sábado, 1 de agosto de 2009

El fauno

Una mañana de Febrero fui a la playa Cantolao, en La Punta. En el Cielo celeste, poblado por cirros blancos, ardía el Sol. No había nadie en la playa. Los bañistas solían llegar entre las once y las doce, y apenas eran las nueve. Me senté en medio de la playa, sobre las piedras violáceas. Miré el Mar de plata verde, tan calmo como el Mar de Galilea. A lo lejos, estaban los veleros, los yates, y más lejos aún, casi confundidos con la bruma, los mastodónticos buques grises. Las gaviotas plañían y se posaban en la orilla, se quedaban allí un rato y luego tornaban a volar. Algunos pelícanos rasaban las ondas, buscando alimento. Un lobo de Mar asomaba la negra cabeza cerca a la roqueda. Hacía calor. Me saqué la camiseta y me quedé en bañador. Sentí el ardiente resuello del Sol en el pecho y en la espalda. Me puse de pie y anduve hasta la orilla.Allí, las cabrillas se rompían y me lamían los pies. El agua estaba muy fría. Sin pensarlo mucho, corrí y me sumergí. Al sacar la cabeza estaba totalmente espabilado. Me puse a nadar. Cuando llegué a la boya me quedé flotando boca arriba. Las ondas me mecían. Mi cuerpo estaba relajado, casi ingrávido. Miré al Sol y me llené de dicha. No pensaba en nada. Sólo oía el rumor del agua viva. Al cabo de un rato, me di la vuelta y nadé hacia la orilla. Al llegar, fui a mi sitio y me tendí sobre las piedras calientes. Nunca llevaba toalla, ni mochila.Me senté. Desdoblé mi camiseta. Allí, entre los dobleces, había dejado mi billetera y mi encendedor. Cogí la billetera, la abrí, y saqué un porrito de marihuana. Me lo puse en la boca, lo encendí, aspiré, tragué el humo. El sabor era fuerte, amargo, exquisito. Percibí el olor dulzón. No eché casi nada de humo. Di otra calada, larga y profunda. Inmediatamente, mi mente y mi cuerpo se relajaron. Fumé hasta quemarme los dedos. Guardé la pava y volví a tenderme sobre las piedras. Éstas parecían suaves algodones. La voz del Mar recitaba salmos. La campana de la iglesia marcaba la hora y se quedaba resonando dentro de mí. Las gaviotas pasaban rozándome la cara. Me quedé dormido.
Me despertaron unas voces femeninas, juveniles, gozozas. Me senté y vi a cuatro chicas adolescentes que jugaban en el agua, cerca de la orilla, frente a mí. Miré alrededor. La playa aún estaba despoblada. Me fijé en las adolescentes. Tendrían entre doce y trece años. Dos eran rubias y dos eran castañas.Una rubia llevaba un bikini rojo y la otra rubia llevaba un bikini azul, una castaña llevaba un bikini negro y la otra castaña llevaba un bikini blanco. Jugaban con una pelota roja, gritando jubilosamente y riéndose. Se acercaban a la orilla y se alejaban de ella alternativamente, de modo que el agua a veces les cubría las rodillas y a veces les llegaba a la cintura. Miré atentamente a cada una de ellas. Ojos verdes, ojos marrones, ojos grises, narices finas, narices delgadas, narices anchas, bocas pequeñas, bocas grandes, bocas rosáceas, senos en flor, senos nacientes, senos blancos, vientres bronceados, vientres firmes, cinturas estrechas, cinturas cimbreantes, caderas sinuosas, glúteos respingones, abundosos; muslos musculosos, piernas torneadas... Parecían nereidas jugando bajo el Sol. La luz del astro reverberaba en el agua, y ellas jugaban entre esos graciosos reverberos. Sus cuerpos, ungidos con aceite bronceador, casi relucían. Sus cuerpos lustrosos y lustrales. Pensé en lo feliz que sería jugando con ellas. Reiría con ellas, sería dichoso con ellas. Me gustaban, definitivamente me gustaban. Me imaginé divirtiéndome con ellas, pasándoles la pelota, abrazándolas, besándolas, acariciándoles los cuerpos aceitosos...Con ellas yo podría ser puro. Podría jugar con ellas en la playa solitaria, nuevamente joven, nuevamente adolescente. El corazón comenzó a latirme más rápido. Me dio un súbito dolor de cabeza. Se me erectó el pene. Una parte de mí deseaba jugar con esas niñas, cándidamente, como si retornara a un paraíso perdido; pero otra parte de mí las deseaba carnalmente, como si volviera a padecer la febril lujuria adolescente, como si quisiera saciar mis más bajos apetitos. No sabía qué hacer. Tenía ganas de acercarme a ellas y preguntarles ¿Puedo jugar con ustedes? Pero también tenía ganas de sacarme el bañador y de correr hacia ellas y de hacer una orgía allí mismo, en el Mar. Ellas no se fijaban en mí, y eso me hería. Soy un tipo de treinta años ya, y estoy un poco panzón, pensaba, quizá ni siquiera las atraiga. Sin embargo, ¿qué me impide ir hacia ellas y tener un coito con cada una? Algo me lo impide, una parte de mí me lo impide.En todo caso, qué maravilloso sería jugar con ellas o ultrajarlas. Ambas cosas me harían feliz. Esas niñas me purificarían. Sí, sólo tenía que tocar sus cuerpos. Sus cuerpos lustrosos y lustrales.
Estuve mirando atentamente a las cuatro adolescentes hasta que salieron del Mar. Bellas nereidas. Criaturas de mi deseo. La gente comenzaba a llegar a la playa.
Desde aquel día empecé a ir todas las mañanas a Cantolao. Y todas las mañanas contemplaba a las cuatro adolescentes jugando en el Mar. Llegué a pensar que mi conducta era la propia de un fauno. Sí, yo era un fauno compuesto por tres partes, la parte humana, la parte animal y la parte divina. Esas cuatro niñas despertaban mis tres partes.Mi parte divina deseaba jugar con ellas inocentemente, mi parte animal deseaba realizar una orgía con ellas, y mi parte humana observaba, reprimida. ¿Pero no podría ser mi parte divina la que deseaba carnalmente a esas niñas y no podía ser acaso mi parte animal la que quería jugar con ellas candorosamente? No lo sabía, sólo sabía que era un fauno que se deleitaba mirando a esas niñas. Era un fauno de treinta años, libidinoso y panzón. Era un fauno que acechaba a esas nereidas que jugaban con una pelota roja en la marina. Era un fauno que no sabía si obedecer a su parte animal o a su parte divina. Tal vez era la parte divina la que azuzaba la lujuria. Zeus había fecundado a Dánae, a Leda, a Europa. Lo divino también era lujurioso. Una mañana, mientras pensaba en esa cuestión, mirando a las cuatro niñas y fumando un porrito, oí una voz que me decía ¡Oye! ¡Oye tú! Volteé y vi a un tipo alto, grueso, rubio, de unos treintaitantos años. ¿Sí? ¿Qué quieres?, le pregunté. Te gusta mirar a las niñas, ¿no?, me dijo. No le respondí. ¡No te hagas el pendejo! ¿ah?, me increpó, ¡hace varios días que te estoy viendo! ¡Mi departamento está acá atrás y te he visto todas las mañanas mirando a mis sobrinas! Ah, son tus sobrinas, le dije con gran calma. ¡Sí, pues, huevonazo!, exclamó ¡Son mis sobrinas y ya me he dado cuenta que las miras todos los días! ¡Te gustan las chibolas! ¿no? Me gusta verlas jugar, verlas jugar es un deleite para mí, pero no creo que me entiendas, le dije. ¿Y verlas jugar te pone al palo?, me interrogó, señalando el bulto que empujaba mi bañador. No dije nada. ¡Puta madre! ¡Encima eres un fumón!, me dijo.Mira, si te vuelvo a ver por acá por Dios que te mato, ¡por Dios! ¡Así que ya sabes! Yo di una calada a mi porrito. El tipo se volvió hacia donde estaban sus sobrinas y las llamó con un silbido. Ellas voltearon y él les hizo una seña, indicándoles que salieran del agua. Luego se volvió hacia mí y me dijo¡Ya sabes! ¿ah? ¡Estás advertido, pervertido de mierda! Dio media vuelta y se fue. Las cuatro niñas salieron del agua y fueron tras él. Huevonazo, pensé yo, él que va a entender lo que me pasa. Él que va a entender que contemplar a esas niñas es un deleite. Él que va a entender que soy un fauno. Huevonazo...Me llama pervertido y no sabe que lo mío es un movimiento natural. De hecho él también lo siente, pero lo reprime. Maldito cobarde.
A la mañana siguiente volví a Cantolao. Nadé, me fumé un porrito y me eché a esperar a que las niñas llegaran a jugar. Llegaron un poco más tarde de lo habitual. Comenzaron a jugar. Yo las contemplaba, embelesado. Son bellas nereidas, pensaba, son unas hermosas criaturas, son...¡Oye huevonazo de mierda! Volteé. Era el tío de las nereidas. Sostenía una piedra de tamaño considerable con las dos manos, sobre su cabeza. Yo lo quedé mirando. ¡O te vas o te rompo la cabeza!, me dijo. No le dije nada. Seguí mirando a las nereidas. De pronto, sentí un fuerte impacto en el lado derecho de la cabeza. Caí hacia un lado. Sentí que perdía el conocimiento. Noté que las nereidas me miraban, con expresión de asombro. Dos de ellas se tapaban la boca con la mano. Sonreí. Una especie de telón negro me cubrió los ojos.

2 comentarios:

  1. Buenaa.!! aunq yo ,hubiera ido, pero me iria a otra parte a verlas jej

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  2. Es claro que el personaje tiene bien definidas las emociones, lo que pasa es que las demas personas solo la reprimen, pero a veces es bueno hacerlo, si no que sería de la familia... menos mal que solo es ficción no?

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