaras toda la mierda que te habías metido. ¿Se supone que tengo que agradecértelo? Se supone, pero no lo hagas, no estás bien de la cabeza. Puedo intentar hacerlo otra vez. Hazlo si quieres, ya no creo que aparezca a aguarte la fiesta. Bueno, me voy. Fernando se puso de pie, abrió la puerta de la habitación y se fue.
Llegó el Verano. Agustín no volvió a intentar suicidarse porque consideró que seguir vivo ya era una especie de suicidio. Pasó los últimos días que le quedaban de plazo escribiendo. El día que se cumplió el plazo, revisó todo lo que había escrito. Lo rompió todo y salió a pasear. Fue hasta Pardo, y desde allí anduvo hasta el parque Kennedy. Se sentía mareado. Le dieron ganas de tomar agua. Cruzó hasta Diagonal y vio a su madre sentada en la terraza de un café. Estaba con su novio de hace años, aquel tipo calvo y entrado en años que tenía un Mercedes. Al verlos juntos tuvo ganas de acercarse y de presentarse. No entendía por qué su madre no le hablaba de su noviazgo. Supuso que era por miedo. Miedo a los celos de su hijo. En ese momento, Agustín no se sintió celoso. Pensaba que si su madre y aquel hombre habían durado tanto tiempo juntos era porque de verdad se querían. Aun así, prefirió no acercarse.
Al día siguiente, en la mañana, Agustín esperaba a su madre sentado en la silla del escritorio. Cuando llamaron a la puerta, abrió de inmediato. Hizo pasar a su madre. Se quedaron parados frente a frente. No lo conseguí, dijo Agustín. Ya lo sé, dijo su madre, y lo siento. Gracias por el plazo, mamá. Después de decir eso, Agustín volvió a sentarse en la silla. Bueno, mañana te ayudaré a hacer la mudanza, le dijo su madre, y se fue.
Agustín entró a la universidad a estudiar Derecho y nunca más escribió.