viernes, 1 de octubre de 2010

Melancolía

Perro flaco, ángel triste, caminos desolados que la luz del Crepúsculo recorre. El Mar encorvándose y torciéndose lentamente, bajo la niebla del Otoño. Las gaviotas volando y chillando como niños expósitos. Un hombre cualquiera sobre el cual se cierne la desgracia como si fuera un héroe de tragedia griega. Esplín, flébiles caminatas, Melancolía. Doy una vuelta alrededor del lago silencioso, al atardecer, y oigo, de pronto, el canto del mirlo y el croar del sapo. El Cielo está vacío. La Nada se traga al ser. Un lobo de pelaje cano yerra por la estepa, muerto de hambre, enjuto de Soledad. Los sauces parece que rezan, contritos, y caracoles negros y viscosos suben por mis pies. Conozco la Melancolía desde niño. A veces me amohinaba sin saber por qué. Y me quedaba solo tendido en la cama de mi cuarto, o salía a caminar por la calle. Suave rosa que corta las venas. Melancolía, ángel triste, despliega las alas y condúceme por tus yermos a la luz del claro de Luna. Despliega las alas y llévame por tristísimos caminos. Despliega las alas, perro flaco, y sé un animal extraño, alado, terriblemente fiel. Sí, terriblemente fiel.

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