jueves, 25 de marzo de 2010

Primavera

Principios de Primavera. Busco un brote mientras camino, en los chopos, en los sauces, en los álamos. En el Cielo blanco, una mancha blanca, el Sol. Llovizna. Primavera aún no termina de instalarse. Atardece. Suenan las campanas, corre el viento. El ser está hinchado y dolido. Tal vez ha sufrido una fractura durante alguna de esas preguntas que se hacen mientras se camina sin rumbo por las calles, o por la ribera del río. Miro al cenit. Pienso en el Absoluto, que me aplasta la cabeza. El río refleja el Cielo blanco, nuboso. Las palabras pierden relieve y luego pierden, por completo, su significado. Camino entre signos de interrogación, entre signos desconocidos que laten al pie de los árboles. Nada significa nada. Angustia. Nerviosismo. Desesperación. Estoy en un Mundo donde nada puede nombrarse. Los seres y las cosas están donde están, sólo un momento más, porque después comienzan a desaparecer, hasta dejar yermo el Mundo. ¿También yo he de desaparecer? Porque no puedo nombrarme, y no sé qué soy. El canto de un mirlo hace que todo vuelva a la normalidad. Los árboles son otra vez los árboles, el río es otra vez el río, yo soy otra vez yo. Anochece. Tañen las campanas. El Azur pinta el Cielo. Quisiera llegar más allá del Azur, y palpar el infinito. Aunque asiendo un poco de aire ya estoy tomando contacto con el infinito. Pero de todas maneras quisiera llegar, con la comprensión, más allá, más allá. Se desata el bucle de Venus. Mi ser cojea. La limitación me acongoja. Soy un individuo limitado que quiere saber qué hay más allá de los límites. Mi naturaleza y mi posibilidad se contradicen. El Azur se pone negro. Vuelvo a casa

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