sábado, 18 de julio de 2009

En el micro

Mi abuela y yo salimos de la casa de Maranga, fuimos andando hasta Precursores y allí tomamos un micro que nos llevó hasta la avenida Brasil. En el paradero de la cuadra x de la avenida Brasil nos quedamos esperando el micro que nos llevaría hasta Chorrillos. Eran las cinco de la tarde de un día de Primavera y había mucho tráfico. Los micros pasaban llenos, con los cobradores colgados de las puertas. La gente pugnaba por salir o por bajar de los vehículos. Sonaban los cláxones, los cobradores pregonaban sus rutas, los motores tosían, los tubos de escape expelían su humo negro y mefítico. Hay que esperar no más, hijito, me dijo mi abuela, ya pasará el micro. Pasaron los minutos. El micro no pasaba. Mi abuela sacó plata de su monedero y, dándomela, me dijo Anda cómprate maní, hijito. A mí cómprame chifles. Fui a un tenderete y compré el maní y los chifles. Noté que la gente que esperaba en el paradero me miraba raro. Comprendí que eso se debía a mi vestuario. En aquel tiempo yo tenía doce años y era fanático de las películas del agente 007. Por lo tanto, me vestía como él. En esa ocasión, llevaba un traje que mi papá me había mandado a hacer antes de irse a los Estados Unidos. Era un traje gris de una tela muy fina. Además del traje, llevaba una camisa blanca, una corbata negra y unos zapatos mocasines negros. A mi mamá no le gustaba que me vistiera así. Me decía que parecía un revejido, que se me veía tremendamente mal. Sin embargo, mi anhelo de parecerme al agente 007, de sentirme como él, podían más que las recriminaciones de mi mamá. El agente 007 que yo admiraba era el interpretado por Sean Connery. Él me parecía, de lejos, el mejor James Bond de todos los tiempos. Si a esa edad alguien me preguntaba qué quería ser, yo respondía de inmediato Agente secreto. Paraba viendo las películas del admirado 007 en el VHS de la casa. Incluso me iba a verlas a viejos cines, cuando las reestrenaban después de mucho tiempo. A mis doce años, yo era un adolescente soñador y solitario. Mis padres se habían separado.Mi papá se había ido a los Estados Unidos a trabajar y a olvidarse de mi mamá, y mi mamá se había quedado trabajando en un banco y cuidándonos a mí y a mis hermanos. A mí me dolía mucho la separación de mis padres, pero me refugiaba en las películas del agente 007 interpretadas por Sean Connery, claro está. Hacía un año que mi Papá se había marchado. Sus primas, es decir mis tías, unas mujeres muy católicas, estaban muy preocupadas por mi salud espiritual. Yo ya tenía doce años y no había hecho la primera comunión. Eso, para ellas, era inadmisible. A los diez años, cuando debía hacer la primera comunión, padecí una precoz crisis religiosa. Me parecía que Dios, si exitía, era un loco y un malvado, pues permitía todo tipo de atrocidades en el Mundo. Así que pensaba Es mejor que Dios no exista. Más aun, prefiero que no exista.Porque si existe, no es más que un sádico. Con estos pensamientos, busqué alguna religión que me diera esperanza, y encontré, en la biblioteca de la casa, unos libros sobre Budismo. Me hice budista a mi manera, ante el estupor de mis tías. Yo era un chico un poco raro. No obstante, mis tías hablaron con mi mamá y ella habló conmigo. Me habló de la religión católica, del compromiso que adquiríamos al ser bautizados, de Cristo, de Dios, de Su Bondad...Finalmente, acepté hacer la primera comunión tardíamente, a los doce años. Mi tía Socorro me preparaba para tal acontecimiento, catequizándome. Todos los fines de semana iba a su casa de Chorrillos con mi abuela, a reafirmarme en mi fe y a aprender la doctrina del Catecismo.
Tu tía Socorro debe estar esperándonos, me dijo mi abuela, y el condenado micro que no pasa. Yo comía maní tranquilamente, esperando. Huy, ahí viene, ahí viene, dijo mi abuela señalando el micro achacoso y morado. Estiró el brazo, igual que otras personas que también esperaban. El micro se detuvo. Subimos por la parte delantera. El vehículo estaba lleno, llenísimo. Nos quedamos parados, cerca de la puerta. El micro arrancó, traqueteando y tosiendo. A mi abuela le cedieron el asiento con prontitud. A ver, avancen atrás, avancen atrás, atrás hay sitio, decía el cobrador. Voy atrás, le dije a mi abuela. Ya hijito, con cuidado no más, me dijo ella. Lo que el cobrador decía era mentira. Atrás no había sitio. Retrocedí hasta el medio y ahí me quedé, de pie entre un montón de gente apretujada. Los perfumes y los hedores se mezclaban. Las personas se empujaban para avanzar o para retroceder. Las caras de disgusto, de malestar y de cansancio menudeaban. Estuve un buen rato en el mismo sitio, hasta que me sentí incómodo y decidí avanzar un poco. Avancé, abriéndome paso entre la gente, hasta donde una joven de unos veinte años pugnaba por no perder el equilibrio, cogiéndose fuerte del pasamano. Me quedé a su lado, pues ya no se podía avanzar más. El micro reventaba.La gente comenzó a empujarme. Opuse resistencia, pero fue inútil. Pasé por detrás de la joven, rozándola. La sensación me sobresaltó. La gente del lado contrario también me empujó y tuve que moverme. Quedé justo detrás de la joven. Estábamos prácticamente pegados. Ella pareció incomodarse. Yo quise salir de detrás de ella, pero fue imposible. Estaba apretujado por ambos lados. Me quedé quieto. Los glúteos de la joven eran grandes y blandos. Mi pene se hallaba apretado contra uno de ellos. Nunca había estado tan cerca a una mujer. Aspiré el perfume de sus cabellos castaños. Traté de verle bien la cara. Era guapa. Comencé a padecer una erección. Traté de controlarla, pero no pude. Mi pene se irguió y presionó el glúteo de la joven. Ella no se movió. Yo sentí cierto placer. Me pegué más a ella. Me moví un poco a la izquierda y, aprovechando mi menor estatura, metí mi pene entre sus piernas. Presioné con fuerza. Ella se inclinó un poco hacia adelante. Yo hundí mi nariz en sus cabellos y comencé a respirarle en la espalda. Sentí un inmenso placer. Mi pene latía y se hundía entre las piernas de ella. Era demasiado para mí. Tenía ganas de bajarme los pantalones y de bajárselos a ella. Empecé a traspirar. El micro dio un tumbo. La gente se dispersó. Yo casi me caigo hacia atrás. Cuando todos volvieron a ocupar sus lugares, noté que un tipo de unos treintaitantos años me miraba los pantalones. Me los miré yo también. Se veía una pequeña tumefacción que presionaba la tela. El tipo me miró a la cara con un gesto de desaprobación y de disgusto. Yo me hice el tonto y volví a colocarme detrás de la joven. Seguí frotando mi pene con su vagina. Ella no sabía qué hacer. Se inclinaba hacia adelante, se movía a los lados, miraba por la ventanilla. Comprendí que estaba incómoda. Aun así, no tuve ninguna consideración con ella y seguí presionándola. Estuve casi una hora así. En un paradero, una señora que estaba sentada junto a la joven, se puso de pie y avanzó hacia la puerta de salida. La joven primero titubeó y luego ocupó el asiento vacío. Yo me sentía dichoso.

Ya en la casa de mi tía, en Chorrillos, recibí mi sesión de catequesis. A ver, hijito, me decía tía Socorro, repite el Credo. Y yo comenzaba Creo en Dios Padre, Todopoderoso, Creador del Cielo y de la Tierra, creo en Jesucristo, Su único Hijo, nuestro Señor... Al terminar el Credo me hacía repetir los mandamientos. Amarás a Dios sobre todas las cosas, no tomarás el nombre de Dios en vano, santificarás las fietsas, honrarás a tu padre y a tu madre, no matarás, no fornicarás...Yo no entendía la palabra fornicar. ¿Qué es fornicar, tía?, preguntaba. En tu caso es masturbarte, tú no debes masturbarte, eso es malo, eso corrompe el alma, me respondía tía Socorro. Esa Noche, al acostarme en el cuarto que tía Socorro tenía aparejado para mí, no pude dejar de pensar en lo que había sucedido en el micro. No sabía si había pecado o no, sólo sabía que la había pasado muy bien. Recordaba perfectamente la sensación... Sin poder aguantar más, me masturbé.
Después de aquella vez, me dediqué a subirme a los micros llenos y a colocarme detrás de las mujeres que me parecían atractivas o que tenían buenos glúteos. Colocaba mi pene erecto en sus nalgas, luego entre sus piernas y presionaba y me movía. A veces me parecía que iba a eyacular irremediablemente. Las mujeres que escogía eran de todas las edades, de catorce, de dieciseis, de dieciocho, de veinte, de treinta, de cuarenta.. Ninguna me decía nada. Yo me amparaba en mi minoría de edad y en mi raro aspecto. Todos los días me dedicaba a viajar en micro, en cualquier micro. No tenía rumbo, sólo lujuria, ganas de colocarme detrás de mujeres. Poco antes de hacer la primera comunión tuve que confesarme. Me vi obligado a contarle al cura lo que hacía en los micros. ¿Por qué lo haces?, me preguntó. Porque me da placer, le respondí. ¿Alguien te enseñó a hacerlo? No, padre, yo lo aprendí solo. Lo que haces es reprensible. Al hacerlo, ofendes a las mujeres, ¿te gustaría que alguien le hiciera eso a tu madre? No, padre. Entonces no vuelvas a hacerlo, si lo vuelves a hacer tu alma se perderá para siempre. También le conté al cura que me masturbaba. No debes masturbarte, al masturbarte corrompes tu mente y tu alma. Salí del confesionario muy desazonado. Me sentía triste y culpable. Lo primero que hice fue subirme a un micro lleno.
Hice la primera comunión y, al recibir la hostia, prometí no volver a sobar a las mujeres y no masturbarme. Estuve dos semanas controlando mis impulsos. Luego ya no pude más y volví a masturbarme y a subirme a los micros llenos a buscar mujeres. Yo era feliz en los micros llenos, detrás de las mujeres, sobándoles el sexo con mi pene de doce años. Los micros llenos eran mi paraíso. Pero así como, poco a poco, dejé de ver las películas del agente 007 y de vestirme como él, también dejé de subirme a los micros llenos a buscar mujeres. Supongo que fue una etapa. Cuando la recuerdo sólo sonrío y me preguntó cómo fui capaz. Cosas de la vida.

2 comentarios:

  1. jaj Muy buena, Despertó sus deseos intimos, cosa q esta mal,pero al fin acabo, ya no los hace.

    ResponderEliminar
  2. Qué bueno jejjee, tremendamente excitante, además esa etapa de culpabilidad ante el sexo amparada por los dogmas castradores de la iglesia la hemos pasado todos.

    ResponderEliminar