viernes, 10 de julio de 2009

El amor es el más piadoso de los inventos

En aquel tiempo tenía veinte años y estaba enamorado de una puta. Ella se llamaba Rebeca y yo la amaba y le escribía poemas. Nos acostábamos casi a diario. Ella vivía en la cuadra x de la avenida La Paz, en un callejón estrecho y sombrío. Su cuarto era el más aislado de todos. Estaba al fondo del callejón. Para mí era un refugio deleitoso, un templo para el cuerpo, un pequeño paraíso para la carne. Allí aprendía el arte amatorio, y satisfacía dulcemente mi lujuria. Cuando dejábamos descansar a nuestros cuerpos lúbricos, conversábamos mucho. Ella me contaba historias de su oficio, y me hablaba de sus sueños y de sus frustraciones. Tengo veinticinco años y quisiera estar haciendo otra cosa, me decía, pero creo que ser puta es mi destino. Te confieso que el oficio no me disgusta del todo. Yo le leía los poemas que le escribía y ella suspiraba. ¿Cómo te puedo inspirar todo eso?, me preguntaba. No sé, le respondía yo, simplemente me inspiras. Ella me besaba en la frente, con ternura, cada vez que yo acababa de leerle un poema. Gracias por escribirme cosas tan bonitas, me decía. A mí no me gustaba hablar mucho de mi vida, pero como ella me preguntaba tanto por mis cosas, yo me veía impelido a confesarle que quería ser escritor, que estudiar Literatura en san Marcos no me hacía del todo feliz, que no había podido superar la separación de mis padres- que tuvo lugar cuando yo era adolescente-, que el porvenir de mis dos hermanos menores me preocupaba más que el mío...Al final, ella acababa enterándose de aquello que yo llamaba mi vida. Cuando yo le decía que la amaba ella me tapaba la boca y me susurraba Nunca más digas eso. Yo no le hacía caso y volvía a decírselo cada vez que me nacía. Yo no estaba seguro de ser amado por ella. No me atrevía a preguntárselo. Algún día te llevaré conmigo por los caminos del Mundo, le dije una vez. Ella sólo suspiró y me advirtió que me cuidara de la Esperanza. Nos gustaba mucho quedarnos callados y contemplarnos. Yo admiraba su rostro esférico, sus ojos negros, su nariz respingona, sus labios carnosos... Alababa con la vista su cuerpo esbelto, sus senos grandes, su cintura pequeña, sus caderas sinuosas, su sexo adormecido, sus piernas torneadas...Acariciaba su cabello castaño, lo olía, lo mordía suavemente...Ella también se quedaba largo rato contemplándome. En esos momentos yo no podía evitar decirle que la amaba. Ella me tapaba la boca...
Una Noche, fui a buscarla, llevándole unos poemas. Cuando llamé a la puerta, una voz gruesa y ronca preguntó desde adentro Quién es. No era la voz de Rebeca, evidentemente. Era la voz de un varón. Me sobresalté y exclamé ¡Rebeca! ¡Ábreme! La puerta se abrió. Pude ver a un hombre cincuentón, alto, grueso, con barba entrecana y mirada acerada. Qué quieres, me preguntó. Busco a Rebeca, le respondí todo alterado. Ella está ocupada, me dijo él, está conmigo. No me importa, repuse, necesito verla. No seas malcriado, chiquillo, me dijo el cincuentón. Desde adentro, Rebeca me gritó ¡Es mejor que te vayas, Alfonso! ¡Vuelve mañana! Sentí mucha rabia. Ella tenía otro amante. Eso significaba que yo no le importaba y que no me amaba. Me quedé parado frente al cincuentón. Ya vete, chiquillo, me dijo él. ¡No me voy a ir!¡Vamos afuera! ¡Arreglemos esto!, lo reté. No seas atrevido, huevón, me advirtió el cincuentón.
-¡Rebeca es mi novia!-exclamé.
-¡No digas cojudeces!
-¡Yo la amo!
-Qué huevón eres.
Sin poder aguantar más, le di al cincuentón un golpe en la cara con el puño derecho. Él reaccionó con rapidez y me pateó los testículos. Me incliné por el dolor. Él me cogió de la parte posterior del cuello y me llevó hasta la calle. Allí me incorporé y lo pateé en el vientre. Él me golpeó el rostro primero con el puño izquierdo y luego con el derecho. Quedé aturdido. Él siguió golpeándome con los puños. Me daba en la cara, en la nuca, en las costillas. Yo no podía defenderme. Sus golpes eran demasiado fuertes. Caí varias veces, pero no dejé de levantarme. Sentía la cara hinchada y húmeda. Conchatumadre, eres duro, me decía el cincuentón. Y seguía pegándome. Al cabo de un rato, Rebeca salió y le dijo a él Ya déjalo. Lo vas a matar. Los dos entraron al callejón y yo me quedé solo en la puta calle, con la cara tumefacta y bañada en sangre. Me senté en el bordillo de la vereda y me puse a llorar. Me sentía traicionado, ofendido, humillado. Saqué los poemas y me limpié la sangre y las lágrimas con ellos. Me dolía mucho la cabeza. Dejé pasar varios minutos hasta que decidí levantarme y marcharme. Cuando me disponía a hacerlo, el cincuentón salió del callejón y se dirigió hacia mí. Pensé que me iba a sacar la mierda otra vez, así que intenté levantarme, pero tropecé y caí. Bien huevón eres, ¿no?, me dijo el cincuentón. Luego se me acercó y me ayudó a levantarme. Me dolían la espalda y las costillas. El cincuentón me miró y me dijo Yo no quería lastimarte, pero tú me obligaste a sacarte la mierda. Yo me senté en el bordillo de la acera nuevamente. No podía estar de pie mucho tiempo. El cincuentón se sentó a mi lado. Sacó una botella de ron del bolsillo de su abrigo, la destapó, bebió un sorbo y me la dio. Bebe, te hará bien, me dijo. Bebí. El dolor que sentía se adormeció un poco. ¿No te parece una cojudez haber recibido una paliza por culpa de una puta?, me preguntó el cincuentón. Yo la amo, le dije.
-El amor es un diablo cojudo con el rabo entre las piernas-me dijo él.
-Pero la amo-insistí yo.
-Ella no te ama, es mejor que te olvides del amor, muchacho.
-¿Usted es su novio?
-No, sólo soy uno más de sus amantes.
-Yo no sabía si ella me amaba, pero esperaba que sí...
-Ella no ama a nadie. No puede ir amando por ahí teniendo el trabajo que tiene. A ella le gusta ser puta. De eso vive.
-Pero me ha contado muchas cosas, me ha confiado sus secretos.
-Lo hace porque necesita hacerlo, no porque te ame. Quizá te quiera, pero no te ama.
-¿Por qué ha vuelto aquí?
-Porque me siento mal por lo sucedido, y porque respeto a los valientes. Has recibido una paliza de la puta madre y no te has rendido.
-...
-Piensa bien, muchacho, el amor es el más piadoso de los inventos...
-¿El amor es un invento?
-Sí, al menos yo creo que lo es. Tú, por ejemplo, has inventado tu amor por Rebeca. Lo que tienes que hacer es olvidarte de ella y buscar una chica que también invente su amor por ti.
-...
-Bueno,muchacho, ya me voy, cúidate, y piensa en lo que te he dicho.
El cincuentón se puso de pie, me palmeó el hombro y se fue. Yo me quedé sentado en el bordillo de la acera, pensando en lo vano que había sido mi invento, y limpiándome la sangre de la cara con los poemas que le había llevado a Rebeca.

2 comentarios:

  1. Buena,la historia, pero creo que alfonso tuvo q darse cuenta, antes q le dieran la paliza.O espero que pasara eso u otra cosa, para que se diera cuenta..?

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  2. un buen soundtrack a esta historia seria un tema de la marea de "vetusta morla" solo falta cerrar los ojos y meterse en el papel.......

    http://xiz-toria.blogspot.com/2009/04/la-marea-me-dejo-de-vetusta-morla.html

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