lunes, 9 de noviembre de 2009

Nostalgia de Lima

Cuando se acepta que una ciudad es un destino, uno comprende por qué se añoran calles, plazas, edificios, avenidas, con una suerte de herida incurable en la sima, con la desesperación de aprehender de algún modo esa polis que se ama y que también, irremediablemente, se odia. En Lima se puede ver a un ángel orinando en una esquina y a un demonio dando limosna a un mendigo. En Lima uno puede depravarse con suma facilidad, y puede, también, purificarse bajo un Cielo que no ofrece ninguna esperanza, un Cielo permanentemente gris, cerrado, clausurado. En Lima habitan dos clases de personas: los huevones y los pendejos. Yo pertenezco al bando de los huevones. El sueño de muchos limeños es irse de Lima. Y el sueño de muchos limeños que lograron irse es volver a Lima. Contradicciones que nunca faltan. Lo cierto es que uno puede irse materialmente de Lima, pero mentalmente, espiritualmente- si cabe esta palabra-, nunca acaba de irse de ella. Lima es una ciudad inescapable. El que se va, se la lleva adentro. Yo necesito andar por la vetusta y sucia Lima, necesito reconocerla y cubrirme con su polvo añoso; necesito enfrentarme a mi destino. A veces despierto con una terrible Nostalgia de Lima, una Nostalgia un tanto equivocada quizá, pero Nostalgia al fin y al cabo. Es entonces cuando me siento muy limeño, limeñísimo, y evoco las calles, las plazas, los edificios y las avenidas de mi ciudad caótica y bendecida.
Mi ciudad, católica y atea
Mi ciudad, horrible y bella
Mala y buena
Mi ciudad amada
Mi ciudad odiada
Mi ciudad por azar y por hado
Mi ciudad
Polvorienta, vieja, atrita
Donairosa
Con su río sifilítico
Con sus peatones pervertidos
Con sus bares y sus iglesias
Mi ciudad
Mi destino
Con sus mendigos y sus putas
Con sus burgueses y sus curas
Con sus vagos, sus borrachos y sus drogadictos
Con sus poetas, sus escritores, sus artistas,
sus intelectuales
Mi ciudad
Con sus millones de fracasados que no le temen al fracaso
Que viven triunfando del miedo
Mi ciudad
Con sus estudiantes, sus obreros, sus oficinistas
Mi ciudad
Con sus locos y sus pirañitas
Con sus abogados y sus agentes de la bolsa
Con sus policías corruptos y sus políticos chapuceros
Mi ciudad
Con sus pobres y sus ricos
Con sus cholos, sus huachafos, sus pitucos
Con sus negros, con sus gringos, con sus chinos
Estoy lleno de saudade, de clara morriña; para mí la Beatitud, en este momento, consiste en vagar por cualquier calle provecta y pringosa de mi ciudad, de esa urbe maldita y bendita. Estoy fuera de Lima, y por eso mismo más dentro de ella.

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