sábado, 11 de julio de 2009

Abandono de la Esperanza

Es una mañana de Invierno. He llegado al Manicomio a visitar al profesor De la Fuente. El profesor De la Fuente es un poeta, y está en el Manicomio por voluntad propia. Se internó hace seis años porque, según él mismo dijo, era una persona inadaptable, incapaz de vivir en el Mundo. Pero no sólo se recluyó por eso, sino también por su dipsomanía, que un amigo suyo, el doctor Delgado, le había prometido curar. Yo conocí al profesor en la Universidad. Él me enseñaba Literatura hispanoamericana. Era un profesor muy respetado que escribía poemas que publicaba en una prestigiosa editorial nacional. Ganó el premio nacional de Poesía en dos ocasiones. Como yo quería ser poeta, siempre le daba mis poemas para que los leyera y los corrigiese. Él lo hacía y me animaba a seguir escribiendo. El primer poemario que publiqué fue prologado por él. No he dejado de venir a visitarlo desde que se internó. Antes venía una vez al mes, pero ahora, a causa del trabajo- soy profesor de Literatura española en la Católica-, vengo cuando puedo. La última vez que vine fue hace tres meses. En realidad, tengo muchas ganas de verlo. Vengo trayéndole dos libros que me pidió la última vez que nos vimos- "La Divina Comedia" y las "Tragedias" de Esquilo-, unos poemas míos que quiero que lea y corrija, y una petaca de whisky que llevo bien oculta en el bolsillo derecho del abrigo. Voy andando por una vereda que cruza el melancólico jardín. Miro el Cielo blanco y cenizo. Me acerco al pabellón donde vive el profesor. Llego. Entro al viejo edificio. Percibo el perfume rancio, aséptico, del lugar. Subo hasta la habitación del profesor. Llamo a la puerta. Pase, me dice una voz agria, aceda. Abro la puerta y veo al profesor de espaldas a mí, sentado ante una pequeña mesa llena de libros y papeles, frente a la ventana abierta, al lado izquierdo de la cama. Buenos días, profesor, le digo. Él voltea, me mira a través de sus gafas de gruesa dioptría, me reconoce, se pone de pie, viene hacia mí. Alfonso, qué gusto verte, me dice. Yo lo miro de arriba abajo con gran rapidez. Está tan desaliñado como siempre. Viste un traje gris que le queda algo holgado- noto que ha bajado de peso-, lleva el sombrero negro, de fieltro, de toda la vida, y calza unos zapatos negros bastante andados. Su cara está un poco hinchada, seguramente por las medicinas que le dan; está afeitado, pero se ha dejado el inveterado bigotito irónico. Le doy un abrazo. Él también me abraza Al separarnos, le entrego los libros y mis poemas. Él los deja sobre la mesita, se vuelve hacia mí y me pregunta ¿Trajiste lo otro? Sí, le respondo, y saco la petaca de whisky del bolsillo derecho de mi abrigo y se la doy. Él la destapa y le da tres largos sorbos. Se supone que no debe beber, pero si no le traigo algo de licor es capaz de beberse el alcohol concentrado, como ya varias veces lo ha hecho.Además, sé que si no soy yo, serán los empleados mismos del Manicomio quienes le traerán licor a cambio de algo de dinero. Con la dipsomanía del profesor nadie puede, ni siquiera los fármacos. ¿Está escribiendo algo, profesor?, le pregunto. Sí, algunos versos, me responde. Luego me dice que me siente en la cama, que hace tiempo que quiere hablar conmigo. Yo le hago caso, y él se sienta en su silla, frente a mí.
-Creo que he hallado la fórmula de la Felicidad-me dice.
-¿Cuál es?-le pregunto.
-La fórmula consiste en abandonar la Esperanza.
-¿Pero la Esperanza no es una virtud teologal y necesaria?
El profesor coge la "Divina Comedia", la abre, pasa las páginas con rapidez y se detiene ante un pasaje.Lee:
-"Esperanza expectación segura es de la gloria eterna, que produce mérito precedente, gracia pura"
-Eso está sacado de la Biblia.
- Sí, yo te pido que no le hagas caso a Dante, ni a la Biblia...La Esperanza es una maldición. Hay que abandonarla.
-Abandonar la Esperanza sería entrar en el Infierno.
-No, no, no le hagas caso a Dante, ya te he dicho, Dante también se dejó engañar, fue un huevón más el pobre.
El profesor se pone de pie, con la petaca de whisky en la mano izquierda y "La Divina Comedia" en la derecha.
Bebe un sorbo del licor, y lee, casi grita "¡Oh mortales! ¡Abandonad toda esperanza!" Se sienta, me mira, y me dice:
-Según Dante, esas eran las palabras que estaban escritas en el umbral de la puerta del infierno. Yo te vuelvo a pedir, mi querido Alfonso, que no le hagas caso. Yo ya no creo en el cielo ni en el infierno, pero para que me entiendas te digo que esas palabras deberían estar escritas en la puerta del cielo.
-¿Qué es lo que me quiere decir exactamente, profesor?
-No te preocupes, no tengas prisa, el tiempo es una mierda, igual que la Esperanza. Un momento...
El profesor coge las "Tragedias" de Esquilo y las abre. Busca. Encuentra. Lee:
-"Prometeo:(...)Hice que los mortales dejaran de andar pensando en la muerte antes de tiempo. Corifeo: ¿Qué medicina hallaste para esa enfermedad? Prometeo: Puse en ellos ciegas esperanzas."
El profesor guarda silencio. Bebe un largo sorbo de whisky. Me mira y me dice:
-Presta atención. Prometeo fue justamente castigado por Zeus. La caja de Pandora guardaba todas las calamidades que podían enviar los dioses a los hombres. Todas escaparon, menos la Esperanza. Ella también era una calamidad. Prometeo lo supo, y la entregó a los hombres como si fuera una enfermedad divina.Por eso el titán fue atado a un peñón del Cáucaso.¿No te das cuenta que mientras más Esperanza se tiene más se sufre?
Prometeo fue sometido al tormento de la Esperanza.Los buitres iban todos los días a devorarle las entrañas, y éstas, todos los días, se regeneraban para luego volver a ser devoradas. Al ver que sus entrañas se regeneraban, el titán tenía Esperanza. Pero esa virtud era en realidad una calamidad. La Esperanza es un buitre, Alfonso, un feo y maldito buitre.
-No sé qué decirle, profesor.
-Eres un poeta, igual que yo, tienes que entender y tienes que abandonar la Esperanza.
-¿Usted ya la abandonó?
-Sí, hace rato que la abandoné.
El profesor da otro largo sorbo de whisky.
-No quiero seguir hablando del asunto-me dice.
Callamos. Yo le pido al profesor que me lea alguno de sus poemas...
Ya es el atardecer. Después de conversar mucho y de dar un largo paseo por el jardín, he dejado al profesor en su habitación. Me he despedido de él prometiéndole que regresaría dentro de un par de semanas. Él me ha pedido que no me olvide de la petaca de whisky, y me ha recordado que abandone la Esperanza. Ahora que camino por el malecón de Magdalena y que miro el Mar plateado y amplísimo, pienso en eso de la Esperanza. ¿Qué tanta razón puede tener el profesor? Son sólo palabras, son sólo conclusiones basadas en la interpretación inversa de un par de obras literarias. ¿Pero acaso no soy yo poeta? ¿Acaso no vivo yo de las palabras y de las obras literarias? Debo ser consecuente. El profesor lo está siendo, él está viviendo según sus ideas poéticas. Eres un poeta, tienes que entender y tienes que abandonar la Esperanza, me ha dicho. Pero él está mal de la cabeza, está aislado del Mundo, es una persona que no puede asimilar la Realidad, huye permanentemente de ella bebiendo y escribiendo poesía. Sin embargo, vive según su verdad, una verdad rara e hirsuta que ha encontrado. Y yo, en el fondo, creo en su verdad.

Ha pasado un mes, y no he podido ir a visitar al profesor. No obstante, he tratado de abandonar la Esperanza, y ya casi lo he logrado. Ya casi no tengo la Esperanza de llevar una vida mejor, ni de mejorar las relaciones con mi novia, ni de ser un gran poeta. Ya casi no tengo la Esperanza de que exista un más allá, un cielo o un infierno. Ya casi no tengo la Esperanza de que la vida pueda hallarse en la vida...Me siento en un estado casi beatífico. Debe ser la Felicidad de la que hablaba el profesor.

Ha pasado un mes más, y ya casi he abandonado la Esperanza. Mañana visitaré al profesor, pues me ha llamado por teléfono y me ha dicho algo que me ha alarmado. Me ha dicho: Yo ya no espero nada. Por lo tanto, ya nada tiene sentido, ni siquiera la vida. Ahora la Esperanza asoma otra vez, la Esperanza de poder escapar de esta vida. Es horrible. No sé qué hacer.
Pienso que tal vez el profesor ha bebido en demasía. Pero sus conclusiones son perfectamente lógicas.

Es mediodía y estoy al lado del cuerpo inerte del profesor. Ya he llamado a la enfermera y espero que venga pronto, aunque sé que nada se podrá hacer ya. He llegado hace unos minutos y he llamado a la puerta. Como nadie me abría he decidido entrar.Y lo he visto tal y como está ahora, tendido en el suelo boca abajo, al pie de su mesita, con una botella de lejía casi vacía yaciendo a su lado. En la pared de enfrente está escrito con lapicero negro y con letras bien grandes lo siguiente: LA ESPERANZA ES EL TORMENTO DE PROMETEO Y DE TODOS LOS HOMBRES.

1 comentario:

  1. Muy buena, aunque ´por lo q yo se fue castigado prometeo por robar fuego pero por darselos a los hombres..?

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