lunes, 20 de julio de 2009

El cumpleaños de mamá

Desperté. Me levanté de la cama, descorrí las cortinas y abrí la ventana. Era un Sábado de Verano. El jardín del colegio de al lado resplandecía bajo la luz solar. Las aves cantaban embarulladamente, alegrando la mañana. Estuve un rato mirando el jardín, y luego bajé a la habitación de mi mamá. Llamé a la puerta, y desde adentro una voz suave, dulce y ronca me dijo Pasa. Abrí la puerta y entré. Mi mamá estaba en su cama, incorporándose. Me acerqué a ella, la abracé y le dije Feliz cumpleaños. Gracias, hijo, me dijo ella. Cuando nos apartamos, la quedé mirando. Estaba hermosa. Sus ojos verdes me miraban con una cándida ilusión.No parecía tener cuarenta años. Semejaba una muchacha recién despierta. Quise quedarme con ella eternamente. Me tendí en su regazo. Ella me acarició la cabeza. Aspiré su perfume, ese perfume que conocía desde que era un niño. Me adormecí un poco. Hubiera querido celebrar el cumpleaños de mi mamá en esa habitación, sólo con ella, adormecido en su regazo. Sabía que mi deseo era imposible, sabía que otras personas vendrían a arrebatarme a mi mamá. Hoy va a haber una reunión por mi cumpleaños, me dijo ella. ¿Quiénes van a venir?, le pregunté. Tu tía Doris, mis amigas del trabajo, mis amigas del colegio...Tu tía Doris tiene un amigo empresario que conoce a varios artistas, él va a venir trayendo a algunos actores y a Luciana Campos, la cantante criolla. Todo va a estar muy bonito. Me incorporé, algo turbado.¿Y va a haber mucho ruido? ¿Va a haber mucha gente?, pregunté. Ay, no sé, hijito, tú no te preocupes, además es mi cumpleaños, y quiero celebrarlo.Yo me quedé sentado junto a mi mamá. Quería decirle que hubiera preferido salir de paseo con ella, que las reuniones en casa me ponían nervioso, que necesitaba estar a solas con ella... Pero en fin, era su cumpleaños, y ella quería celebrarlo. Mañana es la competencia, le dije, hoy día tengo que ir a pesarme. ¿A qué hora tienes que ir?, me preguntó. A las seis tengo que estar en el estadio, le respondí. Ya, yo te llevo. No, mamá, no te preocupes, yo voy en micro. Sonó el teléfono. Mi mamá cogió el auricular. Yo salí de su habitación.
En aquel tiempo, yo tenía dieciocho años. Mis padres se habían separado hacía cuatro y yo me había ido a vivir con mi mamá a un condominio en Monterrico. Me dedicaba completamente al deporte. Practicaba Judo. Justo al día siguiente del cumpleaños de mi mamá tenía que pelear en un metropolitano. Debía asistir al pesaje esa tarde. Peleaba en la división de hasta setentaiseis kilos y pesaba setentaidos, así que no tenía problemas con el peso. Sin embargo, necesitaba estar concentrado, tranquilo, descansando todo lo que fuera posible. Una reunión en mi casa resultaba, por eso, perturbadora. Aun así, yo sabía que tenía que estar con mi mamá en el día de su cumpleaños. Era mi deber.
Al mediodía, unos hombres llegaron a mi casa llevando cajas de cerveza, quesos, embutidos, y otras cosas. Iban de parte del empresario que era amigo de mi tía Doris. Puta madre, pensé, aquí va a haber borrachera. Más tarde, comenzaron a llegar los invitados. Primero llegaron mi tía Doris y las amigas de mi mamá. Todas abrazaron a la cumpleañera y luego se sentaron en la sala. La sirvienta ofreció bocaditos y después llevó las cervezas. Mi mamá y sus invitadas comenzaron a beber. Yo me mantenía en un rincón del comedor, bebiendo una gaseosa. Al cabo de una hora, llegó el empresario amigo de mi tía acompañado de un actor bastante conocido llamado Paul Martínez, de un tipo que salía en comerciales de televisión y de la cantante criolla Luciana Campos, que iba con su séquito de músicos. El empresario era bajito, negro y panzón, y tendría cuarenta años; Paul Martínez era de estatura mediana, colorado, delgado y usaba bigote; el tipo que salía en comerciales de televisión era alto, grueso, de cara redonda y de cabello rubio, y parecía tener, al igual que Paul Martínez, treintaitantos años; Luciana Campos era negra, chata y llevaba un abrigo de piel a pesar del calor. Yo estaba solo y no sabía qué hacer. No me apetecía integrarme al grupo de invitados. Subí a mi cuarto y me eché en mi cama. Desde allí oía el murmullo de las conversaciones, las exclamaciones, las risas...Bajé al cabo de una hora. Todos seguían conversando, comiendo y bebiendo. Me fijé en mi mamá. Parecía feliz y lucía hermosa. Llevaba un vestido negro ceñido, con escote, y tenía suelto el cabello rubio y ondulado. Parecía haberse olvidado de mí, porque ni siquiera me llamaba para estar con ella. Fui a la cocina, saqué una gaseosa del refigerador y me fui a beberla al comedor. El empresario se me acercó y me dijo que por favor me pusiera un rato de pie. Yo así lo hice. El empresario y los músicos movieron la mesa de modo que quedó un espacio libre en el comedor. Allí comenzaron a instalarse micrófonos, parlantes, guitarras y cajones. Luciana Campos se disponía a cantar. Cuando todo estuvo dispuesto, el empresario la presentó y la cantante inició su show. Me puse a escuchar música criolla sentado a la mesa del comedor, bebiendo una gaseosa. Me dieron ganas de beber una cerveza, pero no podía, al día siguiente tenía que pelear. La artista estuvo cantando casi dos horas. Todos la aplaudieron mucho cuando terminó. Yo volví a subir a mi cuarto y me eché en la cama. No estaba tranquilo. Necesitaba silencio, reposo, intimidad. Me quedé dormido un par de horas. Cuando desperté bajé a la sala y noté que ya todos estaban algo bebidos. De cuando en cuando, Paul Martínez miraba a mi mamá. Me puse nervioso y colérico. Si ese hijo de puta vuelve a mirar a mi mamá lo agarro a golpes, pensé. Las amigas de mi mamá eran divorciadas, solteronas, separadas, ninguna tenía una relación formal. Todas eran cuarentonas que iban a la deriva. El tipo que salía en comerciales conversaba con algunas de ellas y se pavoneaba. El ambiente comenzó a disgustarme. No me sentía bien allí. Volví a subir a mi cuarto. Traté de dormir, pero no pude. Volví a bajar. Me senté a la mesa del comedor y vi a mi mamá en la cocina, apoyada en el refrigerador, rodeada por Paul Martínez, el tipo que salía en comerciales y un músico. Éstos parecían flirtear con ella. Una llama helada me recorrió el cuerpo. ¡Mamá, ven!, llamé. Mi mamá se acercó a mí y me preguntó ¿Qué pasa, hijito? Dentro de dos horas me voy a pesar, le dije. Ah ya, está bien, me avisas para darte para el taxi. Paul Martínez, el tipo que salía en comerciales y el músico salieron de la cocina. Al verme, el tipo que salía en comerciales me remedó Mamá, ven. Maldito hijo de la gran puta, se atrevía a remedarme, y yo, todo huevón, no le hice nada. Debí haberlo encarado o debí haberlo golpeado sin decirle nada. La cólera comenzó a acumulárseme. Esa reunión olía a lujuria, a orgía. Más de uno quería acostarse con mi mamá. ¿Ella se daría cuenta de eso? Me senté a la mesa del comedor y decidí no moverme de allí. Ninguno de esos hijos de puta me respetaba, era evidente, pero si los veía acercarse una vez más a mi mamá los molería a golpes. Seguramente pensaban que yo era un chiquillo cojudo. Alguien llamó a la puerta. Fui a abrir. Era Javier, un amigo que vivía en la casa de enfrente. ¿Qué hay?, me preguntó. Es cumpleaños de mi mamá, le dije. Él se acercó a mi mamá y la saludó. Le ofrecí una cerveza y se sentó conmigo a beberla. ¿Tú no bebes?, me preguntó. No, mañana tengo una competencia, le dije. La presencia de Javier también me incordiaba. Más de una vez me había ido a buscar y al no encontrarme se había puesto a beber con mi mamá- mi mamá acostumbraba beber sola. Eso no me parecía correcto, pero yo no le había dicho nada a Javier. Pensaba que se sentía atraído por mi mamá. Mi mamá era una mujer muy atractiva, quizá excesivamente hermosa. Yo lo sabía y siempre me fijaba en cómo la miraban y trataban los hombres. Siempre andaba muerto de celos, dispuesto a golpear a cualquiera que se le acercara demasiado. No obstante, yo comenzaba a dudar de mí. ¿Por qué no había reaccionado cuando el tipo que salía en comerciales me remedó después de haber estado flirteando con mi mamá? ¿Por qué no le había advertido a Javier que no quería volver a verlo bebiendo con mi mamá? Quizá no tenía los cojones suficientes para hacerlo. Ese es Paul Martínez, ¿no? Y ese otro es el que sale en comerciales, ¿no es así?, me dijo Javier mirando hacia la sala. ¡Ah! ¡Y esa es Luciana Campos!, afirmó. ¿Conocen a tu mamá? No, le respondí, conocen a un empresario que es amigo de mi tía Doris, ese que está sentado en el sillón de enfrente. Ah ya. Javier bebió una cerveza más y se marchó diciéndome que volvería en una hora. Yo permanecí en mi lugar, vigilando a los hijos de puta que querían flirtear con mi mamá. Al cabo de media hora, llamaron a la puerta. Fui a abrir. Era mi prima María. Nos saludamos. Luego ella fue a saludar a mi mamá y a los invitados. Paul Martínez y el tipo que salía en comerciales le miraron las tetas. Yo me la llevé conmigo al comedor y le invité una cerveza. Estuvimos conversando un buen rato. Mi tía cumple cuarenta años y está regia, me dijo mi prima . Yo no dije nada. Paul Martínez no deja de mirarla, continuó mi prima. Miré hacia donde estaba Paul Martínez y comprobé lo que decía mi prima. El muy hijo de puta no dejaba de mirar a mi mamá. Tuve ganas de ir hacia él y de asestarle una bofetada. Fui hacia mi mamá, le puse mala cara al actor y dije Mamá, voy a pesarme, ya regreso. Mi mamá se puso de pie, fue a la cocina, hurgó en su cartera y sacó un billete de diez soles. Me los dio diciéndome Para tu pasaje. Le dije que no tardaría. Le dije lo mismo a mi prima. Y me fui.
Cuando regresé encontré a Javier bebiendo con mi prima. Los saludé a ambos. En la sala, mi mamá, sus amigas, mi tía Doris, Luciana Campos, los músicos, Paul Martínez, el tipo que salía en comerciales y los músicos seguían conversando, bebiendo y riendo. Javier se me acercó y me susurró al oído Oye, Paul Martínez y el que sale en comerciales quieren algo con tu mamá. Sácales la mierda. Yo fui a la sala y me acerqué a mi mamá. Me quedé sentado al lado de ella. Paul Martínez y el tipo que salía en comerciales no pudieron seguir hablando con ella. Pasado un rato, se retiraron. Yo, muy satisfecho, fui al comedor y seguí conversando con mi prima y con Javier. Éste me dijo Al fin se fue ese par. Estaban muy atrevidos. Hiciste bien. Se dieron cuenta que ya no podían hacer nada. Subí un rato a mi cuarto. Me eché en mi cama y me quedé dormido. Desperté al cabo de dos horas. Escuché música negra junto con gritos y aplausos que venían de abajo. Bajé. Ya sólo quedaban mi mamá, sus amigas, mi tía Doris, mi prima y Javier. Éste bailaba con mi mamá. Verlos bailar me molestó sobremanera. Decidí salir a dar un paseo. Cuando volví al condominio, Alex, el hermano menor de Javier, se me acercó, me saludó y me dijo Mañana compites, ¿no? Sí, le respondí. Vamos a Barranco, así te relajas un poco, me propuso. Bueno, sólo déjame alistarme, le dije. Ya, te espero en la puerta de tu casa, me dijo él.
Al entrar a mi casa, no hallé a nadie en la sala. Seguramente todos se han ido, pensé. Suspiré aliviado. La reunión lujuriosa y estresante había terminado. Subí al cuarto de mi mamá. Ella estaría allí, descansando. Yo podría echarme en su regazo y descansar, y llenarme de fuerza para la competencia. Abrí la puerta del cuarto de mi mamá. Lo que vi me dejó anonadado. Mi mamá estaba echada mirando la televisión, y Javier estaba echado a su lado. ¿Qué mierda pasaba? Javier no me miraba, sólo sonreía. Lo odié de inmediato. Mamá, por qué no te vas a dormir, has bebido mucho, dije. Ya, hijito, dentro de un rato me voy a dormir. No te das cuenta de lo que haces, proseguí, dirigiéndome a mi mamá, es mejor que duermas, ¿no entiendes? Mi mamá no me respondió. Javier se acomodó en la cama para ver mejor la televisión. Lleno de furia, le dije a mi mamá ¡Me largo! ¡Haz lo que quieras! Salí del cuarto, dando un portazo. Bajé al comedor. Tiré las sillas, derribé la mesa, arrojé las botellas de cerveza. Luego me quedé parado en medio de la estancia. Comprendí que Javier me había utilizado. Había hecho que yo ahuyentara a Paul Martínez y al tipo que salía en comerciales para no tener competencia. Así, tendría a mi mamá para él solo, sin problemas. También entendí por qué Alex me había invitado a salir. Quería que yo dejara solos a mi mamá y a su hermano. Debí haber subido y sacarle la mierda a Javier y reprocharle a mi mamá su conducta, pero no lo hice. En lugar de sacar mi furia, la guardaba. No acababa de comprenderlo. Salí de la casa. Alex me esperaba en la puerta. ¿Ya estás listo?, me preguntó. Ándate a la conchatumadre, le dije, y me fui.
Anduve paseando por Barranco hasta las cuatro de la mañana. No sabía qué pensar. Le daba vueltas a lo que había pasado y sólo conseguía enfurecerme y afligirme más. Yo era un huevonazo y los demás eran unos vivos. Yo era un cobarde que no se hacía respetar. Yo era alguien de quien todos se burlaban. Seguramente mi mamá y Javier se habían acostado juntos. Sí, seguramente, y yo, en lugar de sacarle la mierda a ese conchasumadre de Javier y de mandar al carajo a mi mamá, me dedicaba a dar vueltas por Barranco. Me sentía muy solo. Y muy frustrado.
Cuando regresé a mi casa, fui directamente al cuarto de mi mamá. No había nadie en él. Seguramente mi mamá y Javier se habían ido a otro sitio. El cumpleaños de mi mamá había terminado. Ella lo había pasado de puta madre. Sí, sin duda lo había pasado muy bien. Yo la odiaba. Más aun, la repudiaba. Nunca hemos hablado de lo sucedido. Pero yo nunca más he podido volver a quererla como antes.
Por cierto, al día siguiente fui a competir y perdí.

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