domingo, 29 de noviembre de 2009

Tía Doris

Mis abuelos maternos se llamaron Manuel y Natalia, y tuvieron cinco hijos. Estos hijos son mi tío Manuel, mi tío Andrés, mi tía Natalia, mi tía Doris y mi madre. Es de tía Doris de quien quiero hablar. En una reunión familiar, ya hace años, ella me pidió que algún día escribiera sobre su vida. Después de meditarlo mucho, he decidido hacerlo. Lo normal hubiera sido esperar a que ella falleciera, pero como lo más probable es que yo fallezca primero- es un presentimiento, un prurito de Fatalidad-, emprendo ahora la tarea de escribir la historia de su vida. Una historia azarosa, enfermiza e incompleta. Empiezo.
La infancia de tía Doris trascurrió en una vieja quinta de Jesús María. Allí jugó, allí creció, allí soñó. Allí también comenzó a tener problemas de autoestima y a sentirse desgraciada. Mi abuela, cuando salía, le encomendaba a tío Andrés el cuidado de tía Doris y de mi madre, que sólo se llevaban meses de diferencia. Al quedarse los tres solos, tío Andrés hacía jugar a sus hermanas. A lo que más jugaban era a las peleas. Tía Doris y mi madre se trenzaban en el colchón de la cama de los abuelos y tío José las animaba. Eso divertía a las pequeñas hermanas. Sin embargo, a tío Andrés un día se le ocurrió enseñarle a sus hermanas a ver la hora. Las hizo sentarse en la mesa de la cocina y les señaló el reloj de pared. Les mostró cómo funcionaban las agujas y les explicó cómo los números representaban otros números. Después les puso una hora cualquiera y le preguntó primero a mi madre ¿Qué hora es? Las seis y media, respondía mi madre. Y tío Andrés la felicitaba. Luego cambiaba la hora y le preguntaba a tía Doris ¿Qué hora es? Y tía Doris miraba el reloj, trataba de recordar lo que tío Andrés les había explicado, fijaba la vista en las agujas, y no atinaba a responder nada. ¿Cómo? ¿No puedes decirme qué hora es?, le decía tío Andrés. Volvía a explicarle cómo se veía la hora, y volvía a poner el reloj en una hora determinada y tornaba a preguntarle a tía Doris ¿Qué hora es? Tía Doris miraba el reloj, se concentraba, trataba de ver la hora, y le resultaba imposible. Entonces se ponía nerviosa y se le llenaban los ojos de lágrimas. Tío Andrés le decía ¡Qué bruta eres carajo! Y tía Doris se ponía a llorar. Aprendió a mirar la hora mucho después, cuando ya era casi una adolescente. Al mirar las agujas del reloj pensaba que si no lograba saber qué hora era una voz le diría ¡Qué bruta eres carajo! Tía Doris aún tiembla y traspira cuando alguien le pregunta qué hora es. Y, en su niñez, cuando alguien le decía bruta se ponía a llorar.
En su adolescencia, a los dieciséis años, ya parecía una mujer de veinte. Era endiablademente guapa. Tenía el cabello castaño claro, los ojos grandes y marrones, la nariz fina y respingada, la boca chica y los dientes delanteros grandes y un poco salidos. Sus piel era dorada, sus senos eran grandes, su cintura era sumamente estrecha, sus caderas eran anchas, sus glúteos eran prominentes y sus piernas parecían las de una atleta. Iba al colegio, pero era una pésima estudiante. Ella misma creía que era bruta y que no podía con los estudios. A esa edad, a los dieciséis, tuvo su primer enamorado. Se llamaba Paolo y era un chico bien. Tenía dieciocho años. Todos los días iba a visitar a tía Doris en su auto. Con el permiso del abuelo Manuel se iban a dar una vuelta por Jesús María. Regresaban no muy tarde y se despedían con un beso en la boca, dulce y prolongado. Tía Doris también perdió la virginidad en aquel tiempo. No fue con Paolo. Fue con Alberto, el novio de tía Natalia. Alberto era un tipo libidinoso, salaz, rijoso, y le gustaban, además de tía Natalia, tía Doris y mi madre. Él ya era un adulto, y se andaba tirando a todas las mujeres que conocía. Era astuto, así que tía Natalia nunca se enteraba de sus bellaquerías. Cuando tía Natalia cumplió no sé cuántos años-veinte o más-, se celebró una fiesta en la casa de la quinta. Asistió mucha gente, fueron incluso los vecinos. Alberto estuvo atrás de tía Doris casi todo el tiempo. Tía Doris también bebía, y estaba un tanto picada. Hubo un momento en que desapareció de la fiesta. Alberto, que andaba pendiente de ella, fue a ver si estaba en su habitación. Efectivamente, tía Doris estaba allí, hablando por teléfono con Paolo, su enamorado. Alberto se quedó de pie en el umbral de la habitación. Cuando tía Doris colgó el teléfono, él se le acercó. ¿Con quién hablabas? ¿Con tu enamorado? Sí, ¿y tú qué haces aquí, Alberto? ¿Sabes que estás guapísima? Eres la más bonita de las tres. Ay, no fastidies. No, en serio, eres mejor que tus hermanas. Si tú lo dices. ¿Ya has hecho el amor con tu enamorado? Oye, cómo dices eso. Si él se demora mucho en hacerlo contigo, yo me le voy a adelantar. Tía Doris rió. Ya no fastidies, le dijo a Alberto. Éste le rodeó la cintura con ambos brazos y la besó. Tía Doris no opuso resistencia. También lo besó. Se tendieron en la cama y Alberto le sacó el vestido a tía Doris. La desfloró ahí mismo. Tía Doris no le dijo nada a tía Natalia. Guardó para siempre el secreto. Tampoco le dijo nada a Paolo. Más bien le propuso hacer el amor un día. Lo hicieron en el auto, y tía Doris pudo comparar a Paolo y a Alberto. La comparación le pareció grotesca. Cuando terminó con Paolo, se sumió en una profunda depresión. Lloraba toda la Noche abrazando la almohada y meciéndose de atrás para adelante. Mi mamá la veía y la oía, y padecía su pena inconsolable. Le espantaba ver tanta tristeza. Tía Doris no dormía y se iba al colegio sin lavarse la cara y sin peinarse. Cuando regresaba a la casa junto con mi mamá se iba directo a su cuarto a seguir llorando. Ni siquiera comía. Mi abuela le habló varias veces, pero tía Doris continuaba sumida en la depresión. En las mañanas, mi mamá la veía toda ojerosa, mustia y desgreñada, y le preguntaba si ya se sentía mejor. Tía Doris le respondía que no estaba bien, que seguía mal. Lo cierto es que salió de la depresión al cabo de unas semanas.
Tío Manuel era el mayor de los hermanos, y era marino. Siempre estaba viajando por la costa del Perú, cumpliendo con diversos trabajos que le encomendaban. Tía Doris había decidido dejar el colegio, y mis abuelos no sabían qué hacer con ella. A tío Manuel se le ocurrió llevársela consigo a Tumbes. Tía Doris viajó entusiasmada. En Tumbes tío Manuel tenía asignada una casa. Le dijo a tía Doris que en esa casa vivirían los dos por un tiempo. Como tío Manuel trabajaba todo el día, tía Doris pudo conocer Tumbes sola y tranquila. A los pocos días conoció a un grupo de chicos y de chicas que paraban en la playa cantando, tocando la guitarra, conversando, bebiendo y fumando marihuana. Tía Doris se unió a ellos. En poco tiempo aprendió a tocar la guitarra. Tocaba y cantaba muy bien. También fumó marihuana por primera vez. Se llevaba muy bien con los chicos y las chicas que había conocido. Le encantaba Tumbes. Todos los días contemplaba el Mar y las puestas de Sol. Desde aquel momento lo que más amó tía Doris fueron el Mar y la puesta de Sol. Le escribía cartas todos los días a los abuelos y a mi mamá. Les decía que estaba bien, que era feliz, que quería quedarse en Tumbes para siempre. Días inolvidables fueron aquellos de Tumbes. Por las noches, después de cenar con tío Manuel, tía Doris volvía a la playa, donde la esperaban sus amigos, y se sentaba con ellos alrededor de una fogata. Ella cogía la guitarra y tocaba y cantaba. Pensó en convertirse en cantante. Después de dos meses tío Manuel le dijo que tenían que volver a Lima. A tía Doris sólo le quedó volver y quedarse con el gratísimo recuerdo de su estancia en Tumbes. Consideraba que allí había pasado los días más hermosos de su vida.
De vuelta en Lima, tía Doris se halló desubicada. No sabía qué hacer. No le apetecía terminar el colegio, y tampoco le apetecía trabajar. Se dedicó a cantar y a tocar la guitarra todo el día. Como tío Manuel vio que le gustaba la música la empezó a llevar a peñas. Tía Doris ya tenía dieciocho años, así que podía ingresar tranquilamente a los locales. Mi mamá también iba a las peñas. Fue en una peña donde tía Doris conoció al cantante Pedro Vázquez, un negro gordo, talentoso y desatinado. Ambos tuvieron un idilio, pero muy breve. Pedro Vázquez, sin embargo, quedó prendado de tía Doris para toda la vida. Ella era su amor ideal. A tía Doris le encantaba el ambiente de las peñas. Se sabía todos los valses y en su casa los cantaba mientras tocaba la guitarra. Amaba las composiciones de Chabuca Granda, de Felipe Pinglo, de César Miró... Fue en una peña donde conoció a Armando, un amigo de tío Manuel. Armando era bajito- era más bajo que tía Doris-, y llevaba bigote. También cantaba valses con una voz que parecía bendecida. Tía Doris se enamoró inmediatamente de él. Él también se enamoró de ella. Una Noche, mientras bailaban en una peña, Armando le declaró su amor a tía Doris. Ella le dijo que también lo amaba. Se dieron un beso e iniciaron una relación. Se casaron después de un año. Para ese entonces, la familia ya se había mudado a Bellavista, a una casa bastante espaciosa que el abuelo Manuel había comprado con sus ahorros, producto de su esfuerzo y de su sudor como empleado de una fábrica de cerveza ubicada en el Callao. En la casa ya sólo vivían los abuelos, tío Andrés con su esposa y sus dos hijos, tía Doris y mi madre. Tío Manuel y tía Natalia se habían ido con su nueva familia. Tío Armando era abogado, y trabajaba para una empresa minera del centro del país. Tenía que viajar constantemente a La Oroya, donde se hallaba la sede principal de la empresa. Cuando se iba, tía Doris le lavaba el auto llorando. Aunque los viajes duraban sólo tres o cuatro días ella se sentía sola, triste, íngrima, y extrañaba a tío Armando como si éste hubiera muerto. Cuando él volvía, tía Doris era la mujer más feliz del mundo. Aun así, padecía celos imaginarios. Pensaba que quizá tío Armando la estaba engañando con otra. No sabía por qué, tío Armando no le daba motivo, pero ella padecía esos celos, y se sentía mal. Un día le dijo a tío Armando que quería ir a La Oroya con él. Él aceptó. En La Oroya ocuparon un pequeño bungallow. Cuando tío Armando se iba a trabajar, tía Doris se metía al ropero y allí esperaba. Al volver tío Armando, ella corría un poco la puerta del ropero y miraba a su esposo a través de la rendija. Se quedaba así, espiándolo, hasta que él volvía a salir. Quería estar segura de que no tenía a otra. Ella sabía que lo que hacía era absurdo, pero no podía evitarlo. En las Noches, cuando salía a caminar con tío Armando, miraba las cumbres nevadas de las montañas plateadas, y le decía a su esposo No me dejes, Armando, por favor nunca me dejes. Nunca te dejaré, le decía tío Armando, eres lo que más amo en la vida.
A los veintitrés años, tía Doris tuvo una hija a la que le puso el nombre de María. Después de unos meses nací yo, y tía Doris fue mi madrina. Poco antes de que la pequeña María cumpliese un año, el abuelo Manuel falleció. Pasaron algunos años. El Tiempo fue maltratando la relación de tía Doris y de tío Armando. A veces, ella quería salir a divertirse a una peña, y él no tenía ganas, prefería quedarse leyendo un libro o viendo la televisión. Entonces ella se enojaba y le decía a tío Armando que era un huevón, un aburrido de mierda, un tremendo cojudo. Tío Armando, que nunca usaba palabras malsonantes, se indignaba y le decía a tía Doris que estaba obrando de forma incorrecta, que recapacitara. Tía Doris se metía al baño y ahí se quedaba llorando. Cuando se calmaba, salía y le pedía perdón a tío Armando. Éste la perdonaba y ambos se abrazaban y se quedaban así, unidos, largo rato.
Cuando tía Doris se enojaba era un demonio. No respetaba a nadie cuando se le revolvía la bilis. Una tarde de Invierno, la abuela Natalia le reprochaba el que hubiese discutido con tío Armando- habían discutido el día anterior, a causa de los celos imaginarios de mi tía-, y le decía que no estaba llevando bien su matrimonio. Tía Doris la mandó a la mierda y la denostó varias veces, totalmente fuera de sí. Luego se subió al auto que tío Armando le había comprado y se fue de la casa haciendo chirriar las llantas. La abuela Natalia se quedó sola con María y decidió llevarla a la casa en que nosotros vivíamos, en Maranga. Nos habíamos mudado un año atrás. La abuela Natalia llegó sintiéndose mal. Cortó un poco de ruda del jardín y la echó en una olla donde hervía el agua. Mi prima María, mi hermano Julio y yo le pedíamos que nos cuente un cuento. Ella nos dijo que iba a descansar, y que al despertar nos contaría varios cuentos. Se echó en la cama de mi madre y se quedó dormida. Nosotros nos pusimos a jugar en el armario. Al cabo de unos diez minutos oímos como un ronquido. Salimos del armario. Era la abuela quien roncaba. Nos reímos, pues creímos que bromeaba. Intentamos despertarla, pero seguía emitiendo ese sonido. Nos asustamos. La abuela parecía que se estaba ahogando. Llamamos a mi abuela paterna y a las sirvientas. Le está dando un infarto, exclamó mi abuela paterna. Se llamó a los vecinos, al médico que vivía cerca de la casa, pero no se pudo hacer nada. La abuela Natalia había muerto. Tía Doris lloró amargamente abrazando el cadáver de su madre. Siempre se sintió culpable de su muerte.
El Tiempo siguió estragando la relación de tía Doris y de tío Armando. Tía Doris quería salir, ir a las peñas, cantar y bailar, y vivir, en fin , la vida, y tío Armando lo que quería era llevar una vida tranquila, recogida, reposada, al lado de la mujer que amaba. Para él ya había pasado el tiempo de las peñas y de las juergas nocturnas. Era inevitable que discutieran, y era inevitable que tía Doris se convirtiera en un demonio al discutir. Al cabo de cada discusión, ella lloraba a solas en el baño, y trataba de entender lo que le pasaba. Nunca lograba sacar nada en limpio. En aquel entonces, mi papá y mi mamá organizaban pequeñas reuniones en la casa de Maranga los fines de semana. Tía Doris comenzó a asistir, pero sola, sin tío Armando. Entre los asistentes, había un dentista llamado Ernesto y un vendedor de pollos al por mayor llamado Rogelio. Cuando mi tía apareció un día en la reunión, ambos quedaron prendados de ella. Ernesto el dentista era un hombre ya maduro, muy educado, de ojos algo tristones, y Rogelio el pollero era aún joven, vulgar, gordo y bigotudo. Fue el dentista quien comenzó a cortejar a mi tía. El pollero, que había hecho fortuna con su negocio, sacaba fajos de dólares y se los mostraba al dentista diciéndole Esto es lo que manda, huevón. En cada reunión, ambos pretendientes se disputaban la aceptación de tía Doris. Acabó venciendo Rogelio, a quien en Magdalena, de donde él era, lo conocían como"Pollo Gordo." A mi tía la conquistó su alegría, su sinverguencería, su vulgaridad. En una de las reuniones terminaron besándose frente a todos. El pobre dentista no volvió a asistir a ninguna reunión más. Tía Doris se encontraba todos los fines de semana con "Pollo Gordo"en mi casa. Recuerdo que una vez los vi sentados en el jardín, conversando y besándose, en actitud idílica. Mi papá sintió que aquello le remordía la conciencia. Sintió que estaba promoviendo una infidelidad. No pudiendo aguantar más, llamó a tío Armando y le contó todo. Tío Armando fue a mi casa a recoger a María, pues ese fin de semana mi tía la había llevado y se había quedado a dormir con nosotros. Recuerdo que apenas María salió tío Armando la abrazó muy fuerte y dejó escapar unas lágrimas. Después habló con mi papá, se despidió de María y se fue.
En la casa de Bellavista ya sólo vivían tía Doris, tío Armando y María. Tío Armando, después de conversar mucho con tía Doris, decidió que lo mejor era el divorcio. La casa se vendió y cada uno de los hermanos recibió su parte. Tío Armando se mudó a un departamento en Miraflores, y tía Doris se fue a un departamento de Magdalena con María. "Pollo Gordo" iba a verla, pero aún no formalizaban su relación. Los fines de semana y aun algunos días lectivos, tía Doris dejaba dormida a María y se iba a alguna peña. Allí bebía, cantaba , bailaba, se olvidaba de todo. En una de esas escapadas se volvió a encontrar con Pedro Vázquez. Se saludaron efusivamente y se contaron sus vidas. Pedro Vázquez le dijo a mi tía que sentía mucho lo de su separación, y que ahí estaba él para ayudarla en todo lo que fuera necesario. Mi tía le agradeció. Ambos se quedaron bebiendo hasta el amanecer. Pedro Vázquez llevó a mi tía a su departamento. Se despidieron y quedaron en verse en unos días. Efectivamente, volvieron a verse. Pedro Vázquez le presentó algunas cantantes famosas a mi tía. Mientras él cantaba mi tía se quedaba conversando con alguna de estas cantantes. Bebían y al final la cantante le proponía acostarse con ella. Tía Doris le decía que no gracias, y la cantante entendía y no fregaba más. Eso le pasó a mi tía con más de una cantante criolla.
En aquel tiempo, tía Doris se sentía confundida y extrañaba mucho a tío Armando, el hombre de su vida. Todo se había hecho cenizas entre ellos. Ella no se explicaba cómo era posible. Le sorprendía no haber llorado tanto como esperaba. Sin embargo, tenía una herida interna, y le dolía muchísimo. Solo que no podía gritar. Algo se lo impedía. Quizá era la confusión, la ilusión, la vorágine. No sabía qué iba a ser de su vida. María le preocupaba sobremanera. Ella no entendía bien qué era lo que había pasado, y tía Doris tenía que explicárselo con el mayor de los cuidados.
Un día de Verano, "Pollo Gordo" fue a buscar a tía Doris a su departamento. Cuando ella le abrió la puerta, se quedaron mirando un buen rato. Luego "Pollo Gordo" abrazó a tía Doris y la besó en la boca. Al separarse le dijo Quiero que vivas conmigo. Tía Doris sonrió y abrazó y besó a "Pollo Gordo."
"Pollo Gordo" se había mandado a hacer una casa en La Molina, cerca de La Planicie, y ya estaba terminada. Fue con tía Doris a verla. Apenas entraron "Pollo Gordo" le dijo a mi tía Bienvenida a tu casa. Era una casa muy grande y muy bonita. Tenía tres pisos, una habitación matrimonial con jacuzzi, una terraza, una piscina, una sauna, un salón de billar, varios dormitorios...Tía Doris quedó deslumbrada. Se fue a vivir con "Pollo Gordo." A María la tenía una semana ella y otra semana tío Armando. Con "Pollo Gordo" tía Doris llevó un nuevo modo de vida. Encerrados en la suntuosa casa, escuchaban música, bebían, cantaban, bailaban, se divertían a cualquier hora de cualquier día. Un día, "Pollo Gordo" sacó un paco inmenso de coca y lo puso sobre la mesita de la sala, entre una botella de Jhonnie Walker etiqueta negra y otra de Coca Cola. ¿Tú consumes eso?, le preguntó tía Doris. Sí, respondió "Pollo Gordo", y no quiero que haya secretos entre nosotros. ¿Quieres? No sé, nunca la he probado. Prueba un poquito. "Pollo Gordo" sacó una tarjeta, recogió un montón de coca con uno de los extremos y aspiró. Luego volvió a recoger otro montón de coca y se la metió por la otra fosa. Le ofreció un poco a tía Doris. Ella aspiró y sintió inmediatamente el picor en la fosa, el golpe en las sienes, el amargor en el paladar. Después sintió que el corazón le latía más rápido y que el cerebro le funcionaba a mil por hora. Le pidió más a "Pollo Gordo."Éste hizo unas rayas y ambos jalaron con un billete de cien dólares.
Desde entonces la vida de tía Doris se convirtió en una juerga continua. Todos los días escuchaba música, cantaba y tocaba su guitarra, bebía whisky y jalaba coca. Se pasaba días enteros sin dormir, conversando con "Pollo Gordo" y haciendo el amor con él. Poco a poco se fue enganchando en el vicio de la coca. Ya no recogía a María, sino que la dejaba con tío Armando. Un día le preguntó a "Pollo Gordo" ¿Qué vamos a hacer? ¿Qué va a ser de nosotros? ¿Cuándo nos vamos a casar? "Pollo Gordo", muy turbado, le dijo que él no pensaba en casarse. Tía Doris guardó silencio. Pasó el tiempo. Un día "Pollo Gordo" le dijo a tía Doris que necesitaba tiempo para pensar, que estaba confundido. Tía Doris, que para variar estaba jalando coca y tomando whisky, le dijo Qué quieres decir con eso. ¿Quieres que me vaya? Sólo tendrías que irte un tiempo, dijo "Pollo Gordo", luego regresarás. ¡Oye mierda! ¡Quién chucha te crees que soy yo! ¿Crees que puedes jugar conmigo de esa forma? ¡Ni pienses que me voy a ir de aquí, maricón de mierda, conchatumadre! "Pollo Gordo" se fue sin decir palabra. Nunca había visto así a tía Doris. Al día siguiente volvió a acercársele y le dijo Doris, por favor, te lo pido con todo amor, dame un tiempo para pensar. Lo necesito. ¡Tú dijiste que esta casa era mía! ¡Ahora te jodes! ¿Crees que no sé que te quieres deshacer de mí? ¡Mentiroso! ¡Eres un mentiroso hijo de puta! Tía Doris rompió en llanto. "Pollo Gordo" intentó abrazarla. ¡Suéltame mierda!, le gritó ella, y lo apartó con las manos. Si quieres quédate, pero yo me voy, le dijo "Pollo Gordo." Y se fue. Tía Doris se quedó llorando y jalando coca. Se quedó encerrada, sin salir siquiera al jardín, durante una semana. No dormía y casi no comía. Sólo jalaba coca. Cuando oyó entrar a "Pollo Gordo" en su auto, fue corriendo hasta el armario de la habitación matrimonial y sacó una escopeta. "Pollo Gordo" se la había mostrado y le había advertido que estaba cargada. ¡Doris! ¡Doris! Ella no contestaba. ¡Doris! ¡Doris! Siguió sin contestar. Luego oyó subir a "Pollo Gordo." Cuando entró en la habitación, le apuntó con el arma. ¡Te voy a matar, mierda!, exclamó. ¡Puta madre Doris! ¡Tranquila! ¡Arrodíllate o te mato! ¡Pero Doris! ¡Por favor! ¡Arrodíllate! "Pollo Gordo" se arrodilló. Tía Doris comenzó a llorar. ¡Yo te quiero!, decía, ¡por qué no quieres vivir conmigo! Doris, cálmate, vamos a hablar, le dijo "Pollo Gordo." No, no tenemos nada de qué hablar. Te voy a matar y después me voy a matar yo. Tía Doris se acercó a "Pollo Gordo" sin dejar de apuntarle a la cabeza. Lo quedó mirando un buen rato. Después le dijo Vete, vete de aquí. "Pollo Gordo" se puso de pie y se fue casi corriendo.
Nadie podía sacar a tía Doris de la casa de La Molina. Ella se había atrincherado allí. Jalaba coca y mantenía cerca la escopeta. Mi papá, que era buen amigo suyo, se atrevió a entrar en la casa con las llaves que le había dado "Pollo Gordo."Cuando tía Doris lo vio comenzó a llorar, diciendo ¡Por qué no me quiere! ¡Por qué no me quiere! Mi papá la abrazó y le habló por un largo rato. Finalmente, salieron juntos de la casa.
Tía Doris fue a un sanatorio para poder dejar la coca. Cuando terminó el tratamiento se fue a los Estados Unidos, a trabajar allá. Cuando pasaron casi dos años, "Pollo Gordo" la fue a buscar, le propuso matrimonio, y la llevó de nuevo al Perú. Toda la familia asistió a la boda, que se realizó en la casa de La Molina. Meses después, tía Doris dio a luz un hijo al que le pusieron el nombre de Lucas. Unos años después mi prima María quedó embarazada. Tenía diecisiete años, así que su embarazo fue motivo de escándalo en la familia. No obstante, todos la apoyaron y dio a luz un hijo al que le puso el nombre de Arturo. Durante todo ese tiempo, tía Doris y "Pollo Gordo" se habían llevado bien, amándose y compartiendo sus vidas, más unidos que nunca por el hijo que habían tenido. Sin embargo, tía Doris fue descubriendo los múltiples defectos que tenía "Pollo Gordo." Así que comenzó a discutir con él, y a tratarlo mal. También volvió a consumir cocaína. En su fuero interno se preguntaba cómo diablos había podido enamorarse de un hombre tan vulgar, tan mezquino, tan desagradable. Poco a poco la relación de ambos se fue convirtiendo en un infierno. Llegaron a irse a las manos. Se perdieron el respeto. Pero todo fluctuaba. A veces tía Doris recordaba al "Pollo Gordo" del que ella se había enamorado, y lo volvía a ver en ese hombre al que ahora frecuentemente insultaba, y se daba cuenta que aún había amor en ella. Era confuso.
Un día tía Doris se sintió mal y fue al médico. Éste, después de examinarla, le dijo que debía dejar la coca lo antes posible, pues tenía un problema en el corazón a causa de su consumo. Dejó la coca y empezó a tomar unas pastillas para el corazón. Según el médico, debía tomarlas para siempre. También fue al psiquiatra. Éste la oyó y le mandó tomar antidepresivos y ansiolíticos.
Pasaron los años. La relación de tía Doris y de "Pollo Gordo" era inestable. A veces estaban bien, a veces estaban mal. Desde hacía bastante tiempo, solían alquilar, en Verano, una casa en la playa. Allí mi tía era feliz. Allí se sentía completa, con el Mar y con la puesta de Sol. Nosotros siempre íbamos de visita y la pasábamos muy bien. En una de esas casa de veraneo, "Pollo Gordo" y mi tía nos dijeron que habían decidido irse a vivir a los Estados Unidos con Lucas. Nos dio un poco de pena, pero también nos pareció positivo. Las cosas las hicieron rápido. Vendieron la casa, "Pollo Gordo" dejó su negocio en manos de sus hermanas, y se marcharon. Al cabo de un mes volvieron. Tía Doris y Lucas no habían logrado acostumbrarse a la vida de allá. Compraron una casa en Lima y retomaron su vida en esa bella y horrible ciudad.
Actualmente, tía Doris vive su solitaria vida de casada. Ya tiene más de cincuenta años, y se pasa los días pensando, tomando sus pastillas, leyendo algún libro o alguna revista, y preguntándose en qué momento su vida se jodió.

1 comentario:

  1. esta historia me atrapo,narrada de una forma estupenda,ojala haya una segunda parte...

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