miércoles, 16 de diciembre de 2009

Feliz Navidad

Faltaba poco para llegar a Lima. A través de la ventanilla del avión, Alfonso miraba las nubes enormes, blancas, acolchadas. Pensaba en cómo sería caer desde esa altura. Le daba vértigo, pero también sentía cierta liberación. Caer desde esa altura sería delicioso,blando, deleitoso. Habría tiempo para pensar, incluso hasta para reflexionar mientras se caía. Sintió demasiado vértigo, así que dejó de mirar por la ventanilla. Reclinó la cabeza en el espaldar del asiento. Cerró los ojos. No había podido dormir en todo el viaje, a pesar de haberse atiborrado de pastillas para dormir. Ya quería llegar a Lima. Le hacía mucha ilusión ir a pasar la Navidad a su casa. Hacía dos años que la pasaba fuera, en España. Recordó cómo la había pasado el año anterior. Se había quedado en Salamanca, donde estudiaba. Había comprado dos bolsas de paella congelada y una botella de dos litros de Coca Cola. Había salido a caminar en la Noche. Se había preparado la cena. Había tomado muchos ansiolíticos y había fumado mucha marihuana. Finalmente, había recibido las doce a solas. Se había dicho Feliz Navidad, y había recordado las Navidades de antaño, aquellas que pasaba en compañía de su familia. Recibió las llamadas de su madre, de su padre, de su abuela, de sus hermanos. Cenó. Bebió Coca Cola. Fumó marihuana. Tuvo Nostalgia. Sintió su Soledad. La Navidad anterior a esa la había pasado en Barcelona, con su amigo Sansón Arbizu y su familia. Ahora, después de dos años, la pasaría con los suyos. Estaba alegre, tanto, que había dejado de sentir la desazón que venía sintiendo desde hacía un mes poco más o menos. Pensó en su malestar. De un momento a otro había sentido una terrible Angustia. Sentía que se ahogaba, que estaba solo en medio de una pesadilla. Poco a poco había ido deprimiéndose. Una depresión de gran magnitud lo aplastaba. No comía, no tenía ganas de hacer nada, ni siquiera de leer y de escribir sus cuentos y sus poemas. Sólo fumaba marihuana y tomaba antidepresivos y antipsicóticos que no lo aliviaban, sino que, todo lo contrario, lo hacían sentirse mucho peor. Pero los tomaba porque el psiquiatra que lo había examinado en Lima hacía cuatro meses se los había recetado. Había bajado de peso, diez o quince kilos. Se pasaba los días tirado en su cama, pensando en lo que le pasaba. No podía dormir. El insomnio lo atenazaba. Tenía miedo, pero no sabía de qué. Tenía los nervios de punta. Sentía que se le moría el alma. No sabía a quién acudir. No sabía a quién pedir ayuda. La Angustia y la depresión lo devoraban silenciosamente. Se hallaba desesperado, flébil, atormentado. Su mente no funcionaba bien. Su pene estaba muerto. No se le encendía la libido. No se le erectaba el miembro. Era un muerto en vida. Su vida era lúgubre. Sin embargo, al subir al avión se había reanimado. Estaba alegre e ilusionado. Le parecía haberse convertido en un hombre nuevo.
Mientras el avión aterrizaba, Alfonso miraba el Mar y los botes de los pescadores. El Sol iba ocultándose poco a poco. Qué grato era estar otra vez en Lima. Al concluir el aterrizaje la mayoría de los pasajeros aplaudió. Era día veinticuatro, vísperas de Navidad. Toda la gente parecía estar contenta. Después de pasar por migraciones, Alfonso recogió su maleta y salió. Buscó a sus familiares con la mirada, pero no los encontró. Fue hacia los teléfonos públicos. Quiso llamar a su casa, pero no tenía monedas de su país. Decidió esperar. Al cabo de un cuarto de hora, vio llegar a su papá. Se abrazaron. Al separarse, su papá le dijo Estás flaco. Sí, he bajado de peso, dijo él. Mientras conversaban llegó su novia. Se abrazaron y se besaron. Luego salieron. Hacía calor. Alfonso vio cómo sus dos hermanos y su amigo Claudio se aproximaban a donde él estaba. Se encontraron. Hubo más abrazos. Mamá no vino porque se quedó arreglando la casa, dijo Fernando, el hermano menor de Alfonso. Se quedó en la casa, pero nos prestó el carro, acotó Julio, el segundo hermano de Alfonso. El papá de éste dijo que él iría en combi. Como no se llevaba bien con la mamá de sus hijos, prefería no subir a su carro. Alfonso, sus hermanos, su novia y Claudio fueron hasta donde estaba el carro, acomodaron la maleta en el maletero y se subieron. Fernando manejó. El Sol anaranjado iba ocultándose. Alfonso estaba feliz. Propuso ir a La Punta antes de ir a casa, en Maranga. Fernando se desvió. Alfonso abrió la ventanilla y dejó que el viento lo cacheteara. Cuando llegaron a La Punta compraron cerveza en una tienda y luego fueron a estacionarse frente a una playa. El Sol ya se había acostado. Bajaron del carro y comenzaron a beber. Conversaron bastante. Se fueron cuando comenzó a anochecer. Al llegar a casa, Alfonso acarició a sus dos perras en el jardín. Luego entró a la sala. Allí encontró a su mamá, sumida en mil ajetreos. La abrazó fuerte y la besó varias veces. La casa estaba hermosa. Su mamá la había decorado con buen gusto y profusión. Saludó también a su abuela, que lloró de emoción al verlo. Luego subió a su habitación acompañado por su novia. Cuando estuvieron solos, a puerta cerrada, se abrazaron y se besaron. Alfonso padeció una dura erección. Se bajó la bragueta y se sacó el pene, yerto y resurrecto. Alzó el vestido de su novia, le bajó las bragas y se lo metió con fuerza. Se tendieron en el suelo. Pasados unos minutos, ambos se corrieron. Alfonso se sintió feliz. La Angustia y la depresión habían quedado atrás. Satisfecho, se fue a duchar. Se sintió aún mejor cuando estuvo duchado y con ropa limpia. Acompañó a su novia al paradero y la embarcó en un taxi. Al volver a su casa, su hermano Fernando le propuso ir a pasear en el carro de mamá. Alfonso accedió. Ya era de Noche. Se fueron primero a "El Pollón" de la avenida del Ejército. Allí comieron un par de sánguches de pollo y bebieron una jarra de chicha. Conversaron. Estuvieron contentos. Después subieron al carro y fueron hasta la iglesia Corazón de María. Fernando se estacionó. Alfonso salió del carro. La gente salía de la iglesia. Alfonso entró y contempló los ornamentos del templo. Al salir, se encontró con Fernando y juntos volvieron al carro. Retornaron a Maranga. Alfonso le dijo a Fernando que fuera a casa de un amigo llamado Cristian para comprarle marihuana. Fueron a la casa del amigo y le compraron diez soles de yerba. Poco rato después, estaban estacionados a un lado del Parque de las Piletas. Alfonso se hizo un porro y comenzó a fumar. Fernando no quiso dar ni una calada. Cuando Alfonso terminó de fumar fueron a la casa de unos amigos. Estos amigos eran tres hermanos llamados Gabriel, Ernesto y Daniel. Tenían una hermana llamada Fabiola con la que Alfonso había tenido un breve idilio. Tocaron el timbre. Ernesto fue quien abrió. Saludó a Alfonso y a Fernando efusivamente y los hizo pasar. En la sala estaban Gabriel, Daniel, Fabiola, los padres de éstos, un señor con pinta de extranjero y una chica con pinta de extranjera. Alfonso y Fernando saludaron. Daniel les presentó al señor y a la chica con pinta de extranjeros. Eran su futuro suegro y su futura esposa, y ambos eran ingleses. Daniel hacía cinco años que vivía en Europa y había ido a pasar la Navidad con su familia. Alfonso estuvo muy hablador. Le dijo a Daniel que no le había escrito porque quería estar tan bien como él para hacerlo; también dijo que era un honor estar donde estaba y que se alegraba mucho de ver a sus amigos. Ernesto les alcanzó un par de copas. Alfonso propuso un brindis por la futura boda de Daniel y todos brindaron y bebieron. Faltaba poco para las doce. Alfonso y Fernando se despidieron de todos y se fueron a su casa.
Sentados a la mesa, Alfonso y su familia esperaban a que fueran las doce. Cuando el reloj marcó la hora esperada, hubo abrazos y besos. Después de los saludos y de los parabienes, llegó la cena. Mientras la mamá de Alfonso servía la comida, éste se comenzó a sentir terriblemente solo, deprimido y angustiado. Tuvo ganas de decirle a su familia que se sentía mal. Estuvo a punto de pedirles ayuda, de pedirles auxilio. La euforia ya se le había pasado, y ahora volvía a sentir la terrible Angustia y la depresión horrenda, pesadillesca, que había sentido en Salamanca. No sabía qué hacer. Tuvo que hacer un gran esfuerzo para no gritar la palabra Auxilio.

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