martes, 17 de noviembre de 2009

Olvido

Despertó. Lo primero que vio fue una luz intensa, blanca, que provenía de una lámpara colocada justo encima de él. Un olor aséptico flotaba en el aire. Pudo darse cuenta de que estaba en una clínica o en un hospital, tendido en una camilla. Pensó que había sufrido algún accidente. Tal vez la movilidad había chocado y él había salido herido. Trató de recordar. No pudo. El pasado era un montón de tinieblas. Había perdido la memoria. Luchó por acordarse. Su lucha era inútil. No podía saber qué había pasado. Imágenes andrajosas aparecían y desaparecían. Se veía en el colegio, dando vueltas por el patio con Álvaro, el que conducía la movilidad. También se veía subiendo unas gradas, dirigiéndose a la entrada de un edificio. Le dolía la cabeza. Todo lo veía borroso. Recordó a un doctor colocándole el tabique desviado. Se tocó la nariz. La tenía enyesada. Recordó que, a la salida del colegio, caminaba aturdido y veía a su hermano menor que le preguntaba ¿Qué te ha pasado? Trató de incorporarse. Una mujer vestida de blanco- sin duda una enfermera- le puso una mano en el pecho e hizo que se volviera a echar. Otra mujer se acercó a él y le dijo Tranquilo, descansa. No la podía distinguir bien, pero reconoció su voz. Era tía Aurora. ¿Qué ha pasado?, preguntó él. Nada, papito, descansa, le dijo tía Aurora. ¿Cómo está mi tío Luis?, preguntó él. Tía Aurora se turbó un poco y luego le dijo Está bien, no te preocupes. Él se fijó en un hombre gordo que estaba cerca a su tía. Era tío Ernesto. Recordó, de pronto, que tía Aurora hacía tiempo que se había divorciado de tío Luis y se había casado con tío Ernesto. Decidió quedarse callado y esperar. Tal vez se acordaría de todo después de un rato. Fue quedándose dormido. Una densa oscuridad lo envolvió. Le pareció que lo metían a una tumba. No luchó más con el olvido. Lentamente, se quedó dormido.
Volvió a despertar al cabo de un tiempo impreciso. Estaba echado en una cama cuyas sábanas olían a clínica o a hospital. Se hallaba en una habitación oscura, solo. No se acordaba de nada, ni siquiera de su nombre. Sólo sabía que existía. Su memoria no se acordaba del olvido. No había imágenes en su mente. Se sintió totalmente solo, pero sin echar de menos a nadie. Nada lo turbaba, ningún recuerdo lo asaltaba. Nada le importaba. Sólo tenía conciencia de su existencia, nada más. Era una sensación placentera. Solamente era. No tenía vida. Todo lo que había compuesto su vida estaba olvidado. Lo invadió un sopor irresistible. Fue quedándose dormido. Sin acordarse que no se acordaba de lo que le había sucedido, se entregó a un sueño oscuro, denso, silencioso.
Cuando despertó, las luces de la habitación estaban encendidas. Un hombre con una bata blanca se hallaba a los pies de la cama. Hola, dijo. Hola, respondió él. Soy el doctor Ramírez, vengo a hacerte unas cuantas preguntas. Él se quedó callado, sin saber qué hacer. No tenía ganas de responder preguntas. Sólo quería seguir durmiendo. ¿Cómo te llamas?, le preguntó el doctor. Él se quedó pensando. No se acordaba de su nombre. Hizo un esfuerzo. Recordó. Me llamo Pedro, respondió. ¿Cuál es tu primer apellido?, preguntó el doctor. Él volvió a esforzarse y volvió a recordar. Vencejo, dijo. Muy bien, te llamas Pedro Vencejo, dijo el doctor. ¿Cuál es tu segundo apellido? Otra vez un esfuerzo y un recuerdo. Duarte. Muy bien, eres Pedro Vencejo Duarte. ¿Y cuántos años tienes? Tampoco recordaba su edad. Nuevamente se esforzó por recordar, hasta que su edad se le reveló. Tengo catorce años, respondió. Muy bien, dijo el doctor, ¿y cuándo es tu cumpleaños? No me acuerdo, creo que el ocho de Diciembre, respondió Pedro. ¿Y cómo se llama tu papá?, preguntó el doctor. No se acordaba del nombre de su papá. No te esfuerces mucho, le dijo el doctor, pero trata de recordar, si no puedes no hay problema. Pedro, después de hurgar en su lastimada memoria, recordó el nombre de su padre. Se lo dijo al doctor. Éste siguió con las preguntas, y Pedro siguió respondiendo a duras penas. ¿Cómo se llama tu mamá? ¿En qué trabaja tu papá? ¿En qué trabaja tu mamá? ¿Tienes hermanos? ¿Cuántos hermanos tienes? ¿Dónde vives? ¿Dónde estudias? Acabado el cuestionario, el doctor le recomendó a Pedro que descansara, apagó la luz y se fue. Pedro no se quedó en paz. Intentaba recordar, infructuosamente, lo que le había pasado, lo que lo había hecho parar en esa clínica u hospital. Sólo recordó un fuerte golpe en la nariz, nada más. Agotado por el esfuerzo, volvió a quedarse dormido.
Despertó en la misma habitación, en su tiempo sin horas. Alguien le tenía suavemente asida la mano izquierda. Volteó y vio a su mamá. La habitación se hallaba en penumbra. Mamá, dijo Pedro. Hola, hijito, le dijo su mamá que, sentada en una silla, lo acompañaba. ¿Qué pasó?, le preguntó Pedro. No lo sé bien, hijo, ¿tú no te acuerdas? No, mamá. Álvaro y tus hermanos me han dicho que te pegaron en el colegio. No me acuerdo. ¿No te acuerdas de nada? No. Bueno, de algunas cosas sí me acuerdo. Álvaro dice que te dieron un golpe en la nariz y que cuando él te dijo que lo llevaras al baño para que te ayudara a lavarte, tú lo hiciste dar vueltas por el patio. Algo de eso me acuerdo. Después de lavarte, te trajeron acá. ¿Dónde estoy? En la clínica Tezza. ¿Qué me han hecho en la nariz? Te han colocado bien el tabique que estaba desviado y te han puesto yeso. ¿Y mi papá? Ya va a venir. Pedro se adormeció un poco y cuando estaba en la duermevela oyó unos pasos apresurados, largos, que se aproximaban por el pasillo desierto. Eran los pasos de su papá. Ahí está tu papá, le dijo su madre. Al poco rato, su papá entró a la habitación y lo primero que hizo fue inclinarse, abrazarlo y darle un beso en la mejilla. Luego cogió una silla y la llevó hasta el lado derecho de la cama. Se sentó y asió la mano derecha de Pedro. ¿Qué pasó, hijo?, le preguntó. No sé, papá, no me acuerdo. Está bien, hijo, descansa. Pedro se fue adormeciendo, flanqueado por su madre y su padre, que le tenían asidas la mano izquierda y derecha, respectivamente.
Al volver a despertarse, vio a su papá y a su mamá conversando con el doctor a los pies de la cama. Ha sufrido un traumatismo encefalo craneano, decía el doctor, tiene que permanecer en observación. ¿Y cuándo se va a acordar de lo que le ha pasado?, preguntó su mamá. Eso es sólo cuestión de tiempo, respondió el doctor. Pedro volvió a quedarse dormido. Al despertar, notó que su papá y su mamá seguían sentados a los lados de la cama, asiéndole las manos. La habitación continuaba en penumbra, con la luz apagada. Pedro cerró los ojos y pensó que se estaba bien así, olvidado de casi todo y acompañado por sus padres. ¿Ves lo que has ocasionado?, le dijo su mamá a su papá. ¿Qué he ocasionado?, preguntó su papá, molesto. Siempre le dijiste a Pedro que debía hacerse respetar en el colegio, que nunca debía dudar en pelearse si alguien quería abusar de él. Sí, siempre se lo dije, ¿tiene algo de malo? Claro que sí, en lugar de decirle que no se metiera en líos, le decías eso, y ahora mira cómo está, le han pegado por hacerse el valiente, y es tu culpa. Mira, no me vengas con eso ahora, si le pegaron habrá sido porque él no se dejó tratar mal. Parece que le han pegado entre varios. Seguro que sí, seguro que uno solo no podía con él. Eres un idiota. No me insultes, maldita sea. Vete a la mierda. Tú vete a la mierda. Cuando Pedro escuchó discutir a sus padres, recordó que éstos estaban separados y que se llevaban muy mal. Decidió dormirse y refugiarse en el olvido. Prefería no saber nada de sus padres, nada de lo que había pasado, nada del colegio. Se quedó dormido asiendo las manos de sus padres.
Al día siguiente despertó por la mañana. Ya se sentía mejor. Su madre permanecía sentada a su lado izquierdo y le sonrió cuando él la miró. Su padre hablaba por teléfono. Sí, hermano, sigo aquí en la clínica. Sí, ha amanecido mejor. Sí, sí... No, parece que le han hecho caragamontón y le han golpeado la cabeza, por eso no se acuerda de casi nada. Sí, hermano, yo te llamo cualquier cosa. Después de colgar, su padre se inclinó y le dio un beso en la mejilla. ¿Cómo te sientes?, le preguntó. Mejor, papá, respondió Pedro. ¿Te acuerdas de algo más? Sí, me acuerdo que el jueves yo le pegué a un chico de cuarto de media. ¿Por qué le pegaste? Porque me mentó la madre. ¿Y no te acuerdas quién te pegó a ti? No. Parece que han sido varios. Seguro que se dieron cuenta que uno solo no podía contigo. Eso está bien. Hay que hacerse respetar. ¿Sabes qué día es hoy? Sí, Sábado. ¿Ves? Ya te vas acordando de las cosas.
Antes del mediodía, los padres de Pedro se marcharon. Cuando Pedro se vio solo, se incorporó, bajó de la cama, se calzó las sandalias y fue al baño. Allí se miró al espejo. Estaba horrible. Tenía la nariz hinchadísima, cubierta por un vendaje, y sus ojos estaban desorbitados. Trató de recordar lo que había pasado frente al espejo. Le dolía la cabeza cuando intentaba recordar, así que cejó en sus intentos y salió del baño. Se acercó al ventanal, descorrió la cortina y vio el patio de la clínica. Era un día soleado de Primavera. Los enfermos paseaban entre los parterres. A los que iban en silla de ruedas, los empujaban las enfermeras, despaciosamente, paseándolos. Pedro tuvo ganas de salir. Se sentó en el borde de la cama y se quedó pensando. Recordó que había una chica de la cual estaba enamorado. Ella también estaba enamorada de él, y debía estar muy preocupada. Pedro se acercó al teléfono, marcó un número y esperó. Al cabo de un rato, ella contestó. ¿Aló? Aló, Brenda. Sí, Pedro. Sí, soy yo. ¿Cómo estás? Estoy en la clínica Tezza, internado. ¿Qué te pasó? ¿Tú no viste nada? No, sólo me contaron que te pegaron, pero no me dijeron quién. Cuando te peleaste ya yo estaba en la movilidad. Ah, ya. Pero no te preocupes, estoy mejor. Yo te voy a ir a visitar. ¿Cuándo? Hoy en la tarde. Ya, te espero. Ya, yo voy de todas maneras. Te esperaré. Okey, un besito, y cúidate. Un beso para ti también, te espero. Al colgar, Pedro se sintió contento. Brenda lo visitaría. Se verían y conversarían largo rato, y tal vez hasta se darían un beso, eso ya dependía de él, de que venciera su timidez.
Como a las tres de la tarde, los padres de Pedro ya habían vuelto. ¿Te dieron de comer?, preguntó la madre al muchacho. Sí, mamá. ¿Y te gustó? Sí. Al poco rato, llegó un amigo de Pedro llamado David. Era de estatura mediana para su edad, tenía el cabello lacio y rubio, los ojos verdes, la nariz delgada y la boca fina. Saludó a los padres de Pedro y luego a Pedro. ¿Cómo estás?, le preguntó. Bien, respondió Pedro. Casi lo noqueas al negro. ¿A cuál negro? Al negro Gonzáles, el de quinto. No me acuerdo. ¿Tú sabes lo que pasó?, le preguntó el padre de Pedro a David. Sí, señor, yo vi todo. A ver cuéntame. El jueves Pedro le había pegado a uno de cuarto al que le dicen Choza, y el viernes a la hora de salida se le acercó el negro Gonzáles, un negrazo gordo que ha repetido y que ya tiene dieciocho años, y le dijo que por qué le había pegado a Choza; Pedro no le respondió y le dio la espalda. Creo que Pedro estaba triste porque a la hora de recreo los habían llamado a él y a Choza a la dirección y los habían suspendido por pelearse en la calle a la hora de salida. Cuando Pedro le dio la espalda al negro, el negro le pateó la mochila. Entonces Pedro volteó y le dio un puñetazo en la cara que casi lo tumba al negro. El negro le respondió con un puñete en la nariz. De ahí se trenzaron y la gente los separó. El huachimán los llevó a la dirección. Yo los seguí. La mamá del negro, que trabaja en el colegio, se enteró y fue corriendo a la dirección. Pedro y el negro discutieron. La mamá del negro estaba en medio de ellos. Pedro le mentó la madre al negro y el negro le tiró un puñetazo en la cara. La parte de atrás de la cabeza de Pedro se golpeó con la puerta de la dirección. Sonó horrible. Pedro quiso pegarle al negro, pero el auxiliar lo agarró. De allí vino el de la movilidad y se lo llevó a Pedro. Al oír la versión de David. Pedro recordó algo de lo sucedido. Miró la cara de su padre, y supo que estaba molesto. David se quedó un par de horas y luego se fue a su casa. Pedro esperaba a Brenda anhelosamente, pero ella no aparecía. Sonó el teléfono. El padre de Pedro contestó. Sí...Hola, hermano, cómo estás...Sí, él está mejor, pero pucha ha sido uno solo el que lo ha dejado así. Debería darle verguenza, se ha dejado pegar por uno solo... Sí, tú ven cuando quieras...¿Te lo paso?... Ah, ya, ya, hermano, entonces mañana te esperamos... Sí, yo le voy a decir, no te preocupes... Ya, chao, hermano, cúidate, chao, chao. Después de colgar, el padre de Pedro dijo a su hijo Mañana viene a visitarte tu tío Antonio. Apenas terminó de decir eso, se fue. Pedro quedó desconcertado, pero ya conocía a su papá. Estaba molesto porque le había pegado un solo muchacho. Él hubiera preferido que le pegaran entre varios. No le cabía en la cabeza que a su hijo lo hubiera dejado tan mal parado uno solo. No le hagas caso a tu papá, hijo, le dijo a Pedro su mamá. Pedro no dijo nada y recordó que él era un chico problema en el colegio. Se portaba mal en clase, fastidiaba a varios de sus condiscípulos, buscaba pelea a los demás, especialmente a los que eran mayores que él, sólo para mostrar su coraje. A ese chico Choza, por ejemplo, le había pegado sólo porque le caía mal. Y por pegarle, el negro Gonzáles lo había dejado sin memoria. Pensó que se lo merecía. Bien hecho, pensaba, bien hecho. Pasó una hora. La mamá de Pedro tuvo que salir a hacer unas diligencias. Pedro se quedó solo. Pensaba en Brenda. Aún no llegaba. Llamó por teléfono a su casa y le contestó su mamá, diciéndole que Brenda había salido. Pedro se imaginó que estaría en camino. Esperó y esperó. El Sol se acostó. Se hizo de Noche. Y Brenda no llegaba. Pedro deseó olvidarla para siempre. Poco antes de que concluyera el horario de visitas, llegó la madre de Pedro. Se iba a quedar a dormir con su hijo. ¿Cómo te sientes, Pedrito? Bien, mamá, no te preocupes. Pero Pedro no se sentía bien. Le dolía la cabeza y le molestaba estar en la clínica por haber recibido un buen golpe del negro Gonzáles. Además de eso, le dolía la ausencia de Brenda, su promesa fallida, y su propia y tonta credulidad. Se recostó en la cama, cerró los ojos y deseó sumirse en ese olvido delicioso, tan lejos de todo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario