sábado, 13 de febrero de 2010

Mujer frente al Crepúsculo

En aquel Verano se me dio por ir a contemplar la puesta de Sol a Barranco. Iba por la Bajada de los Baños hasta el mirador. Allí había hippies vendiendo bisuterías y parejas comiéndose a besos. Yo me apoyaba en la baranda y miraba al Sol ocultarse en el amplio Mar plateado. Me gustaba contemplar el Crepúsculo. Me sosegaba bastante. Una tarde, cuando el Sol ya comenzaba a declinar, y yo me dejaba cegar por esa luz anaranjada y mortecina, alguien se apoyó a mi lado. Miré de soslayo. Era una mujer. Olía a jabón y a champú. No pude evitar girar la cabeza para mirarla mejor. Era joven y de estatura mediana, sus ojos eran verdegrises, su nariz era pequeña, sus labios eran gruesos, su cabello era castaño claro, tenía los senos grandes y el culo respingón, sus piernas, que el vestido corto, ligero y blanco que llevaba, dejaban ver, parecían las de una atleta. Miraba atentamente la puesta de Sol. Yo me mantuve a su lado, y consideré que lo bello se me manifestaba doblemente. El Crepúsculo era bello, y aquella mujer tan joven era bella. Quise hablarle, pero mi timidez pudo más y permanecí callado. Cuando el Sol se hubo ocultado por completo, ella se marchó. Yo decidí seguirla sin que se diera cuenta. Subimos por toda la Bajada, cruzamos el Puente de los suspiros, llegamos al paseo Chabuca Granda, anduvimos hasta Pedro de Osma y doblamos a la derecha. Caminamos unas tres cuadras y ella entró a una de esas calles que tenían verja y guachimán. Quise ver a qué casa entraba, pero ya había oscurecido y la perdí de vista.
Recuerdo que apenas llegué a mi casa, en Maranga, le escribí un poema a aquella mujer. Era la mujer más bella que había visto en mi vida, y mi alma estaba inquieta. La tarde siguiente, volví al mirador, y ella volvió a llegar en pleno Crepúsculo. Tornó a apoyarse junto a mí. Yo no sabía si ella había reparado en mí, pero me sentía dichoso por tenerla a mi lado. Contemplamos la puesta de Sol hasta que concluyó. Ella se volvió a ir, y yo volví a seguirla. Estaba como hechizado por ella. Consideraba que era un regalo de los dioses. Sin embargo, no sabía qué hacer. No me atrevía a hablarle, y sólo la seguía inútilmente para saber dónde vivía. Lo que yo hacía era absurdo, pero en realidad sólo obedecía a mis impulsos. La tercera tarde, ella volvió a llegar en plena puesta de Sol. Nuevamente se apoyó a mi lado, y nuevamente me sentí dichoso por su sola proximidad. Esa vez vencí mi timidez y me atreví a hablarle. Es una hermosa puesta de Sol, ¿no crees? Ella me miró. Sus ojos parecían alegres. Sí, es hermosa, me dijo. ¿Te gusta contemplar las puestas de Sol?, le pregunté. Sí, me gusta mucho, me respondió. A mí también , le dije, me gusta contemplar la belleza. Ella sonrió. La puesta de Sol no es lo único bello que contemplo aquí, le dije. También te he contemplado a ti. Ella rió. Su risa era franca y pura. ¿En serio?, me preguntó. En serio, le dije, ésta es la tercera vez que te veo, y verte me hace feliz. Soy un amante de lo bello. ¿Eres poeta?, me preguntó. Sí, al menos creo que lo soy. ¿Cómo te llamas? Alfonso, ¿y tú? Ariana. Es un placer, Ariana, le dije tendiéndole la mano. Es un placer, Alfonso, me dijo, y tendió su mano y estrechó suavemente la mía. ¿Cuántos años tienes?, me preguntó. Veinticinco, le respondí. ¿Y tú? ¿Cuántos años tienes? Veintiuno, me respondió. ¿Y a qué te dedicas?, le pregunté. Estudio Derecho en la de Lima, pero ahora estoy de vacaciones. ¿Y tú? ¿A qué te dedicas? Ahora sólo me dedico a escribir poesía. Hasta los veintitrés estudié Filosofía en la Facultad de Teología pontificia y civil de Lima, pero decidí dejar los estudios. ¿Por qué? Porque lo que yo buscaba no estaba en la facultad. ¿Y qué buscabas? La verdad. Aunque te parezca estúpido buscaba la verdad. La buscaba y no sabía qué era. ¿Y ahora sabes qué es? Jhon Keats, un poeta inglés,escribió que la belleza es verdad y que la verdad es belleza. Quizá ya he encontrado la verdad gracias a la poesía. El Crepúsculo es bello, tú eres bella... Vas a hacer que me ponga roja. Te escribí un poema. ¿Me escribiste un poema? ¿Cuándo? La primera vez que te vi. Saqué un papel doblado de mi bolsillo. Se lo entregué a Ariana. Ella lo desdobló y lo leyó. Ya no recuerdo qué le había escrito, pero a ella le gustó mucho. Gracias, Alfonso, me dijo, qué sorpresa, no esperaba esto de nadie. Nunca me habían escrito un poema. Yo te escribiré uno cada día. Muchas gracias. El Sol acabó de ocultarse. ¿No quieres bajar a la playa?, le pregunté a Ariana. Sí, me gustaría bajar, me dijo. Bajamos hasta la playa. Nos quedamos de pie cerca a la orilla. El mar parecía de jaspe líquido. Las gaviotas chillaban y se posaban en las piedras. La cruz del morro ya se había encendido. Qué raro ha sido conocerte, me dijo Ariana. Para mí también ha sido raro conocerte, le dije, pero me siento contento, eres un regalo de los dioses. Ella rió. ¿Crees en los dioses?, me preguntó. A veces, le respondí. ¿Dónde vives? En san Miguel, en Maranga. ¿Y por qué vienes hasta acá? Porque desde acá se tiene una hermosa vista del Crepúsculo. De verdad te gusta mirar el Crepúsculo, entonces. Sí, me gusta mucho. Cuando anocheció, subimos por la Bajada. Al llegar a Pedro de Osma, Ariana me dijo Yo vivo por aquí cerca. Te acompaño, le dije. Bueno, asintió ella. Me moría por saber dónde vivía, ya que los dos días anteriores la había seguido y no había podido ver a qué casa entraba. Ese día la acompañé hasta la puerta de su casa. Bueno, Alfonso, me dijo, todo ha sido maravilloso, te agradezco mucho por el poema. No tienes que agradecérmelo, le dije. Soy yo quien debe agradecerte a ti el haberme inspirado. Bueno, ¿hasta mañana, entonces? Hasta mañana, Ariana. Nos despedimos con un beso en la mejilla.
Al día siguiente, Ariana y yo volvimos a vernos. Yo le llevé un poema que ella leyó y encareció mucho. Contemplamos juntos el Crepúsculo. Después nos fuimos a pasear por el Parque municipal. Siento como si te conociera desde hace mucho tiempo, le dije a Ariana. Yo siento lo mismo contigo, me dijo ella. A lo mejor nuestras almas se han conocido antes de encarnarse. ¿Tú crees? Creo que sí. Se han conocido antes de encarnarse y ahora, ya encarnadas, se han reconocido. Suena muy bonito. Y puede ser cierto, porque no hemos tenido ninguna dificultad para conocernos. Ya de Noche, acompañé a Ariana a su casa. Allí nos despedimos y nos dijimos Hasta mañana.
Yo estaba enamorado. Me había enamorado de Ariana desde la primera vez que la vi. La amaba inmensamente,y me sentía feliz por haberla conocido. Sin embargo, no me atrevía a declararle mi amor y a besarla apasionadamente. Cada día que pasaba le llevaba un poema y le hablaba de su belleza, de nuestras almas reconocidas, de nuestra amistad. A los dos nos gustaba andar juntos. Después de contemplar el Crepúsculo íbamos al parque, al bulevar, al "Juanito,"y la pasábamos bien. Una Noche, mientras comíamos unos panes con jamón del país en el "Juanito", Ariana me preguntó ¿Tienes enamorada? No, le respondí, no tengo, y ahora que te conozco no podría tenerla. Ella sonrió. Yo seguí comiendo y luego le dije Ahora que te conozco no necesito enamorada. Ella siguió sonriendo.
Al cabo de dos semanas de conocernos fuimos a "La posada del ángel." Allí bebimos vino hasta embriagarnos. Eres la mujer más bella que he conocido, le decía yo a Ariana. No quiero perderte nunca, mi alma te ama con todas sus fuerzas. Ya han pasado dos semanas y sólo somos amigos, me dijo ella. Yo posé mi mano derecha sobre su mano izquierda. Somos más que amigos, le dije. Tú eres mi amada y yo soy tu amante. Así su mano izquierda y me la llevé a los labios. La besé. Te amo, le dije. Te amo con toda el alma. Cuando salimos de la "Posada...", ambos trastabillábamos. Yo abracé a Ariana. Era la primera vez que la abrazaba. Quise besarla, pero no lo hice. Algo me refrenaba. Era timidez o excesiva adoración. La acompañé hasta su casa y allí nos despedimos. Pero no nos dijimos Hasta mañana.
Al día siguiente, fui a contemplar el Crepúsculo y Ariana no se apareció. Decidí ir a buscarla a su casa. Cuando llegué, toqué el timbre y me abrió la empleada. Pregunté por Ariana. La empleada me dijo que había salido en la tarde. Pasaron cinco días sin que Ariana se apareciera por el mirador. Cuando la buscaba en su casa la empleada siempre me decía lo mismo, que había salido en la tarde. Algo raro ocurría. Tal vez Ariana ya se había aburrido de mí. Yo la había idealizado demasiado, y la había tratado como a una diosa y no como a un ser humano. Yo estaba enamorado de ella, y le había dicho que la amaba, pero no se lo había refrendado con un beso que humanizara nuestra relación. La había llenado de poesía, la había colmado de letra, pero había olvidado la carne y el espíritu. Me había equivocado. No había sabido proceder con ella de la manera correcta. Y ella, seguramente, se había hartado.
Al sexto día, bajé al mirador y vi, con gran sorpresa, que Ariana estaba apoyada en la baranda con un muchacho que seguramente tenía su misma edad. Se cogían de las manos y conversaban y reían. Cuando vi que se besaron sentí que me clavaban un puñal en el corazón. Sin embargo, pensé que me lo tenía bien merecido. Por tonto y por no ser atrevido. Seguro que Ariana había conocido a ese muchacho mientras salía conmigo, y nos había comparado. Yo le daba veneración, amor y poesía. Y él le daba amor de carne y hueso. Ella lo había preferido a él. Y, por lo visto, no le importaba que yo apareciera en cualquier momento y la viera. Demasiada poesía, pensé, demasiada poesía. El Sol se ocultaba. La luz crepuscular iluminaba el mirador. Yo di media vuelta y me marché.

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