martes, 14 de julio de 2009

Dáimon

Permanezco encerrado en mi cuarto, y no pienso salir. He contratado a una sirvienta para que se encargue de lavarme la ropa, de hacerme la comida, de limpiar la casa, y de decirle a cualquier visita inesperada que no estoy. Sé que has venido a buscarme en tres ocasiones, querido Mario, y por eso te escribo, para que trates de entender por qué permanezco recluido en mi cuarto, sin tener la más mínima intención de salir de él. Sólo saldré muerto de esta habitación desde la que te escribo. Te podría explicar todo diciéndote simplemente que mi dáimon me ha vencido. Pero eso no sería suficiente, ya que no me entenderías. Tengo que contarte todo, desde que comenzó hasta que terminó. Te conozco desde que éramos niños, y tú habrás notado que mi conducta nunca fue normal. Siempre hacía cosas insólitas, siempre cambiaba bruscamente de ánimo, siempre estaba tenso, como si sostuviera una lucha dentro de mí. Tú me has visto hacer cosas totalmente incomprensibles. Me has visto pegar a pobres inocentes alegando que me miraban mal; me has visto dejar a mujeres que me querían, haciéndoles un daño tremendo; me has visto matar perros a patadas; me has visto robar. Y hay cosas que no has visto, cosas horribles que he hecho. Sin embargo, lo peor que he hecho, lo que me ha obligado a encerrarme de por vida, es lo que ahora te voy a contar. Creo que así comprenderás, y estarás de acuerdo conmigo.

Estaba en la muralla de Ávila, paseando. Era un día de Primavera. El Cielo estaba tan azul como el aciano, el Sol esparcía su ardiente melena, y las golondrinas trisaban, volando sobre las almenas y sobre las torres de la Catedral. Era mediodía. Ahora que recuerdo era Sábado. Sí, era Sábado, y al día siguiente se celebraría el Domingo de Ramos. Casi lo había olvidado. Había decidido dejar Salamanca por unos días, para descansar un poco de las labores universitarias- sabes que soy, o mejor dicho, que era profesor de Historia de las Religiones-, y para tratar de aliviar cierta depresión que me tenía algo abatido. Quería pasear por Ávila por enésima vez-sabes cuánto me gusta Ávila-, y pasar allí el Domingo de Ramos- sabes cuánto me gusta el Domingo de Ramos. También quería buscar a mi buen amigo Juan José Ramos, director del Centro de estudios místicos- sabes cuánto me interesa la mística. En fin , te decía que paseaba por la muralla. Iba por el tramo que se extiende desde la Puerta de las Carnicerías hasta la Puerta del Carmen, deteniéndome a cada rato para gozar de las diversas vistas que se me ofrecían. Me hallaba, como ya te he dicho, algo deprimido. También me sentía algo cansado, no sé bien por qué. Era un cansancio físico y espiritual. Trataba de ignorarlo para no desaprovechar el grato momento. Sin embargo, me era difícil ignorarlo por completo. No estaba feliz. No estaba como hubiera querido estar. En otras ocasiones, el solo hecho de subir a la muralla me alegraba. Esta vez, era diferente. Bueno, mientras paseaba me fijé en una pareja. Ella era una guiri muy bonita y él era un español. Me acerqué a ellos disimuladamente y los quedé mirando. Ella tenía el cabello rubio oscuro, los ojos verdes, la nariz algo ancha y la boca deliciosamente amplia. No era muy alta, y llevaba un vestido con la parte superior blanca y la parte inferior negra. El viento le subía la falda, y revelaba sus piernas torneadas, exquisitas para la vista. Sus senos eran grandes y hacían un sabroso contraste con su cuerpo delgado. Él era bajo, flaco, de cabello negro, ojos marrones, cejas pobladas, nariz gruesa, boca pequeña y mandíbula prominente. Llevaba una camiseta azul y unos pantalones negros. Ambos hablaban en español. Por el dejo, ella me pareció alemana. Me excitó mucho verla. La codicié inmediatamente. Me la imaginé desnuda. Me la imaginé haciendo el amor conmigo. Si no fuera por los antidepresivos que tomo, hubiera tenido una inmediata erección. Porque, y disculpa la divagación, hace ya un año que tomo antidepresivos. Como te decía, la alemana me hizo alucinar. Sin que ni ella ni su novio se dieran cuenta, comencé a seguirlos. Fue entonces cuando mi dáimon despertó. Ahora quizá no entiendas lo del dáimon, pero lo entenderás más adelante. Miraba las piernas de la alemana y mi dáimon, recién despierto, me decía Ve hacia ella y satisface tu lujuria. Mira, ahora no hay nadie paseando por aquí, puedes poner al tipo ese fuera de combate y abusar de su novia. ¿No es eso lo que quieres? ¿No es eso lo que más deseas hacer ahora? ¿Acaso no quieres penetrar a esa alemana y hacerla gemir, jadear, gritar? Anda, ve por ella. Yo trataba de no escuchar a mi dáimon, pero su voz era demasiado fuerte y persusasiva. Pensé que podía perfectamente abusar de esa mujer en aquel tramo de la muralla. No había nadie por ahí, excepto nosotros tres. Yo podría poner fuera de combate al novio español y abusar a mi gusto de esa alemana tan codiciable. Vamos, hazlo, hazlo, me decía mi daimon. Comencé a sudar, sentí un inquieto cosquilleo por todo el cuerpo. Caminé con mayor rapidez detrás de la pareja. Llegué a estar tan cerca de ellos, que pude aspirar el perfume de los cabellos de ella. Pero me detuve y me disuadí de hacer lo que mi dáimon me indicaba hacer. Me sentía perturbado. Al llegar al final, a la Puerta del Carmen, bajamos de la muralla. Síguelos, me ordenó mi dáimon. Yo seguí a la pareja hasta el Parador de turismo, que era donde se hospedaba. Ya sabes dónde están hospedados, eso te hará más fácil las cosas, me dijo mi dáimon, y luego calló. Yo, más tranquilo, fui a buscar a mi amigo Juan José a su casa. No podía sacar de mi cabeza la suculenta imagen de la alemana. No podía estar tranquilo. Mi dáimon, de cuando en cuando, me susurraba Puedes hacerla tuya, puedes hacerla tuya.
La visita a mi amigo Juan José fue bastante grata. Lo hallé con muy buen aspecto. Se le veía sano, sereno, con paz interior. Él me dijo que me veía en excelente estado. Cuánto se equivocaba. Si hubiera podido notar mi agitación interior, mi confusión mental, mis manos sudorosas- me las sequé rápidamente con las perneras del pantalón antes de estrecharle la mano-, hubiera pensado de otro modo. Nos sentamos a conversar. Ya te imaginarás sobre qué versó nuestra conversación. Hablamos de misticismo y de otros temas. Un poco de Teresa de Jesús, otro poco de Juan de la Cruz, algo de Eckhart, algo más de Isaac de Nínive...También un poco de filosofía, otro poco de literatura, algo de poesía, algo de política...Estuvimos conversando un par de horas. Luego Juan José me invitóa a comer. En la sobremesa, me invitó a participar en un congreso sobre la fuerza espiritual de África que se realizaría en un par de meses. Yo acepté encantado. Al despedirnos, le prometí que regresaría pronto a visitarlo.
Al salir de la casa de mi amigo decidí ir a pasear. Pasé por el museo de santa Teresa y entré por enésima vez. Mientras paseaba por las estancias, vi nuevamente a la pareja. Los volví a seguir.Mi dáimon volvió a hablarme. Me decía que no podía dejar escapar a esa alemana, que era preciso satisfacer mi lujuria. Cuando la pareja salió del museo yo los seguí. Fuimos hasta la plaza de santa Teresa, luego hasta la plaza del Mercado chico y de ahí hasta el parador de turismo. Ellos entraron y yo me quedé afuera., pensando en lo que podría hacer. Los esperaría en la Noche, y haría lo que mi dáimon me decía que tenía que hacer.
Al atardecer, fui a contemplar el Crepúsculo desde el Paseo del Rastro. La gente iba y venía, con paso lento y sosegado. Los niños jugaban al pie de la muralla, sobre las rocas, los turistas tomaban algo sentados en las mesas de las terrazas, los ancianos y las parejas ocupaban las bancas. La luz del Crepúsculo se reflejaba en la muralla. Me senté en una banca e intenté sosegarme. Aún me hallaba deprimido, pero la luz crepuscular me tranquilizaba bastante. Estuve sentado hasta que el Sol se puso. Luego me puse de pie y fui a mi hotel, que estaba al lado del arco de san Vicente. En mi habitación, escuché las indicaciones de mi dáimon y me decidí a hacer lo que él quería que yo hiciera.
En la Noche, salí del hotel y fui hasta el parador de turismo.Me oculté cerca de la entrada y esperé. Al cabo de una hora, la pareja que yo aguardaba salió. Comencé a seguirlos. Noté que su intención era dar un paseo por la ciudad antes de cenar. Los seguí por todas partes. Incluso los acompañé, sin que ellos se dieran cuenta, hasta fuera de la ciudad para contemplar la muralla rojiáurea bajo el Cielo nocturno. Al vover a entrar a la ciudad fueron por varias calles, abrazándose, riéndose y besándose. Yo esperaba que se internaran por una calle en especial. Cuando lo hicieron, sentí un fuego vivo en todo el cuerpo. La calle era la calle de la Cruz Vieja. Era desolada y los únicos testigos de mi acto serían los faroles y la cruz vieja. Caminaron recto unos metros y luego doblaron a la izquierda. Yo aceleré el paso. Estaban donde yo quería que estuvieran, al lado de la Catedral. Me acerqué sigilosamente. Ellos iban abrazados. Mi dáimon me dijo ¡Ahora! Entonces yo corrí hacia él y lo estrangulé con el brazo derecho. Ella, azorada, dio un salto hacia atrás. Yo apreté el cuello de él hasta dejarlo sin sentido. Cuando lo solté, cayó al suelo pesadamente, golpeándose con fuerza la cabeza. Ella me miró espantada. Yo estaba agitado y tenía ganas de gritar. Mi dáimon me gritó ¡Hazlo ahora! ¡Qué esperas! Yo me abalancé contra ella y la tumbé. Caí sobre ella e intenté besarla. Ella me dio varios golpes con los puños e intentó gritar. Yo le tapé la boca y, fuera de mí, la golpeé en la cara con el puño. Ella me miraba aterrorizada.
Cuando llegué a mi habitación de hotel, me miré en el espejo. Tenía marcas de golpes en la cara y rasguños en el cuello. Ella se había defendido hasta el último momento. Yo me sentía mareado y aturdido. Me senté en el borde de la cama y me puse a llorar.
Es hora de explicarte lo del dáimon, querido amigo. Desde niño, yo oía una voz interior que me ordenaba cometer los actos más nefandos. Yo trataba de no hacerle caso, pero al final siempre sucumbía a sus persuasiones. Recordarás, amigo, que en el curso de Filosofía, en secundaria, nos hablaron de Sócrates. Él tenía un dáimon que lo disuadía de hacer el mal y que lo empujaba a hacer el bien. Cuando nos enseñaron eso, yo comprendí que la voz que me impelía a cometer actos atroces era la voz de mi dáimon Solo que mi dáimon era un dáimon antisocrático. Por eso, amigo, cometía actos malvados. Le pegaba a los más débiles sin niguna razón, mataba a los perros vagabundos a patadas, abandonaba a las mujeres que me amaban, robaba, mentía, engañaba...También me burlaba de las desgracias de los demás, me reía de las tragedias personales de mis amigos, me acostaba con putas y luego las maltrataba, me acostaba con travestis y después los golpeaba...Me emborrachaba hasta perder la conciencia, me drogaba hasta perder la razón...Hacía lo que no quería y no hacía lo que quería. Siempre sucumbí a las persuasiones de mi dáimon. Tú me viste cometer muchas atrocidades y siempre me preguntabas por qué lo hacía. Yo no podía responderte, sólo te abrazaba y me ponía a llorar. Tú perdonabas mi maldad y seguías siendo mi amigo, aunque sin comprenderme. Toda mi vida, querido Manuel, he sido atormentado por ese dáimon. Yo nunca he querido hacerle daño a nadie, pero mi dáimon...No sé si me entiendas. No soy malo por mi culpa. Hay algo que me empuja a hacer el mal. Recuerda cuando éramos niños, cuando éramos adolescentes, cuando éramos jóvenes... Yo siempre cometía actos nefandos y siempre, después de haberlos cometido, me arrepentía. Nunca he podido vencer a mi dáimon. Y lo que hice en Ávila hace un mes ha sido la prueba definitiva de ello. Por eso me he recluido. Por eso he decidido no salir nunca de mi habitación. Mi dáimon me habla, me ordena que salga y que abuse de los débiles, que engañe a los que me quieren , que viole a las mujeres que me gustan, que mate a los que se opongan a mi deseo...Yo resisto sus persuasiones y permanezco aquí, en mi cuarto, alejado de todo y de todos. Ya no tengo profesión, ya no tengo vida social, ya no tengo amigos. Así debo quedarme, querido amigo, encerrado, apartado de los demás. Porque mi dáimon antisocrático es invencible.

1 comentario:

  1. Muy Buena,!! Al final se da cuenta es lo unico que debe de hacer pa calmar su dáimon es aislarse de la vida social.Quizas eso pasa en la vida real, hoy en dia..

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