domingo, 12 de julio de 2009

El fisgón

Paso los días de este Verano sentado junto a mi ventana, dedicado a espiar a los vecinos a través de un resquicio que formo apartando un poco la cortina, debidamente oculto detrás de ella. Soy un fisgón por naturaleza. Desde niño me gustó mucho espiar a la gente. Además, tengo habilidades para ello. Para mí espiar no es sólo un placer, es también un arte, incluso una suerte de oficio morboso y adictivo.Comencé a fisgar a los demás allá en Lima, mi ciudad natal. Recuerdo que me inicié por casualidad. Tenía seis años y estaba asomado a la ventana de mi cuarto, que se hallaba en el segundo piso de la casa. Sólo tomaba aire fresco, pues era Verano. Desde donde estaba podían verse las partes traseras de las casas vecinas. Yo nunca me fijaba en las ventanas de las habitaciones de los vecinos. Sin embargo, aquella vez no pude evitar fijarme en una de ellas. Estaba abierta, con las cortinas descorridas, y servía de marco a la vecina- una adolescente de unos catorce años-, que en ese momento acababa de salir de la ducha y se disponía a despojarse de la toalla rosa que la cubría. Cuando se quedó desnuda, yo me quedé alelado. Era la primera vez que veía una mujer desnuda. Tuve una violenta erección. Me quedé mirando cómo la vecina se secaba, se aplicaba cremas, y se iba vistiendo. No sabía qué hacer, así que me tocaba el pene yerto y me lo meneaba instintivamente. Fue la primera vez que me masturbé. Cuando estuvo vestida, la vecina me miró, hizo un gesto de disgusto y cerró la ventana y corrió las cortinas. Yo supe que no le agradaba la idea de haber sido espiada. También supe que para volver a ver lo que había visto tendría que ser más cauto. Me fijé en la hora y la memoricé. Eran las cuatro de la tarde. Supuse que la vecina terminaría todos los días con su aseo a esa misma hora. También hice, con la ayuda de unas tijeras, un pequeño agujero en la cortina. Al día siguiente me aposté junto a mi ventana a un cuarto para las cuatro. Mirando por el agujerito que había hecho en la cortina, que estaba totalmente corrida, esperaba que la vecina apareciera en el marco de su ventana. Cuando apareció, fui el niño más feliz del mundo. Llevaba la misma toalla rosa del día anterior. Miró hacia mi ventana, y al verla cerrada, con las cortinas corridas, procedió a desnudarse con toda confianza. Me dediqué a espiarla durante años. Vi cómo su cuerpo iba cambiando, la vi hacerse mujer. Y siempre que la veía , indefectiblemente, me masturbaba. Llegué a saber cómo se llamaba, cuáles eran sus horarios de entrada y de salida, qué le gustaba hacer.Todo a base de un disciplinado espionaje. Cuando cumplí quince años ella se marchó de su casa. Tuve mucha pena. Habían sido varios años de esculco, y me había acostumbrado a husmear su vida. Lleno de tristeza, miraba su ventana cerrada, con las cortinas corridas, totalmente desolada. Al cabo de un tiempo, la ventana volvió a abrirse y yo volví a mirar a través del agujerito de la cortina. Esta vez era un muchacho de unos veintitantos años quien ocupaba la habitación. Gracias a mi escrupuloso espionaje pude darme cuenta que era un inquilino. Solía jugar con un revólver, mirándose al espejo, apuntándose desde diferntes ángulos. También solía masturbarse de una manera peregrina. Se desnudaba por completo, se tumbaba en su cama y comenzaba a meneársela con la mano derecha. Pasado un rato, cogía el revólver, que ocultaba bajo la almohada, y se metía el cañón en el ano, moviéndolo en círculos. Además de realizar esas prácticas también rezaba. Se arrodillaba al pie de su cama y rezaba moviendo los labios, mirando al techo de cuando en cuando y golpeándose fuertemente el pecho. Siempre acababa llorando desconsoladamente, como un niño afligido. Mi espionaje terminó cuando, al cabo de seis meses, lo vi llegar, sacar el revólver, quedarse mirando el crucifijo que había colgado en la pared, y volarse de un tiro la tapa de los sesos. Quedé muy impresionado, pero me gustó haber visto eso. Era un morbo exquisito y trascendente. Comprendí que yo estaba hecho para esas cosas.
Cuando mis padres se separaron, yo me fui a vivir con mi Mamá. En la nueva casa, ocupé una habitación del tercer piso desde la cual también se podía ver la parte trasera de una vivienda vecina. Pronto comencé a espiar a quienes vivían en esa casa. La familia vecina estaba compuesta por el padre, la madre y las dos hijas-una niña de unos once años y una adolescente de unos dieciséis. La niña tenía un gato al que acariciaba y mimaba cuando estaba contenta y al que torturaba minuciosamente, clavándole alfileres en la cola y en el espinazo, cuando estaba de mal genio. La adolescente se paraba mirando al espejo, visiblemente preocupada por su silueta. Con frecuencia, después de comer, vomitaba en frascos que luego guardaba en el armario. También se hacía cortes en los brazos con una navaja de afeitar. El padre y la madre, durante el día, se trataban muy bien y atendían a sus hijas y les leían la Biblia antes de dormir. Sin embargo, caída ya la Noche, discutían como dos endemoniados en su habitación. Se insultaban, se decían cosas horribles y hasta se agarraban a golpes. Luchaban como dos posesos. Luchaban durante una hora y al cabo de ésta, ya cansados, comenzaban a hacer el amor. A las hijas las vi desnudas innumerables veces.
Al cumplir los veinte años me fui a vivir solo a un cuarto de la avenida Pardo. Inmediatamente me puse a buscar a quién espiar. No tardé en encontrar a alguien. Desde la ventana del baño podía ver la fachada del cuarto de una pareja de artistas, y desde la ventana del dormitorio podía ver la parte trasera de una casa en la que sólo vivían tres mujeres de diferentes edades. La pareja nunca trabajaba en sus obras, pues se pasaba todo el día y toda la noche fumando marihuana, haciendo el amor y realizando orgías. Las tres mujeres, una adolescente, una joven y una madura- que debían de ser familia-, llevaban una vida aburridísima. Todo el día andaban metidas en casa y sólo recibían la visita de un hombre de unos cuarenta años del que las tres parecían estar enamoradas. Discutían una vez a la semana, se decían todos los horrores que tenían que decirse, y pasaban el resto de los días sumidas en el silencio, leyendo revistas y viendo la tele. A las tres las vi desnudas, por cierto.
Durante mi juventud me mudé muchas veces. Cada vez que me mudaba me apresuraba en espiar a alguien. Si no lo hacía no estaba tranquilo. Mi método fue evolucionando. No sólo me ocupaba de ocultarme bien y de no ser descubierto, ni me contentaba con memorizar los horarios de las diferentes actividades que realizaban los vecinos, sino que también profundizaba en sus personalidades y apuntaba sus características y principales rasgos en una libreta. Además de eso, procuraba espiarlos limpiamente, es decir, procurando no existir para ellos. Yo era un desconocido total que gozaba plenamente esculcando a sus vecinos.
Aunque hubiera querido dedicarme sólo a fisgar, estudié una carrera. Esta carrera fue la de Filosofía. Gracias a ella, estoy donde estoy. Me explico. A los veintiseis años comencé a dictar clases de Filosofía en la universidad Católica.Fui considerado un magnífico profesor, así que, cuando cumplí los veintinueve me otorgaron una beca para hacer un doctorado en la universidad de Salamanca. Por eso vine a esta dorada ciudad. Ahora tengo treintaicinco años y soy profesor en la universidad. Todo un honor, por supuesto. Aquí he tenido mucha suerte y mucha ciencia. Mucha suerte y mucha ciencia tanto en el terreno de lo universitario como en el del espionaje. Aquí vivo solo, en un primer piso, y mi habitación da al patio. Vivo aquí hace unos meses- he cambiado de piso muchas veces-, y puedo ver a la gente que vive en los edificios de enfrente. Sin embargo, a quienes más me dedico a esculcar ahora es a los vecinos que van a a bañarse a la piscina. Ahora mismo estoy mirando a dos niñas de unos doce años que conversan junto a la alberca. Una es rubia y la otra es morena. Llevan sólo bikinis y sus cuerpos adolescentes relucen bajo el Sol. Las dos viven en mi mismo bloque, pero no me conocen. Yo soy un individuo solitario que mora en su oscura habitación. Ahora que es Verano y que estoy de vacaciones dedico todo mi tiempo a espiar a los vecinos. Casi no salgo- sólo salgo a pasear algunos atardeceres por esta hermosa ciudad-, nunca voy a la piscina, y me paso todo el día sentado junto a mi ventana, fisgando. Es una vida solitaria, aislada. Pero es la vida que me ha tocado, qué le voy a hacer. Nunca he tenido novia, sólo me he enamorado tres veces de tres mujeres a las que espiaba. Siempre he sido un solitario que ha vivido de las vidas de los demás. Mi propia vida carece de interés, a mí mismo mi vida me aburre. Sin embargo, las vidas de los otros me apasionan. Y yo he vivido las vidas de los demás. Ahora mismo estoy viviendo la vida de esas dos niñas que acaban de sentarse en una banca del patio a conversar. Es una vida alegre, bella, lozana. He espiado mucho a esas dos niñas. Las he visto sumergirse en la piscina y salir de ella, con el cuerpo fresco y húmedo. Las he visto asolearse semidesnudas, bajo el Cielo de zafiro. Las he visto volver al bloque con un andar donoso...Ahora se han puesto de pie y se miran en el cristal de una de las puertas del edificio de enfrente, admirando su propia hermosura, su adolescencia en ciernes. Yo padezco una erección y no puedo evitar tocarme el miembro. Me lo toco y me lo meneo. Me masturbo. Es inevitable. Eyaculo sin dejar de mirarlas. Ellas me ignoran por completo. Yo conozco sus cuerpos, sus actividades, sus maneras... Hace mucho calor. Me voy a duchar.
He acabado de ducharme. Vuelvo a mi puesto de fisgón. Las dos niñas ya no están. Me pongo a mirar a una mujer alta, bronceada, atlética, que está sola, sentada en el borde de la piscina. ¿Qué pensará? ¿Qué esperará? ¿Qué deseará? Suena el timbre. Me pongo de pie. Voy hasta la puerta. Pego el ojo derecho a la mirilla. Son las dos niñas. Me asombro. Me quedo perplejo. No puede ser. ¿Qué hacen aquí esas dos niñas? ¿Qué querrán?
Las miro bien. Veo que llevan varios collares y varias pulseras entre las manos. Habrán venido a venderme esos objetos. Ah sí, ahora me acuerdo. La vez pasada las vi vendiendo esas bisuterías a unas señoras que iban a la piscina. No sé si abrir. Sinceramente, esas niñas me gustan y despiertan en mí deseos francamente censurables. Si les abro las cogeré de los cabellos, las conduciré a mi cuarto y les haré el amor. Además de fisgón soy un monstruo, un depravado. No lo había dicho. Me gustan las niñas adolescentes. Mucho. Demasiado. He esculcado a varias. Si abro la puerta ocurrirá algo malo. Me tiemblan las piernas. No sé qué hacer. Miro los cuerpos de las niñas. Doy media vuelta. Pego la espalda en la puerta. Noto que padezco una desquiciada erección. Respiro profundo. Me decido. Doy media vuelta. Abro.

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