sábado, 21 de agosto de 2010

Bestia aprendiendo a ser hombre

Aprender a ser hombre, poco a poco, sin prisa. No importa que el aprendizaje no se termine a causa del óbice de la muerte. Al menos se intentó ser un hombre. Arena de los cerros entra en mis ojos, arena caliente de los cerros. Mi cabeza es un microcaos y no entiende por qué las pestañas me cortan las ojeras. Ya no pienso en el Bien y en el Mal, sino en lo que hubo antes de ellos. Rosas y lirios de marfil, violetas de amatista, yerbajos de esmeralda; campanillas que cubren los acantilados, mioporos que agita la brisa. El Mar, abajo, esperando un cuerpo sin alma. Fausto se arrojaría a las aguas, renunciando a su sabiduría inane. La vida consiste en aprender a ser humano. Y ser humano es ser una contradicción viva. Mis manos arden, queman, frotan mi rostro. Es la desesperación. Mis pies son picoteados por los buitres, en tanto se derraman diamantes que son el rostro oculto de la vida. Suenan violines, al atardecer, cuando uno se va quedando agradablemente solo. Entonces olvido que soy un hombre, y soy beato por un momento, breve pero lento. Al anochecer, Venus se despeina y la Luna riela. Corto mis brazos con una navaja, me castigo sin saber por qué. El hombre es culpable de algo terrible, por eso da miedo ser hombre. Bestia triste y tierna, salvaje e incomprensible; bestia que es el hombre, bestia que será siempre, pero con corazón. Aprender a ser hombre, despacio, muriendo, viviendo desesperado; aprender a ser hombre a pesar de ser una bestia.
Y tener pensamientos metafísicos mientras me corto las uñas.

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