lunes, 3 de agosto de 2009

Las niñas

Para comenzar, he de decir que soy un hombre de treintaidos años al que le gustan las niñas. Quizá esté enfermo, no lo sé. Yo más bien pienso que obedezco a mi naturaleza. Me gusta tanto una niña de diez como una de catorce. Al principio, este particular gusto mío me asustaba, pero con el tiempo he aprendido a asumirlo. Quizá no esté enfermo. Quizá sea un hombre completamente normal. Ahora es Otoño, y los arces del patio se deshojan. Desde mi cuarto, en un primer piso, oigo cómo el viento arrastra la hojarasca. Pienso en el Verano que pasó. Pienso en aquella niña que conocí. Pienso en mi frustración. Es necesario que me explique. Voy a contar mi historia.
Hace dos años, en el Verano, veía desde mi ventana a las niñas que iban a la piscina del patio. Eran niñas de once, de doce, de trece...Yo miraba sus cuerpos florecientes, en traje de baño, y me excitaba sobremanera. Las veía meterse al agua, jugar, tenderse al Sol. Siempre acababa masturbándome. Eso sí, nunca iba a la piscina. No me gustan los lugares en los que se concentra mucha gente, me siento sumamente incómodo en ellos. Aquel era el primer año que vivía en la comunidad, y era también el primer año que vivía en Salamanca. Una tarde, cuando regresaba de hacer la compra, vi salir de mi bloque a una niña de unos doce años. Iba en traje de baño hacia la piscina. Llevaba una toalla rosa sobre su brazo derecho. Era de estatura mediana para su edad, tenía el cabello castaño oscuro, los ojos grandes y negros, la nariz ancha y fina y los labios delgados. Sus senos estaban en flor, su cintura era estrecha y sus caderas estaban perfectamente redondeadas. La saludé con un Hola, y ella respondió a mi saludo con otro Hola. Cuando pasó a mi lado pude oler su perfume. Un perfume dulce, cándido, rosáceo. Miré hacia atrás y pude apreciar sus glúteos. Eran unos glúteos firmes, grandes, divinos. Unos glúteos como para arrodillarse ante ellos. Tuve una súbita erección. Me dieron ganas de seguir a la niña hasta la piscina, pero me refrené y entré a mi bloque. Desde mi ventana, espié a esa hermosa y codiciable criatura. No pude evitar masturbarme.
Me cruzaba a menudo con la niña, y siempre nos saludábamos. Llegué a saber su nombre porque una vez su madre salió tras ella y le dijo ¡Vanesa! ¡Espera! ¡Que se te olvida el bloqueador! Así que todos los días miraba a Vanesa desde mi ventana. Pero no la miraba sólo a ella, también miraba a otras niñas que me parecían muy guapas y que me atraían. Lo que sentía por esas criaturas era deseo, deseo carnal. Pero también apreciaba su belleza de un modo más sublime, más platónico. Sin embargo, lo que primaba era lo carnal. A veces pensaba que era un monstruo. Pero era así, el deseo se despertaba en mí de forma natural, y no podía evitarlo. Me pasé todo el Verano mirando a Vanesa y a sus amigas desde mi ventana.
Durante el resto del año la vi muy poco, casi nada, ya que comenzaban las clases en la escuela y seguramente se dedicaba de lleno al estudio. Tampoco vi mucho a las otras niñas. El Verano siguiente viajé a mi país, Perú, así que no la vi en absoluto. Este Verano que pasó la volví a ver. Estaba más hermosa y codiciable. Su cuerpo estaba en sazón, y sus rasgos habían madurado un poco. Ya debía de tener catorce años. Esta vez no pude controlar mi deseo y comencé a ir a la piscina. Me daba un poco de verguenza, porque mi cuerpo estaba soso y porque además estaba barrigón. Aun así, iba a la piscina, nadaba un poco, y luego me sentaba en el pretil y me quedaba mirando a Vanesa durante horas. La deseaba mucho. Me la imaginaba desnuda, y me imaginaba cómo sería un coito con ella. Durante la Noche, me resultaba imposible dormir. Me quedaba pensando en Vanesa y en la naturaleza de mis deseos. A mí me gustaba esa niña, eso estaba claro, pero por una razón moral no podía acercarme a ella. Más aun, no podía acercarme a ella por una razón natural. Según los demás, la cosa era así. Pero entonces, ¿por qué mis deseos naturales contradecían tan rotundamente a la Naturaleza? Había allí una gran contradicción. Yo deseaba acostarme con Vanesa, pero no debía hacerlo. Eso me estaba prohibido. Yo era un mayor de edad, y ella era una menor. La ley de los hombres me impedía satisfacer mi deseo. Por lo tanto, yo tenía que quemarme vivo y aguantar, resistir la tentación. Algo no acababa de convencerme en todo eso. Me sentía desdichado, me consideraba un monstruo, un depravado. Sin embargo, estaba seguro de que a otros adultos Vanesa y otras chiquillas como ella también los atraían. La diferencia era que ellos reprimían sus deseos. Yo no reprimía nada, yo sólo dejaba fluir lo que sentía, y me dejaba llevar por mi pervertido gusto. ¿Por qué no podía acercarme a Vanesa y decirle que quería ser su amigo? Si hacía eso, todos me considerarían un pederasta. Pero yo pensaba que podríamos ser amigos y luego novios. Era una locura eso que pensaba. Estaba la enorme diferencia de edad, que nos impedía ayuntarnos. Yo estaba perdido. Iba a ser un infeliz para siempre. Un reprimido, como todos los demás.
Continué yendo a la piscina para apreciar a Vanesa. La veía meterse al agua, nadar, salir empapada, tenderse al Sol. Notaba cómo se iba secando lentamente, mientras las gotas de agua resbalaban por su pecho y por su vientre. La veía cambiar de postura, quedar tendida boca abajo. Sus glúteos turgentes parecían una suave colina bajo el Sol. Yo padecía una constante erección, lleno de deseo por esa adolescente.
Una tarde, un hombre al que nunca había visto llegó a la piscina y se sentó sobre su toalla. Era de estatura mediana, flaco, correoso, de cara aguileña. Vanesa se acercó a él y hablaron un momento. Debe ser familiar suyo, tal vez sea su padre, pensé yo. Vanesa volvió a juntarse con una amiga rubia que tenía, y el supuesto padre se quedó sentado en su toalla. Traté de mirar a Vanesa con disimulo, pero casi no podía. Tanto era el deseo que sentía por ella. Mientras yo la observaba, su supuesto padre me observaba a mí. El tipo comenzó a ir todos los días, y todos los días me observaba mientras yo observaba a Vanesa.
Una tarde, Vanesa y yo entramos juntos al bloque en el que vivíamos. Nos saludamos y subimos hasta el rellano donde estaba el ascensor. Yo vivía en el primero, así que no necesitaba el ascensor, pero me quedé en el rellano para ejecutar algo que había resuelto. Sé que te llamas Vanesa, le dije a la niña. Ella me miró con asombro. Yo me llamo Alfonso, le dije. Sólo quería decirte que quiero ser tu amigo. Me sentí sumamente ridículo. Pensé que lo mejor hubiera sido decirle Quiero acostarme contigo, me gustas mucho. Ella no sabía qué decirme. Sé que soy mayor que tú pero me pareces una linda chica, y como no tengo ninguna amiga en la comunidad pensé que tal vez tú querrías serlo. Al menos ya nos conocemos bastante de vista. Le ofrecí la mejor de mis sonrisas. Ella también sonrió y me dijo Claro que podemos ser amigos. Sin problema. Gracias, le dije yo, lo aprecio mucho. ¿Entonces puedo hablarte cuando te vea en la piscina? Sí, claro, me respondió ella. El ascensor se abrió. Ella entró. Adiós, le dije yo. Adiós, me respondió. Las puertas del ascensor se cerraron y yo subí a mi piso.
Esa Noche me pregunté, durante el insomnio, si yo no sería una de esas personas que se enamoran instantáneamente de otras. Porque parecía estar enamorado de Vanesa. Quizá el deseo que sentía era algo anejo al enamoramiento. O tal vez era otra cosa. Tal vez yo primero la había deseado y luego me había enamorado. Estaba muy confundido.
Al día siguiente, fui a la piscina y vi que Vanesa estaba nadando. No había mucha gente en el lugar. Yo me senté en el borde de la piscina. Cuando Vanesa salió del agua, se sentó junto a mí. Has nadado bastante, le dije. Sí, es que me encanta nadar, me dijo ella. A mí también, le dije yo. ¿Y por qué no entras a nadar?, me preguntó. Porque prefiero quedarme conversando contigo. Ella sonrió. Nos quedamos conversando largo rato. Hablamos del Verano, de la piscina, de los vecinos, de mi país, de lo que le gustaba hacer a ella, de lo que me gustaba hacer a mí, de sus amigas, de mis amigos, de los programas de la tele, de las canciones de moda, y de otras cosas más. Mientras conversábamos, llegó el supuesto padre de ella. Ella se puso de pie diciéndome Ya vuelvo. Fue hacia el tipo aquel, conversó con él y después de un rato volvió a sentarse a mi lado. ¿Quién es él?, le pregunté. Es mi padre, me respondió. Quise que me tragara la tierra. El padre no dejaba de observarme. ¿A él no le molestará verte conmigo?, le pregunté a Vanesa. No, claro que no, me respondió ella. ¿No te preguntó por mí?, la interrogué. Sí, me preguntó quién eras, me respondió ella. ¿Y tú que le dijiste?, volví a interrogar. Que eras un amigo, me respondió. Ese día la pasé muy bien. Había estado cerca de Vanesa, la había contemplado, la había oído, la había gozado.
Al día siguiente, fui a la piscina y no encontré a Vanesa. A quien sí encontré fue a su padre, que estaba en el mismo lugar de siempre, sentado sobre su toalla. Al verme, se puso de pie y caminó hasta donde yo estaba. Te he visto conversando con mi hija, me dijo. Sí, señor, somos amigos, le dije. No me vengas con eso, replicó, he visto cómo la miras, te he visto mirarla durante días. Tú lo que eres es un pervertido. No quiero volver a verte cerca de mi hija. Ya hablé con ella. Si te vuelvo a ver cerca de ella te doy de hostias y llamo a la policía. Después de decime eso se fue a su lugar. Yo decidí marcharme. Viejo hijo de puta, pensé, no entiendes nada. Me quiero follar a tu hija, pero no lo hago porque la ley de los hombres me lo impide. Sin embargo, me voy a cagar en esa ley, hace tiempo que quiero cagarme en ella. Estoy enamorado de tu hija, viejo gilipollas, pero no te digo nada porque me considerarías un monstruo. Te pediría permiso para acostarme con ella, y si tú comprendieras, si tú entendieras que la naturaleza humana es así, me darías permiso. Pero ya ves, eres un gilipollas. Ya me follaré yo a tu hija y a quienes me dé la gana. Estoy harto de reprimirme. Cuando pasé por el ascensor, Vanesa salía de él. Hola, le dije. Mi padre no quiere que hable contigo, me dijo ella, algo asustada. ¿Qué te ha dicho? ¿Que soy un pervertido?, le pregunté. Sí, me respondió ella. Vanesa, le dije, estoy enamorado de ti. Soy mayor que tú, pero me gustas mucho, eres hermosa. Y no te miento. Ella puso cara de asombro. Te espero hoy a las diez y media en la piscina, necesito hablar contigo, le dije, no me tengas miedo. No quiero hacerte daño. Más aun, nos vemos hoy en la piscina y luego dejamos de vernos si así lo quieres. Ella se mantuvo en silencio un rato y luego me dijo Está bien.
En la Noche, a las diez y media, yo estaba sentado en el borde de la piscina. La luna rielaba en el Cielo y se reflejaba en el agua. Vanesa llegó y se sentó a mi lado. Hola, me dijo. Hola, gracias por venir, le dije yo.
-No puedo quedarme mucho tiempo. Si me demoro, mi padre saldrá a buscarme.
-No te preocupes. No nos demoraremos.
-...
-Lo que te dije es cierto. Estoy enamorado de ti. Desde que te vi por primera vez, hace dos años, me gustaste.
-Pero tú eres mucho mayor que yo.
-Eso no importa. Mi edad no impide que yo te ame.
-¿Por qué me amas?
-Eso no puedo explicarlo. Eso es algo que me sale de adentro, de muy adentro.
-Mis padres no me dejarían estar contigo.
-Podríamos estar juntos en secreto.
-...
-Yo te amaría siempre...
Acerqué mi cara a la de ella. Mis labios buscaron sus labios. ¡Hijo de puta!, escuché. Volteé. Era el padre de Vanesa. Me puse de pie. El padre de Vanesa se acercó corriendo y me asestó un golpe en la cabeza con el puño derecho. Me cubrí y él siguió golpeándome. Vanesa lo cogía de la cintura y le decía, llorando,Papá, por favor, no le pegues. Él no le hacía caso. Me pateó en el vientre y me hizo caer a la piscina. Me hundí y luego emergí. ¡No quiero que vuelvas a acercarte a mi hija!, vociferó. Después se fue con Vanesa. Salí de la piscina y me senté en el borde, empapado. Me quedé pensando. Yo era alguien cuyos deseos naturales eran condenados por los demás. ¿Cómo iba a vivir tranquilo entonces? Y si esos deseos eran malos, ¿por qué los tenía? Nadie se daba cuenta de que la naturaleza humana era así. Todos estaban reprimidos. Yo lo estaba menos, pero al fin y al cabo también lo estaba. Yo sufría, y mucho. Mi naturaleza era considerada corrompida, depravada. Las lágrimas temblaban en mis ojos. Algún día me follaré a todas las niñas que quiera, pensé, y me limpié una lágrima rencorosa y furibunda que resbalaba por mi mejilla.

1 comentario:

  1. En si me gusto todo, pero mas Me gusto esa frase en la que dice ... "Eran unos gluteos firmes,grandes, divinos.Unos gluteos como para arrodillarse ante ellos.. jeje

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