martes, 24 de noviembre de 2009

El hermano menor

Su primer amor fue la primera novia de su hermano mayor. Ella se llamaba Helena y él nunca la hubiera conocido si sus padres no se hubieran separado. A causa de dicha separación, él se había mudado con su madre a un condominio en Monterrico, y su hermano mayor se había quedado con su padre en la vieja casa de san Miguel. Tenía diez años cuando se mudó. Era Verano. En el condominio pronto se hizo amigo de las dos hermanas que vivían en la casa de al lado. Se llamaban Lola y Lupe, y tenían once y nueve años, respectivamente. Por medio de ellas conoció a los otros niños del condominio. Jugaba con ellos a las escondidas, a la pelota, y a las chapadas. También se reunían en la casa de alguno de ellos para jugar Nintendo. Un día, Helena apareció con Lola y con Lupe. Tenía catorce años, y era prima de las dos chiquillas. Había llegado de Guadalupe para pasar el Verano en Lima. Cuando él la vio, quedó instantáneamente enamorado. Nunca había visto a una chica tan hermosa. Tenía la piel dorada y los ojos de color verdemiel. Su nariz era pequeña y fina, algo respingada; sus labios eran carnosos, su cabello era castaño y ondulado, sus senos eran bastante grandes para su edad, su cintura era estrecha y elástica, y sus piernas eran torneadas. Lola los presentó. Helena, él es Javier. Javier, ella es Helena. Se saludaron con un beso en la mejilla. Javier era más bajo que Helena, y eso lo hizo sentirse ridículo. Le dio la impresión de que ella era inalcanzable para él. Helena jugaba con los niños como si fuera una niña más. No se percataba de que Javier estaba terriblemente enamorado de ella. Le gustaba mucho y la amaba sin medida, aunque no pudiese definir lo que sentía por ella. Helena se vestía ligeramente, con polos y shorts cortitos, y con sandalias. A Javier se le paraba cada vez que la veía. No podía reprimir su deseo. En su cuarto se masturbaba precozmente imaginándola con sus polos abultados por sus senos y con sus shorts tan cortos que casi mostraban parte de sus glúteos. Pensaba en ella todo el día, y casi toda la noche. Amaba estar a su lado. Ella lo trataba con un cariño especial, le parecía un niño encantador. Además, reconocía que de grande iba a ser bastante atractivo. A Javier le encantaba el dulce y quejumbroso acento norteño de Helena. Ella lo quería y a veces lo fastidiaba diciéndole Qué guapo eres o Cuando seas grande vas a ser mi novio. Javier se ruborizaba, pero después, cuando estaba a solas, esas cosas que Helena le decía eran su refrigerio favorito. Se llenaba de ilusión y su amor se encendía más y más, con todo el fresco fuego que podía tener el corazón de un niño de diez años. Cada vez se masturbaba menos pensando en ella. El pene ya no se le paraba tanto cuando la veía con sus polos y sus shorts chiquitos. Lo que más quería era estar a su lado, aun sin mirarle las tetas, aun sin verle las piernas. Quería gozar de su compañía. Con eso le bastaba. Comprendió que estaba enamorado sin remedio. Y ella, Helena, jugaba y conversaba con él a diario, sabiendo perfectamente que la amaba.
Fernando, el hermano mayor de Javier, iba casi todos los fines de semana a visitar a su mamá y a su hermano menor. Tenía diecisiete años y era un adolescente taciturno, fuerte y perturbado. Hacía mucho deporte y escribía poemas. La separación de sus padres lo había afectado mucho, y se había operado en él un cambio interno. Paraba solo, sentía una melancolía constante, tenía pesadillas, padecía insomnio y fuertes dolores de cabeza. Un fin de semana fue al condominio y se cruzó con Helena. La belleza de la muchacha lo noqueó. Sus ojos le imprimieron una mirada indeleble. Esa noche no pudo dormir pensando en ella. Quería muchísimo a su hermano menor. Cada vez que lo veía le daba mil abrazos y mil besos, y jugaba con él. Javier también lo quería mucho. Ambos se echaban mucho de menos. Desde que Fernando vio a Helena comenzó a ir al condominio con mayor asiduidad. La espiaba desde la ventana del cuarto de su madre, que estaba en el segundo piso. Hacía a un lado la cortina y la esculcaba a través de la ventana. Mientras la miraba se masturbaba. Ella le parecía una mujer hermosa, inquietante y codiciable.
Una tarde, Fernando llegó a la puerta de la casa de su madre y encontró allí a Helena. Hola, la saludó. Hola, le dijo ella, venía a buscar a Javiercito. Ah, no sé si está, ahora entro y me fijo. Ah ya, muchas gracias. Fernando entró a la casa. No encontró ni a Javier ni a su madre. Seguramente habían salido juntos. Salió de la casa y le dijo a Helena No está. Debe haberse ido con mi mamá. Ah ya, ¿tú eres su hermano?, le preguntó Helena. Sí, soy su hermano mayor, respondió Fernando. Yo soy Helena, soy amiga de Javiercito. Ah, mucho gusto, yo soy Fernando. Se dieron un beso en la mejilla. Aquella vez se quedaron conversando hasta que anocheció. Fernando se sintió enamorado de esa chica. Además de hermosa era inteligente y divertida. Comenzó a buscarla con cierta frecuencia. Siempre conversaban largamente. Fernando se enamoraba más y más. Con el tiempo llegó a perder el apetito y a pensar únicamente en Helena. Estaba enfermo de amor. Un día no pudo más, venció su timidez y se le declaró a Helena. Ella aceptó ser su enamorada. Se besaron. Fue un beso largo y desenfrenado. Fernando nunca había tenido enamorada, así que el estar con Helena era una experiencia nueva para él. Ella era su primera novia.
Cuando Javier se enteró de que Helena y Fernando estaban juntos, se desazonó muchísimo. Se encerró en su cuarto a llorar varias horas. Lloró todo lo que pudo y luego odió a Helena. También odió a Fernando. Él le había quitado a la mujer que le gustaba. Su propio hermano lo traicionaba. Además, él la había visto primero. Dejó de hablarle a Helena. Cuando se cruzaba con ella ni siquiera la miraba. Era un niño profundamente resentido. Helena le contó a Javier lo sucedido. Él no sabía que Javier había estado enamorado de ella. Pensó en hablar con su hermano, pero luego decidió dejar las cosas así. Cuando estaban juntos, Fernando y Javier conversaban, pero ya no se abrazaban ni se besaban. Pasó el tiempo. Fernando y Helena seguían juntos. No se acostaban, pero se besaban y se tocaban mucho. Por las mañanas iban a la azotea de la casa de Helena a conversar y a tomar Sol. Por las tardes daban un paseo por los alrededores, y en la Noche volvían a la azotea, a besarse y a decirse cosas de enamorados bajo el Cielo azulado y lleno de estrellas. Fernando le escribía poemas a Helena todos los días, y se los daba. Ella, al leerlos, se sentía sumamente arrobada. Al terminar el Verano, Helena tuvo que marcharse a Guadalupe. Fernando se despidió de ella con un abrazo y un largo beso un día antes de que se fuera. Javier no se despidió de ella. Así de firme era su rencor.
Ya habían pasado catorce años desde aquello. Ahora, Javier tenía veinticuatro años y trabajaba en una empresa hotelera. Helena tenía veintiocho años y después de haber estudiado Ciencias de la Comunicación trabajaba de visitadora médica. Fernando tenía treintaiún años y hacía su doctorado en España. Un día, Javier se encontró con Lola y ésta le dio su correo. Poco tiempo después, hablando por el msn, Javier le preguntó a Lola por Helena. Lola le dijo que su prima estaba en Lima, que había decidido quedarse a vivir allí, y que allí trabajaba y vivía con ella. Lupe se había ido a los Estados Unidos. Javier agregó a Helena a su lista de contactos. En cierta ocasión habló con ella. Él había olvidado su rencor y sólo recordaba a la bella amiga que había tenido. También recordaba lo mucho que la había deseado y que la había amado. Hablaron de eso, bromeando. En algún momento, Helena le preguntó a Javier por Fernando. Javier le dijo que estaba haciendo su doctorado en España. Helena se alegró bastante. Quedaron en verse y en salir un día de esos.
Al cabo de dos años de ausencia, Fernando regresó al Perú para pasar la Navidad con su familia. Todos los que lo vieron lo vieron mal. Parecía un hombre trastornado. Tenía la mirada perdida y parecía estar ensimismado. De España habían llegado algunas noticias. Gente que conocía a la familia de Fernando decía que éste no estaba bien, que se le había desatado una fuerte depresión, que se estaba volviendo loco, que se hallaba atormentado por sus propios demonios. Lo que en realidad sucedía era que Fernando padecía una enfermedad mental que con el tiempo se le había desencadenado. Eso le dijo el psiquiatra al que fue a ver. No podía darle un diagnóstico definitivo, pero de que estaba enfermo estaba enfermo. Comenzó a tomar ansiolíticos, antidepresivos y antipsicóticos. Sólo le contó lo que tenía a su padre, a su madre y a Javier.
Está muy cambiado. Me duele verlo así. Parece que sufre. Cuando se fue parecía un tipo normal. Ahora lo veo desmedrado, absorto, descuidado. Parece otro. Su mirada no es la misma. Parece que mira más allá de lo perceptible. Toma pastillas, pero lo hace con enojo. Entiendo que él no quiera estar así. No sale a visitar a ningún amigo ni a ningún familiar. Según él, no quiere que lo vean así. Él se sabe enfermo. Cómo me gustaría ayudarlo. Pero no sé cómo.
Fernando salía a pasear solo. Andaba sin rumbo por las calles del Centro de Lima, o se iba al malecón de Miraflores a mirar el Mar. El resto del tiempo lo pasaba recluido en su casa de san Miguel. Javier también vivía en san Miguel. Se había mudado hacía varios años, cuando su mamá decidió irse a vivir con su pareja.
Hoy Fernando quería usar la computadora y se sentó frente a ella. Yo había dejado el msn abierto. Él vio conectada a Helena. Se sobresaltó y me preguntó ¿Es la Helena que yo conozco? Sí, le dije. Él se puso a hablar con ella. Hacía tiempo que no lo veía tan contento. Al terminar de hablar con ella, me dijo que habían quedado en verse mañana. Por un momento la mirada de mi hermano recuperó algo de su antigua viveza. Creo que aún ama a Helena.
Hoy volví a ver a Helena. ¡Después de catorce años! Ya no vive en Monterrico. Ahora vive en san Miguel, cerca al coliseo Chamochumbi, en el jirón Leoncio Prado, en el quinto piso de un edificio. Lola me abrió la puerta. Ya está hecha toda una señorita. Me saludó afecuosamente y me dijo que Helena se estaba duchando. Yo le dije que no se preocupara, que esperaría. Entonces Lola me dijo que tenía que hacer y se despidió de mí con un beso en la mejilla y con un abrazo cariñoso. Me senté en el sofá. No me sentía bien. Me dolía la cabeza y tenía ansiedad. Traté de calmarme. Al entrar a la sala, Helena me dio la espalda y miró hacia el espejo del comedor. Mientras me veía allí, reflejado, me dijo Fernando. Yo me puse de pie. Fui hacia ella y nos abrazamos. Yo me sentía un poco torpe y bastante nervioso. Helena me dijo que me sentara, que me sintiera en mi casa. Ambos nos sentamos y nos hicimos preguntas y nos dimos respuestas. Al cabo de un par de horas salimos a caminar. Estamos en Verano, y Helena se sigue vistiendo ligeramente, como antaño. También sigue con su delicioso dejo norteño. Anduvimos por el malecón de san Miguel, bajo el Sol que derramaba vaharadas desde el Cielo celeste y algo nuboso. Yo no me cansaba de mirar el Mar, el horizonte brumoso, y los basurales a orillas del océano. Fuimos también por el Boulevard Bertolotto. Allí nos sentamos en un parque a conversar. El vozarrón del Mar ascendía por los barrancos. Yo le conté a Helena lo de mi enfermedad mental. Le dije que por eso estaba raro. Ella me dijo que no me preocupara, que ella entendía. Yo le recordé nuestro idilio e intenté besarla. Ella no se dejó. Me dijo que no quería que las cosas marcharan de esa manera. También me dijo que tenía un novio, pero que habían dejado la relación por el momento. Yo le dije que aún la amaba, que no había podido olvidarla en todo este tiempo. Su ojos verdemiel me sonreían todo el tiempo. ¡Cuánto he extrañado esos ojos! ¡Y cuánto los amo! Después de asolearnos un rato en el boulevard, volvimos a su departamento. Allí ella me invitó a almorzar. Después del almuerzo hicimos sobremesa, ella y yo solos y juntos. Intenté besarla otra vez, pero no se dejó. Antes de irme le repetí que la amaba. Nos despedimos. Le prometí que volvería.
Hoy lo he vuelto a ver. Después de catorce años. Está tan cambiado. Parece otro. Yo me hice la tonta, pero es imposible no notar que algo anda mal en él. Su mirada está perdida, y casi no sonríe. Tiene una enfermedad mental y el psiquiatra le ha recetado varias pastillas. Como soy visitadora médica he buscado información sobre esas pastillas en catálogos de internet. Son pastillas muy fuertes, no sé por qué le han mandado tanta medicación. Me ha dicho que me ama, y ha intentado besarme dos veces. Yo no me he dejado besar. Y no sé si lo amo. Lo amé, sí, y mucho, pero de eso hace ya mucho tiempo. Me sigue gustando, aunque lo veo descuidado; está un poco gordo y me parece que ya no hace deporte, como antes, como cuando nos amábamos. Ojalá se recupere pronto.
Fernando no volvió a visitar a Helena. Su enfermedad recrudeció y le dio una depresión que lo postró. No tenía ganas de salir ni de ver a nadie. Sus padres y Javier, su hermano menor, se mostraban muy preocupados. Al salir de la crisis depresiva ya había pasado un buen tiempo, y tenía que volver a España. Se despidió de Helena por teléfono y le prometió que volvería a verla.
No sé cuándo volveré. Me he despedido de Helena por teléfono. Sinceramente lamento mucho no haberla podido ver más en todo este tiempo. De mis padres y de Javier me he despedido con un fuerte abrazo. Tengo miedo. Tengo miedo de mí, de lo que pueda ser capaz de hacer. De lo que pueda ser capaz de hacerme. Una tarde caminaba por los acantilados del malecón de Miraflores y se me ocurrió arrojarme al vacío. Fue una idea lúgubre, dulce y tentadora. Me sentí perfectamente capaz de arrojarme. Pero algo dentro de mí me disuadió de hacerlo. Pienso en el suicidio con frecuencia. Mi mente no está bien. Helena hubiera podido salvarme. Si hubiera vuelto conmigo yo sería un hombre feliz. La he amado durante todo este tiempo, con todas mis fuerzas. Fue mi primera novia, y me gustaría que fuese la última. Pero qué le voy a hacer, yo no mando en su voluntad. Sólo espero volver a verla.
Una tarde de Marzo, Javier paseaba por el Olivar. Su trabajo quedaba por ahí, y él había salido más temprano ese día. Mientras caminaba entre los olivos, pudo ver a una mujer que iba en sentido contrario al suyo. Cuando estuvieron cerca, ambos se reconocieron. ¡Javiercito! ¡Helena! Se abrazaron. Ahora Javier era más alto que Helena y no se sintió para nada ridículo. Cuánto has crecido, Javiercito. Tú estás igual de hermosa. Qué alegría verte, ¿qué haces por aquí? Trabajo por aquí cerca, ¿y tú? ¿qué haces por aquí? Soy visitadora médica, creo que te lo comenté por el messenger, y hoy me tocó venir por esta zona. Ah ya. ¿Ya te vas a tu casa? Sí, pero si quieres te acompaño. Ah ya, perfecto. Helena y Javier fueron hasta Conquistadores conversando. Allí tomaron el mismo micro hasta Sucre. En el paradero quedaron en encontrarse al cabo de tres días, para comer un helado y conversar.
Hoy he visto a Helena. Está tan hermosa como siempre. Hemos quedado en volver a vernos. Es increíble cómo ella me sigue gustando. Es inevitable que piense en Fernando. Él también la ama, y quiere volver a estar con ella. Sin embargo, ella me gusta mucho, muchísimo. He sido feliz al estar con ella. Su presencia es divina. Quizá podamos ser amigos. Así yo no traicionaría a mi hermano...
Hoy he visto a Javiercito. Está hecho todo un hombre. Qué guapo que está. Me ha gustado mucho verlo. Me ha dicho que estoy tan hermosa como siempre. Soy mayor que él, pero quizá eso no importe mucho. Yo sabía que Javiercito iba a ser un chico atractivo, pero nunca me imaginé que tanto. Hemos quedado en vernos dentro de tres días. No puedo dejar de pensar en Fernando. A él no le gustaría que Javiercito y yo salgamos juntos. Pero no tiene nada de malo salir en plan de amigos, a conversar y a acordarnos de las cosas. Confío en que no habrá ningún problema.
Helena y Javier fueron a una heladería de plaza san Miguel. Comieron helados y conversaron mucho. Recordaron sobre todo aquel Verano en el condominio. Se rieron bastante. De Plaza san Miguel pasaron a un pub de la Marina. Allí bebieron cerveza. Cuando estuvieron picados, Javier le dijo a Helena Yo estaba enamorado de ti, y tú me traicionaste. Ay, Javiercito, dijo Helena, eras una criatura. Era una criatura, pero te amaba. Está bien, perdóname. Ahora ya soy grande, Helena, y puedo hacerte lo que antes no te podía hacer. ¿Qué es lo que puedes hacer? Puedo hacerte el amor hasta que me digas que ya no puedes más. ¡Javiercito! ¿Qué estás diciendo? Javier se acercó a Helena y la besó en la boca. Ella correspondió al beso. Cuando se separaron, Javier le dijo a Helena Vamos a un lugar más íntimo. Fueron a un hostal de la Universitaria. Apenas estuvieron en la habitación, Javiercito cogió a Helena de la cintura y la besó. Luego la tendió en la cama, la desnudó toscamente y le besó todo el cuerpo. La acariciaba y la besaba, mientras ella se movía sinuosamente. Después se desnudó y se quedó de pie frente a ella, con el pene erecto. Lo tienes grande, le dijo Helena. Él se tendió sobre ella y se la metió con todas sus fuerzas. Ella soltó un gritillo. Javier se movía hacia adelante y hacia atrás a una gran velocidad. Helena se corrió dos veces antes de que él eyaculara sobre sus senos. Estuvieron haciéndolo hasta el amanecer.
Estoy saliendo con Helena. Podría decirse que es mi novia, aunque no hemos hablado mucho de eso. Pienso constantemente en Fernando. A él le entristecería mucho enterarse de lo mío con Helena. Salimos dos o tres veces a la semana, comemos, bebemos, y hacemos el amor como locos. He pensado en decírselo a Fernando, pero no sé... Aparte que él hace tiempo que no escribe, ni llama, ni deja un mail. Es como si se lo hubiera tragado la tierra.
Esto es excitante. Salir con un hombre joven que me desea... Cada vez que me hace el amor me siento renacida. Y pensar que antes era un chiquillo que se moría por mí, un niño que jugaba conmigo cuando yo tenía catorce años. Pienso en Fernando, él es la sombra que se mece sobre nosotros. Voy a decirle a Javier que le cuente todo, es lo mejor. Así podremos estar tranquilos. No sé qué somos. No sé si somos enamorados, ya que no hemos hablado de eso. Pero lo cierto es que hay algo entre nosotros.
No puedo seguir viviendo así. Es indigno. Es demasiado duro. No puedo aguantar más. Mi mente está herida de muerte. Paso los días aplanado por la depresión, sin poder hacer nada. En las noches no duermo, y cuando me acuesto me dan espasmos. Trato de escribir poemas, pero no puedo. No veo qué hay más allá de mi nariz. Estoy angustiado. Las pastillas que tomo no me alivian. El psiquiatra al que voy sólo me dice que hay que tener paciencia. Yo me cansé. Yo hasta aquí no más llego. Escribiré unas cartas y acabaré con todo esto de una vez.
Fue su padre quien le dio la noticia a Javier. Fernando se había suicidado el día anterior arrojándose del último piso del edificio en el que vivía. Javier no supo qué hacer. No sabía si llorar, gritar, correr... ¿Por qué su hermano se había suicidado? No podía ser por lo de él y Helena, no, claro que no. Ellos podían estar tranquilos. Subió a su cuarto y dio vueltas por el recinto, sin atinar a nada.
Hoy vino en la Noche. Lo vi raro. Me dijo que quería estar a solas conmigo. Fuimos a un hostal. Allí él me dijo lo que había pasado. Rompió en llanto. Lloraba como un niño, pobrecito. Yo también lloré, pobre Fernando. Javiercito se desnudó y yo hice lo mismo. Él me pidió que no hiciéramos nada. Me dijo que sólo quería acostarse en mi regazo. Yo le dije que no se preocupara, que tenía todo mi regazo para él solo. Ahora mismo lo tengo aquí, tendido, completamente dormido, con los párpados hinchados de tanto llorar. Yo no puedo dormir, y aprovecho para rezarle a la Virgen de Guadalupe, pidiéndole por el descanso eterno de Fernando.

2 comentarios:

  1. Me gustó mucho la forma en la cual narras el cuento, y luego un personaje del cuento escribe en primera persona. Interesante y entretenido. Me pones como un gran fornicador jaja

    ResponderEliminar
  2. un gran cuento,no podia parar de leerlo. el hermano menor un gran fornicador y dotado...pero solo en el cuento!! jajaja

    ResponderEliminar