sábado, 21 de noviembre de 2009

La boda de Viviana

Ya eran casi las cuatro de la mañana cuando Pedro llegó al edificio de la avenida Pardo en el que vivía. Había salido de la redacción del periódico con Humbertito y, junto con él, se había ido al Munich a tomar unas cervezas. Allí pasó un buen rato, conversando y bebiendo. Humbertito estuvo tan ingenioso como siempre, alegrándole la velada. Los dos amigos salieron del bar a las tres de la mañana, y cada uno tomó un taxi. Pedro se bajó en el óvalo de Miraflores y desde allí caminó hasta el edificio en el que vivía por la rambla de la avenida Pardo, entre los faroles y los ficus. Cuando estuvo en el vestíbulo, el conserje, un muchacho moreno, alto y esbelto, lo saludó y le entregó un sobre cerrado que tenía escrito su nombre. Pedro le agradeció al conserje la amabilidad y fue hacia el ascensor. Subió en él hasta su departamento, que estaba en el quinto piso. Abrió la puerta con su llave, entró, arrojó su maletín lleno de papeles en el sofá y dejó el sobre en la mesita central de la sala. Fue al baño y orinó. Luego se sentó en el sofá, abrió un cierre del maletín y sacó una bolsita con marihuana. Hurgó en el bolsillo derecho de su saco y sacó un papel de liar. Se hizo un porro, despaciosamente, con la ansiedad contenida. Sacó un encededor del bolsillo derecho de su pantalón y encendió el porro. La primera, amarga y lenta calada le supo exquisita. Sintió cómo su cuerpo y su cansado cerebro se relajaban. Reclinó la cabeza en el espaldar del sofá y se quedó un rato mirando al vacío. Luego siguió fumando. Cuando el porro estaba por la mitad, lo dejó en el cenicero y cogió el sobre que tenía escrito su nombre. Lo abrió y sacó una invitación de boda. Viviana Ferrari y Diego De la Fuente se casaban el veinticinco de febrero en la Municipalidad de La Molina y lo invitaban cordialmente. Viviana Ferrari, hacía tiempo que no sabía nada de ella. Se casaba el veinticinco de febrero, dentro de veinte días. Se casaba con un tal Diego De la Fuente, a quien él no conocía. La invitación le jodió el ánimo. De pronto se sintió triste y desesperado. No sabía qué hacer. Se puso de pie y caminó de un lado a otro de la sala. Finalmente se sentó de nuevo en el sofá y reclinó la cabeza en el espaldar, pensando que el haberle enviado esa invitación era algo infame. Le hacía mucho daño. Viviana lo invitaba a su boda, como si no estuviera enterada, como si no supiera. Viviana quería que él presenciara su boda, como si no se acordara que él había estado perdidamente enamorado de ella. Viviana había pensado en él, lo había tenido en cuenta, sin saber, o tal vez sabiendo, que él seguía enamorado de ella. Dejó la invitación en la mesita, cogió el porro, lo encendió y siguió fumando. Viviana se iba a casar, no podía creerlo. Se casaría y él la perdería para siempre. Estaba desesperado. Pensó que tenía que hacer algo para impedir esa boda. ¿Pero qué podía hacer? Y, sobre todo, ¿valía la pena hacer algo? Que Viviana se casara, que hiciera lo que le diera la gana; él no sufriría más por ella. Aunque la proximidad de esa boda lo hacía sufrir tremendamente. Se terminó el porro y aplastó la pava en el cenicero. Volvió a reclinar la cabeza en el espaldar del sofá y se quedó así, pensando en Viviana, hasta que se durmió.
Fueron pasando los días. La conducta de Pedro cambió de un momento a otro. Eso lo notó especialmente Humbertito, su amigo del alma. Trabajaba sin ganas en la redacción. Recibía reprimendas del jefe por cometer tantas erratas y por tener la cabeza en otro sitio. No hablaba con casi nadie. Cuando bebía se ponía melancólico. Se notaba que algo le pasaba. Una madrugada, mientras bebían en el Munich, Humbertito le preguntó ¿Qué te pasa, hermano? ¿Por qué estás tan cambiado? Pedro lo miró con ojos de niño triste y luego le respondió Es una tontería, pero me tiene jodido. ¿Qué es? Viviana se casa. ¡Mierda! Pedro bebío un sorbo de su cerveza. Humbertito le dijo Ahora te entiendo, pero qué le vas a hacer, pues. Ella no era para ti. Pedro lo miró desesperanzadoramente y le dijo No me resigno a perderla. Aún la amo. Puta madre, Pedro, le dijo Humbertito, ella se va a casar aunque la ames. Trata de olvidarte de ella. No puedo, hace años que pienso en ella todos los días. Estás obsesionado, Pedro. Tal vez. No puedes dejar que eso interfiera en tu trabajo. Lo sé. Entonces olvídate de ella cuando trabajes, si no te vas a cagar tú solito. En las madrugadas, cuando Pedro llegaba a su departamento, se quedaba fumando porros y pensando en Viviana hasta que amanecía. Un día, sorprendentemente, volvió a ser el mismo Pedro de antes. Redactaba sin erratas, con un estillo muy bueno y muy suyo, bromeaba con sus compañeros, se mataba de risa con Pedrito cada vez que se iban a tomar y a conversar al Munich. Una madrugada, mientras bebían en el viejo bar, Humbertito le preguntó ¿Cómo sigues? Bien, bien, le respondió Pedro, ya sé que Viviana no era para mí, lo he aceptado, y ya casi no pienso en ella. ¿Irás a la boda? No, ni cagando. Bueno, salud por ti, pues Pedrito. Salud, Beto. Entrechocaron las jarras y bebieron. Pedro ofrecía una falsa imagen de sí mismo, porque cuando llegaba a su departamento, en la madrugada, se ponía a fumar y a pensar en Viviana. Aún la amaba y no podía aceptar que se fuera a casar. Desesperaba y penaba en silencio, derramando lágrimas de vez en cuando.
Un día antes de la boda, Pedro trabajó en la redacción, fue a tomar unas cervezas al Munich con Humbertito y volvió a su casa más tarde de lo usual. Estaba algo borracho. Se hizo un porro y se lo fumó entero, casi sin pausas. Su mente estaba caótica. Por ratos, le parecía que le iba a dar un ataque de algo. Desesperado, sacó una hoja y un lapicero de su maletín y se puso a escribir en la mesa del comedor.
En aquel tiempo yo estudiaba Periodismo en la universidad. Estudiaba sin mucho entusiasmo, porque lo que en realidad quería era ser escritor. Una tarde de Primavera, llegaste a la facultad con Ana, una compañera. Ella nos presentó. Tú estudiabas Administración. Al verte, daban ganas de gritar de dicha. En serio, Viviana, eras bellísima, y a uno le entraban ganas de ser feliz. Cómo no llenarse de dicha al ver tu cuerpo atlético y dorado, tus ojos de miel, tu nariz larga y fina, tu boca grande, tus senos apacibles y turgentes, tu cabello rubio y lacio, tu cintura pequeña, tus caderas lo suficientemente anchas, tus glúteos firmes, divinos. Esa tarde, Ana , tú y yo conversamos bastante. Ana te dijo que yo quería ser escritor y que algún día publicaría novelas. Tú puedes ser uno de los personajes, te dijo. Si algún día escribes una novela inclúyeme entre los personajes, me dijiste tú. Y yo te prometí hacerlo si algún día lograba escribir una novela. Hasta el momento no lo he logrado, Viviana, y en verdad lo lamento mucho, porque tú serías un personaje excepcional. Me enamoré de ti esa tarde. En la Noche, apenas llegué a mi casa, te escribí unos versos. Al día siguiente, se los entregué a Ana y le dije que te los diera. Días después, volviste a la facultad y me agradeciste por los versos. Yo te invité a salir. Tú aceptaste. Salimos un Viernes por la Noche. Fuimos al bar del hotel Bolívar. Bebimos pisco sour y conversamos mucho. Supe de tu vida y tú supiste de la mía. Cuando te dije que me había enamorado de ti apenas te había visto, tú no lo pudiste creer. Yo te dije que era fácil enamorarse de ti, y que quería ser tu enamorado. Tú me dijiste que estabas enamorada de un chico de tu facultad, y que no podías corresponderme. Yo te dije que esperaría, que estaba seguro que el Destino nos iba a unir. Después de aquella vez, seguimos saliendo juntos. Siempre íbamos al bar del Bolívar. Era nuestro lugar. Tú me decías que te encantaba salir conmigo. Yo siempre te decía que te amaba. Una Noche, tú me dijiste que podíamos ser amantes espirituales. Yo no sabía de dónde habías sacado eso de ser amantes espirituales, pero acepté ser tu amante espiritual. Qué cojudo fui, Viviana. Qué cojudo... Dejamos de vernos y de llamarnos por teléfono una semana, al cabo de la cual tú apareciste en la facultad con un chico al que presentaste como tu enamorado. Cómo te odié esa vez, Viviana, y tú parecías no darte cuenta. Tu idilio duró poco, y volviste a salir conmigo. No hablamos de tu relación. Ese era un tema tácitamente prohibido. Yo volví a decirte que quería ser tu enamorado. Tú me dijiste que era mucho mejor ser amantes espirituales. Pasó el tiempo y volviste a tener enamorado. Lo llevaste a la facultad y me lo presentaste. Yo tuve ganas de matarlo. Y te volví a odiar. Nos dejamos de ver. Un día, llegaste a la facultad y me dijiste, llorando, que habías visto a tu enamorado con otra, y que, al pedirle explicaciones, él te había mandado a la mierda y te había dicho que eras una estúpida. Yo fui a buscarlo a tu facultad. Cuando estuve frente a él le dije Oye conchatumadre, por qué mierda has insultado a Viviana. Él se acercó a mí y me dijo A quién chucha le mentas la madre, huevonazo. Yo le golpeé la mandíbula con el puño derecho y él cayó al suelo. Cuando iba a rematarlo, tú te paraste entre los dos y me pediste que por favor ya no le pegara. Te hice caso. Tenías un gran dominio sobre mí. Y creo que lo sabías. Creo que lo sabías perfectamente. Pasaron los meses y cambiaste de enamorado. Aun así, salías conmigo de vez en cuando. Una Noche, fuimos al bar del Bolívar. Tú no hacías más que hablarme de tu nuevo enamorado. Era una suma de virtudes. Era bueno, era guapo, era un caballero, y, sobre todo, te amaba. Mientras bebíamos pisco sour, él te llamó al celular. Conversaron. Yo traté de no oír nada. Cuando terminaste de hablar con él, me dijiste Viene para acá, quiere conocerte. Ah, bueno, te dije yo, pero por dentro estaba rabiando, preguntándome cómo se podía ser tan desatinado. Lo de desatinado lo pensé por ti y por él, Viviana. Cuando él llegó tú nos presentaste. Ya no me acuerdo cómo se llamaba, pero sí me acuerdo que se pasó todo el tiempo abrazándote y besándote, como mostrándome que tú eras de su propiedad. Fue muy desagradable. Y no sé por qué no dejé de amarte.
También terminaste con ese enamorado. Yo te comencé a entregar versos con regularidad. A ti te gustaban mucho. Cuando íbamos al bar del Bolívar yo te hablaba de tu belleza, y te decía cuánto te amaba. Tú me decías que cuando yo te hablaba de eso te hacía sentir la mujer más importante del mundo. Cuando faltaba un año para que ambos termináramos la universidad, tuviste otro enamorado. También lo llevaste a la facultad y me lo presentaste. Era un tipo alto, atlético, de cabello castaño y ojos verdes. Dejamos de salir. Una vez Ana me preguntó si yo estaba enamorado de ti. Le dije que sí. Ella me dijo Búscate otra, ella está con enamorado. Yo le dije a Ana que no quería traicionarte, que tú eras mi Amada y que yo no iba a estar con ninguna otra mujer, sino que iba a esperar a que tú aceptaras estar conmigo. Estás loco, me dijo Ana. Y tenía razón. Yo estaba loco, fatalmente loco.
En el Verano, durante nuestras últimas vacaciones, tú me llamaste una mañana y me dijiste que querías que yo fuera a pasar unos días a la casa de playa de tus padres. Yo acepté ir. La casa estaba en la playa Los Pulpos, justo frente al Mar. Era una casa muy espaciosa. Estaban tus padres, tu hermano menor y tu enamorado. Éste, desde el principio, trató de ridiculizarme. Yo estaba fuera de forma, algo panzón, y él estaba apolíneo, bello bajo el Sol. En medio del almuerzo, él decía No hay que comer mucho, si no acabaremos como Pedro, panzones. Todos reían, festejándole su estúpida broma. A la hora de la cena, decía Pedro casi se ahoga, la panza hacía que se hundiera. Acabé acomplejándome. Tu enamorado, de cuyo nombre no quiero acordarme, se solazaba ofendiéndome, fastidiándome. Una vez, mientras yo estaba en la orilla, mirando el Mar, él se acercó y me dijo Hay que hacer abdominales, Pedrito. Se cagó de risa en mi cara. Yo le dije Mira conchatumadre, si me vuelves a joder te saco la mierda. Él dejó de reír y me dijo Eres un huevón. ¿Acaso crees que no me doy cuenta que estás enamorado de Viviana? Tú quieres quitármela, pero no vas a poder, pues. Ella es mía. Vete a la mierda, le dije, y me alejé. Una Noche, tus padres habían salido con tu hermano y tú te habías quedado sola en la casa con tu enamorado. Yo había salido a pasear y a fumar marihuana en la orilla del Mar. Al volver a tu casa, oí gemidos. Me acerqué a tu cuarto, donde dormías sola, y te vi follando con tu enamorado. Él estaba encima tuyo y te lo metía y te lo sacaba con fuerza y rapidez. Tú gemías, fuera de ti. Al comienzo me excité, y me sentí mal por excitarme, pero luego me dieron ganas de vomitar. Fui al baño y vomité durante media hora.
No acabé la universidad. Me retiré cuando me faltaba medio año para terminar la carrera. Recuerdo que nos vimos una vez más en el bar del Bolívar. Tú me preguntaste por qué dejaba la universidad y yo te dije que quería convertirme en escritor, que quería escibir muchas novelas, y que para hacer eso, la universidad no me servía. Tú me recomendaste acabar la carrera. Yo te dije que ya había decidido lo que iba a hacer, y te pregunté, una vez más, si querías ser mi enamorada. Tú me dijiste que aunque ya no tenías enamorado, no podías estar conmigo ni con nadie porque querías acabar bien tu carrera. Fue la última vez que nos vimos. El tiempo pasó. Yo intenté escribir alguna novela, pero no pude, y terminé trabajando en la redacción de un periódico. Te extrañaba mucho, pero no te llamaba ni te buscaba. Confiaba en que el Destino nos reuniría. Hubo un tiempo en el que salía con putas. Me cobraban un precio especial por ponerles una peluca rubia, por follarlas con todas mis fuerzas y por decirles Viviana, puta de mierda, te odio. Te confieso que hice eso, Viviana.
Ya tengo treinta años y hace mucho que no te veo. Sin embargo, nunca te he olvidado. Dentro de unas horas te vas a casar... Yo iré a la boda e impediré que se realice. Tú has sido muy cruel conmigo, Viviana. No me amabas, pero amabas que yo te amara. Sabías que me causabas sufrimiento presentándome a tus enamorados, y sin embargo lo hacías. Me necesitabas. Me necesitabas para que alguien te ensalzara, para sentirte una diosa. Conmigo te sentías la mujer más importante del mundo. Tú misma lo dijiste. Por eso salías con este pobre huevón, para sentirte la mujer más importante del mundo. En lugar de escribirte versos, debí haberte seducido. Debí haberme comportado más virilmente, para que vieras en mí a un hombre dispuesto a follarte hasta morir. Tú me veías como a un amigo de sensibilidad delicada, como a un hombre puro, sin malicia. No entendiste que yo te amaba en cuerpo y alma, en carne y espíritu. Pero de todas formas fui un idiota, y lo sigo siendo. No he compartido mi vida con nadie por esperarte, por confiar en que algún día tú me amarías y nos casaríamos. Sin embargo, ya ves, todo ha salido de otra manera. Pero no te casarás, estoy ofuscado e impediré la boda. Estoy borracho y marihuaneado, y soy muy capaz de...
Pedro se puso de pie, hizo trizas la hoja en la que había escrito y fue a su dormitorio. Sacó una camisa blanca del ropero y salió. En la sala, estiró la tabla de planchar. Puso encima de ella la camisa y enchufó la plancha. Se sentó en el sofá. Estuvo un rato pensando. Le vinieron unas ganas terribles de ver a Viviana. Se puso de pie. Se acercó a la tabla de planchar. Probó la plancha. Estaba caliente. Se puso a planchar la camisa.

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