domingo, 8 de noviembre de 2009

En Otoño, en París

Anochecía en París.
El Cielo era blanco y gris.
Era Otoño.
No podría precisar mi estado porque simplemente no sabía cómo estaba. Andaba por la orilla derecha del Sena, taciturno, atormentado, caviloso. Me sentía, como siempre, desazonado, angustiado, y no sabía cuál era la causa de esa desazón y de esa Angustia. El río murmuraba. Las ondas verdeoscuras se mecían. De rato en rato pasaban los bateaux mouches, recamando el agua con sus luces. A lo lejos, se veía la torre Eiffel, adornada con lumbres de colores que brillaban intermitentemente. Decidí no pensar en mí. Decidí ignorarme. Yo era la causa de mi desazón y de mi Angustia. El yo era un guijarro, y debía arrojarlo al río. Estuve a punto de tirarme al Sena varias veces. Se hizo completamente de Noche. Mi ánimo se tranquilizó un poco.
Toros alados escapaban del Louvre
Por la orilla solitaria, susurraban los crímenes
Un individuo que caminaba sin rumbo pensaba en la mejor manera de aniquilarse
Subí al jardín de las Tullerías. Una media Luna rielaba en el Cielo plomizo. Sin amor, di una vuelta por los jardines. Todo estaba oscuro como mi alma. Pequeños demonios me mordisqueaban el cráneo y las orejas. Tímidos perfumes vagaban por los pensiles. Todo se parecía a lo que yo era. Pero yo no sabía en absoluto qué era yo. Y tampoco deseaba saberlo.
La razón era una hoja seca
La vida ¿qué era la vida?
Un río mugriento como el Sena
Me tendí en el césped y me quedé mirando la Luna, dejando pendiente el asunto que más me interesaba, aquel en el que se me iba la vida. Ese asunto que ni siquiera puedo explicarme a mí mismo, y que olvido de continuo.
Fue En Otoño
En París

No hay comentarios:

Publicar un comentario