miércoles, 22 de julio de 2009

Terraza de hotel

Es una tarde de Verano. Bebo un pisco sour en la terraza del restaurante del hotel Bolívar. Estoy satisfecho. Ha pasado un año desde que me recuperé de mi enfermedad. Antes, yo venía aquí, a esta misma terraza, y me emborrachaba. Bebía muchos pisco sours, y pensaba en ella, y sufría mucho. Sólo quería olvidarla. Y pensaba que lo mejor que podía hacer para olvidarla era destrurime, acabar conmigo. Doy un sorbo a mi pisco sour. El sabor ácido y dulzón me entristece un poco. Corre una brisa suave. Se oyen los cláxones de los carros que pasan. Como decía, antes yo venía a esta terraza a emborracharme y a tratar de acabar conmigo. Lo hacía para olvidar a Sandra. Sandra, bella amada imposible, diosa hecha carne... Conocí a Sandra hace diez años. Yo tenía veinte y ella dieciocho. La amé desde que la vi. Un amigo en común nos presentó en san Marcos. Yo estudiaba Literatura y ella Negocios internacionales. Nos hicimos amigos rápidamente. Salíamos juntos a pasear, conversábamos mucho. Yo le escribía poemas y se los daba. A ella le gustaban bastante. Cuando le declaré mi amor y le dije que quería ser su enamorado, ella me dijo que estaba enamorada de otro chico y que, por lo tanto, nosotros no podíamos estar juntos. Me sentí herido, ridículo y decepcionado. Aun así, seguí viendo a Sandra. La amaba cada día más. Intentaba verla sólo como una amiga, pero me resultaba imposible. La amaba demasiado. Parecía estar hechizado por su prodigiosa belleza. Más de una vez le hablé de lo que sentía por ella. Le decía que pensaba en ella todo el día, que pasaba las noches en vela recordándola, que no podía arrancarla de mi mente ni de mi corazón. Ella me decía que aunque entonces no podía unirse a mí, quizá con el paso del tiempo podría hacerlo. Me daba una flaca Esperanza, y yo me aferraba a ella. Pasaron los años, y seguimos viéndonos y siendo amigos. Yo continuaba considerándola la mujer más importante en mi vida. Aún le escribía poemas y se los daba. Ella me decía que era feliz conmigo, que mi amistad era invaluable, que no conocía a nadie tan especial como yo. Yo la amaba todavía más que antes. Una Noche fuimos al Munich y bebimos hasta emborracharnos. Yo volví a declararle mi amor y ella me besó en la boca. Yo también la besé, y fui dichoso, el hombre más dichoso de la tierra. Le propuse ir al Hotel Bolívar y alquilar una habitación. Ella aceptó. Fuimos al Bolívar, tomamos un par de pisco sours en el restaurante y luego alquilamos una habitación. Gasté lo último que me quedaba de dinero en ello, pero no me importó, ya que me hallaba en un estado de absoluta beatitud. En la habitación, nos abrazamos, nos besamos, nos desnudamos. La tendí en la cama y me quedé contemplándola. Su cara redonda, sus ojos grandes, oblicuos, su nariz larga y fina, sus labios carnosos, su cabello negro, su cuerpo perfecto, puro, codiciable; sus senos grandes, bellísimos- los mejores senos que he visto en mi vida-, su estrecha cintura, sus caderas redondas, su pequeño sexo, sus piernas de atleta o de danzante griega...Toda ella era casi inalcanzable para mí, ella era una diosa, yo la había convertido en diosa...Hicimos el amor toda la Noche. Yo no quería parar, quería quedarme con ella por toda la Eternidad, quería vivir para siempre ese momento de dicha inefable.Ella era virgen y su sangre fue como un regalo inapreciable para mí. Casi al amanecer, nos quedamos dormidos. Cuando ella despertó exclamó ¡Por Dios! ¡Qué hemos hecho! Yo sólo la miré y noté su expresión de susto y de asombro. ¡Cómo ha podido suceder!, gritó. Yo me alarmé. Sucedió, simplemente sucedió, le dije. Estaba borracha, me dijo ella, no debimos haber venido. Comenzó a vestirse con rapidez. Yo no quería hacer esto, me dijo. Pero Sandra, yo te amo, le dije. ¡Yo no te amo a ti!, me gritó ella. Nos quedamos callados. Se me fue la cabeza, decía ella, se me fue la cabeza, no puede ser, no puede ser...Yo decidí no decir nada. Cuando ella se hubo vestido, salió apresuradamente de la habitación. Yo me quedé solo, bastante confundido. Ella no me amaba, eso estaba claro. Pero habíamos hecho el amor, eso podía lisonjear mi orgullo. Pero no, para nada, mi orgullo no se sentía lisonjeado, estaba más bien abatido, humillado, porque ella no me quería, y lo había demostrado yéndose de esa manera, tan abrupta y violenta. Eso sucedió hace cinco años.
Pido otro pisco souer. Generalmente, bebo sólo uno, pero hoy estoy recordando a Sandra, y para eso necesito más licor. Me traen el pisco souer. Bebo un sorbo. El sabor ácido y dulzón me vuelve a entristecer. Continúo. Después de aquel incidente en el hotel, Sandra y yo dejamos de vernos. Yo la llamaba a su celular, pero ella no me contestaba. En mí se albergaba una profunda Tristeza, pero yo la reprimía. Al cabo de unas semanas, por fin pudimos hablar. Ella me contestó el celular, y yo traté de explicarle que la amaba y que lo que había hecho lo había hecho por amor. Ella me dijo que sólo me quería como amigo, y que se sentía muy mal por lo ocurrido. Es mejor que no nos volvamos a ver, concluyó. Yo me quedé callado. Ella me dijo adiós y colgó. Desde ese momento, una fuerte depresión me abatió. Me había quedado sin mi diosa, y eso me hacía muy desdichado. Me faltaba un año para terminar la universidad, pero dejé de estudiar. Me dediqué a intentar a olvidar a Sandra, pero no lo conseguía. Ella estaba más adentro de mí que yo mismo. Decidí corromperme, macularme, destruirme. Comencé a frecuentar el restaurante del hotel Bolívar. Allí recordaba a Sandra y bebía todos los pisco sours que podía. También pensaba en cuál sería la mejor forma de destruir mi vida. No sé por qué reaccioné así. Quizá porque consideraba que mi vida, sin Sandra, no valía la pena de ser vivida. O tal vez porque quería vengarme de ella, desperdiciando mi amor. Decidí entregarme a la lujuria. Así podía agotar mi amor y alimentar mi deseo carnal. Después de emborracharme en la terraza del restaurante del hotel Bolívar, me iba al cine Le Paris y veía películas porno durante horas. Cada vez que iba, una mujer bajita, de buen cuerpo, me hacía un sexo oral por cinco soles. Al salir del cine, enrumbaba hacia Cailloma. Allí, escogía a una puta y me acostaba con ella. Le pagaba más para hacerlo sin condón. Todos los días hacía lo mismo. Y todos los días recordaba a Sandra, y le ofrendaba mi vida. Ella seguía siendo mi diosa, y mi vida era suya. Mi vida miserable, abyecta, enloquecida, era suya. Eso era lo que yo buscaba, destruir mi vida y dedicársela a ella. Mi vida autodestructiva... Quería destruirme para olvidar a Sandra. Pretendía olvidarla en mis borracheras, en la expectación de una película porno, en el coito furtivo con una puta... Estuve así durante tres años. Al cabo de éstos, decidí, a instancias de mi madre, que me veía llegar a casa a mediodía, todo trasnochado, ir al psiquiatra. Éste, después de escucharme, me dijo que yo pasaba por una etapa de fuerte depresión, y que pretendía autodestruirme. Lo que debía hacer era seguir una terapia y tomar una serie de medicamentos. Pero sobre todo, tenía que estar dispuesto a mejorar.
Pido un tercer pisco souer. El Sol ya comienza a ocultarse. Ya debería ir a casa. Pero no, aún no, debo terminar de recordar. Seguí el tratamiento con el psiquiatra y tomé las pastillas. Dejé de emborracharme en la terraza del restaurante del hotel Bolívar, dejé de ir a los cines porno, dejé las putas. Me costó mucho trabajo, pero lo hice. Al cabo de un año, quedé curado y volví a la universidad y terminé la carrera. Ahora, de vez en cuando, vengo a esta terraza a beber un buen pisco souer y a pensar en la novela que quiero escribir. No he olvidado a Sandra. La tengo muy dentro de mí. No la llamo, ni la busco, porque sé que así será mejor, pero sueño con ella todas las noches y pienso en ella todos los días. ¿Cómo es entonces que me he curado? Simplemente controlo mis pensamientos y mis deseos. Pido el cuarto pisco sour. Ya estoy algo movido. Hacía tiempo que no bebía de este modo. Bueno, prosigo. Después de lo del psiquiatra, yo quedé aparentemente curado. Pero, como decía, lo único que hago es controlar mis pensamientos y mis deseos. El tratamiento psiquiátrico y las pastillas me ayudaron mucho a eso. Sin embargo, no he podido olvidar a Sandra. Lo único que pasa es que ahora pienso en ella más serenamente. A pesar de ello, el propósito de ofrendarle mi vida sigue allí, vivo y latente. Oh Sandra, mi diosa humana, cuánto te extraño, cuánto te amo, aun ahora, después de tantos años; sólo verte me haría feliz, sólo verte podría salvarme de la autodestrucción a la que estoy irremisiblemente condenado...Ya tengo treinta años y todo este tiempo de pastillas y de tratamiento psiquiátrico sólo he estado adormecido. Ahora, mientras bebo el quinto pisco souer, voy despertando. Ah Sandra, Sandra, Sandra, dónde estarás, cuándo nos volveremos a ver... Creo que ya nunca más nos veremos, pero algún día, de algún modo, tú te enterarás de que te ofrendé mi vida.
Salgo del hotel Bolívar. Trastabillo un poco.Ya es de Noche. El Cielo está grisiento y violeta. Hace calor. Me voy por la Colmena. Entro un rato al Le Paris. Ocupo una butaca. En la pantalla, un enorme pene entra y sale de una húmeda vagina. Me quedo mirando, algo aturdido por tantos pisco souers. Alguien se me acerca. Es la mujer bajita, de buen cuerpo. Me dan ganas de darle un abrazo. Hace tiempo que no la veía. Sin reconocerme me dice Te la chupo por cinco soles. Acepto. Me la chupa. Cuando estoy a punto de eyacular la detengo. Le doy los cinco soles. Salgo del cine. Paso por Cailloma. Entro a la calle. Me acerco a una puta que está parada en una esquina. Nuevamente, Sandra, me dedico a ofrendarte mi vida. Nadie puede escapar de una diosa.

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