sábado, 29 de mayo de 2010

Los tres amigos

El padre de Guillermo tenía una casa en la playa “Los Pulpos.” Como era Verano y estaban de vacaciones, Guillermo invitó a sus amigos Jorge y Eduardo a pasar unos días en la casa de su padre. La casa era de dos pisos y estaba justo frente a la playa. Puta madre, qué paja tu jato, dijo Jorge a Guillermo cuando estuvieron en el cuarto de huéspedes. Sí, está bonita tu casa, dijo, a su vez, Eduardo. La vamos a pasar de puta madre, ya van a ver, dijo Guillermo. Los tres amigos estudiaban en el mismo colegio y tenían la misma edad, catorce. Siéntanse en su jato, dijo Guillermo a sus amigos, mi viejo es buena gente. Jorge y Eduardo se instalaron en el cuarto de huéspedes. Como había un camarote tuvieron que decidir quién dormía abajo y quién dormía arriba. Ambos querían dormir arriba. Decidieron decidir la cosa con piedra, papel, tijera. Ganó Jorge. A la hora de almorzar, los tres amigos se sentaron a la mesa, que estaba en la terraza, y esperaron a que la mamá de Guillermo les sirviera. Mientras esperaban, miraban la playa y la gente. Aquí vienen unas hembritas bien buenas, más tarde vamos a afanar a algunas, dijo Guillermo. De puta madre, asintió Jorge. Eduardo no dijo nada. La mamá de Guillermo sirvió el almuerzo. Crema de espárragos, bisteck con arroz, huevo y papas fritas y chicha bien helada. Los amigos comieron con buen apetito. Después de acabar esperaron a que les pasara la digestión. Cuando ésta hubo pasado, fueron a cambiarse de ropa. Se pusieron las ropas de baño y salieron a la playa. Se instalaron en un lugar por el que había un grupito de chicas. Se asolearon un rato y luego fueron a bañarse en el Mar. Estuvieron jugando con las olas bajo el Sol robusto de Verano. Cuando se cansaron, volvieron a donde habían tendido las toallas. Allí se echaron a descansar. Al poco rato, Guillermo le dijo a sus amigos Oigan, ¿han visto a las chicas de al lado? Sí, respondieron Jorge y Eduardo. Efectivamente, había un grupo de cuatro chicas al lado de ellos. Eran unas adolescentes. ¿Las afanamos?, preguntó Guillermo. Ya, pues, dijo Jorge. Eduardo no dijo nada. Hola, amigas, les dijo Guillermo a las chicas de al lado. Ellas rieron y le respondieron el saludo. Yo soy Guillermo, y ellos son Jorge y Eduardo, ¿ustedes cómo se llaman? Ellas dijeron sus nombres. Tengo una casa aquí cerca, dijo Guillermo, si quieren pueden ir en la Noche. Así hacemos un tonito. No somos de aquí, nos vamos dentro de una hora, respondió una de las chicas. Bueno, qué pena, dijo Guillermo, pero me imagino que volverán uno de estos días. No sabemos, dijo la chica. Bueno, si regresan nos vemos de hecho. Puta madre, dijo Guillermo volviéndose a sus amigos.
Poco antes del atardecer, Guillermo, Jorge y Eduardo caminaban por la playa. Buscaban chicas para afanarlas. Al menos eso hacían Jorge y Guillermo. A Eduardo no le importaba mucho afanar chicas. Era muy tímido y no se sentía a gusto, pero quería a sus amigos y por eso los acompañaba. ¡Miren! ¡Miren!, exclamó Guillermo. ¿Qué? ¿Qué pasa?, preguntó Jorge. ¿Ves a esas tres chicas que están allá?, interrogó Guillermo señalando a tres chicas de entre catorce y quince años que estaban sentadas sobre sus toallas, a unos metros cerca de ellos. Sí, ¿qué pasa con ellas?, preguntó Jorge. Yo conozco a dos de ellas, dijo Guillermo. La de pelo castaño y bikini negro tiene una jato aquí. La rubia de bikini rojo es su amiga y tiene una jato en Asia. La de pelo negro con bikini blanco no sé quién es. ¡Vamos a afanarlas!, propuso Jorge. Vamos, asintió Guillermo. Eduardo no dijo nada y fue con sus amigos. Caminaron hasta donde estaban ellas y se detuvieron. Hola, las saludó Guillermo. Hola, saludaron ellas. Yo a ti te conozco, le dijo Guillermo a la chica de pelo castaño y bikini negro. Sí, yo a ti también te conozco, dijo la chica. Mientras Guillermo hablaba con la chica de pelo castaño y bikini negro, Eduardo se fijó en la rubia de bikini rojo. Le pareció hermosa. Sus ojos eran verdemar, su nariz era pequeña, sus labios algo abultados, y su cuerpo era voluptuoso. Senos en flor, vientre firme, caderas redondas, piernas torneadas…Guillermo hizo las presentaciones debidas. La chica de pelo castaño y bikini negro se llamaba Andrea, la rubia de bikini rojo que tanto había impactado a Eduardo se llamaba Paola, y la de pelo negro con bikini blanco se llamaba Silvia. Quedaron en verse en la Noche.
Mientras se ocultaba el Sol, Eduardo, sentado a la mesa de la terraza, escribía un poema en un cuaderno de tapas rojas que llevaba a todas partes. Escribía sobre el Mar, sobre el Crepúsculo, y sobre Paola, la chica que tanto le había gustado. Le gustaba escribir poemas. Leía mucha poesía y su más caro afán era convertirse en poeta. Cuando el Sol terminó de ocultarse, ya había terminado de escribir el poema. Guillermo y Jorge salieron de la casa y se sentaron a la mesa. ¿Qué hacías?, preguntó Guillermo a Eduardo. Escribía, respondió Eduardo. ¿Qué? ¿Un poema? Sí. A ver, para leerlo. No, no, todavía no está corregido. Puta madre, Eduardo, tú nunca quieres que chequeemos tus poemas. ¿Por qué no le escribes a alguna de las tres hembritas que hemos conocido?, le preguntó Jorge. Ah sí, buena idea, dijo Guillermo, por cierto, ¿cuál te gustó más, Eduardo? Paola me pareció hermosa. Guillermo rió. Luego dijo Nadie se refiere a ella de esa manera. ¿Por qué? Porque es una rucaza. En Asia todo el mundo la conoce como ruca. Si quieres agarrártela no te va a costar trabajo. Eduardo guardó silencio. ¿Entonces cómo nos repartimos en la Noche?, preguntó Jorge. Está fácil la cosa, tú con Andrea, yo con Silvia y Eduardo con Paola, respondió Guillermo. De puta madre.
Eduardo no podía creer que Paola fuera una ruca. No lo parecía. Además, le parecía que se había enamorado platónicamente de ella. En la Noche, antes de cenar, le escribió un poema. Después de cenar, los tres amigos se ducharon y se cambiaron de ropa. Antes de salir, Eduardo arrancó de su cuaderno de tapas rojas la hoja en la que le había escrito el poema a Paola y se la guardó en el bolsillo derecho de las bermudas. Los tres amigos salieron y fueron a la casa de Andrea, que estaba también frente a la playa. Cuando llegaron, vieron a las tres amigas sentadas en la terraza, bebiendo un poco de sangría. Las saludaron, se sentaron frente a ellas y comenzaron a conversar. Las chicas invitaron sangría a los chicos. Eduardo fue el único que no aceptó. Cuando estuvieron picadas, Paola sacó una cajetilla de Marlboro rojo y ofreció cigarrillos a todos. Eduardo fue el único que no aceptó. Se fueron formando las parejas. Eduardo, que era excesivamente tímido, hizo un gran esfuerzo para sentarse junto a Paola. ¿Por qué no tomas ni fumas?, le preguntó ella. Porque no me gusta. ¿Por qué no te gusta o porque tus padres te lo han prohibido? Porque no me gusta, alguna vez he probado. ¿Cómo te llamabas? Eduardo. ¿Y qué te gusta hacer? Escribir poesía. ¿La poesía no es aburrida?
Para mí no. Eduardo sacó la hoja con el poema que le había escrito a Paola del bolsillo derecho de su pantalón. Mira, Paola, dijo, no te conozco, pero me has inspirado mucho, y te he escrito un poema. Toma. Paola recibió el poema y lo leyó. Está lindo, dijo. Pensé que no te iba a gustar. Pues sí me gusta. ¿Podemos conocernos más? Claro, claro que sí. Gracias. Oye, ¿de verdad te inspiro todo lo que dices en el poema? Sí, de verdad. ¿Entonces estás enamorado de mí? Sí. Eduardo inclinó la cabeza. Paola le puso la mano derecha en el mentón y se la subió. Eduardo no sabía qué hacer. Paola acercó su rostro al de él. Se besaron.
Carajo, Eduardo, eres rápido huevón, te la agarraste rapidito no más, le decía Guillermo a su amigo mientras regresaban a la casa a las dos de la mañana. A mí Andrea se me hizo la difícil. Puta madre. Y a mí Silvia se me hizo la estrecha, dijo Jorge. Mañana van a ir a Asia, ahí las agarramos, dijo Guillermo. Y tú, Eduardo, ya cáchate a esa huevona. Es una rucaza, ya te he dicho. No hables así de ella, estamos enamorados, dijo Eduardo. Bueno, bueno, como quieras.
Al día siguiente, Sábado, Guillermo, Jorge y Eduardo salieron temprano a la playa. Buscaron a las chicas y las encontraron. Eduardo estuvo con Paola todo el tiempo. Se bañaron juntos, incluso. Al mediodía, Andrea le dijo a Guillermo que ya se tenían que ir. Nos vamos a la casa de Paola en Asia, ¿ustedes van a ir en la Noche? No sé, no creo, respondió Guillermo. Se despidieron. Cuando las chicas se hubieron ido, Guillermo le dijo a sus amigos Hoy en la Noche vamos de hecho a Asia, así les damos una sorpresa a estas huevonas. Los tres rieron.
Al llegar la Noche, Eduardo se guardó en el bolsillo tres poemas que le había escrito a Paola. Sus amigos no lo vieron. Guillermo dijo Bueno, nos vamos. Mi viejo nos va a llevar. Al llegar a Asia, enfilaron el bulevar. Acá de hecho las encontramos a las huevonas, dijo Guillermo. Seguro que ni se imaginan que hemos venido, dijo Jorge. Había actividad en el bulevar. La gente iba y venía, los restaurantes estaban llenos, la música de las discotecas resonaba. Guillermo, Jorge y Eduardo buscaban a las chicas. Encontraron a Andrea y a Silvia cerca de la entrada de una discoteca. ¿Y ustedes?, preguntó Andrea, ¿no dijeron que no venían? No dijimos eso, dijimos que no creíamos que vendríamos, dijo Guillermo. ¿Y Paola?, preguntó Eduardo. Esto…está con unas amigas, respondió Andrea. ¿Dónde? Por aquí cerca, ya viene. Quiero verla. Eduardo fue un poco más allá de la discoteca y vio a Paola besándose con un tipo mayor que ella. Diecisiete tendría. Eduardo corrió hacia donde estaban y embistió al tipo con todas sus fuerzas. Lo derribó y lo golpeó salvajemente. La gente que estaba por ahí cerca intervino y sujetaron a Eduardo. Éste miró a Paola y le gritó ¡Puta de mierda! ¡Puta de mierda! Guillermo y Jorge llegaron corriendo y preguntaron a Eduardo qué había pasado. ¡Esta puta de mierda estaba con otro!
Los tres amigos regresaron tristemente a “Los Pulpos.” Guillermo tuvo que llamar a su papá para decirle que los recogiera. No le contaron nada de lo sucedido. Cuando preguntó por qué querían volver tan rápido Guillermo sólo le dijo que la cosa estaba monse. Ya en “Los Pulpos”, los tres amigos decidieron caminar por la playa. Eduardo iba muy triste. Ya olvida lo pasado, le dijo Guillermo. Yo la amaba, dijo Eduardo. Es que tú eres poeta, le dijo Jorge, te enamoras muy rápido. ¿Y todos los poetas son tan fuertes como tú? Al idiota ese le sacaste la mierda, dijo Guillermo. Fue la cólera del momento. A ti hay que pegarte entre dos. Guillermo y Jorge asieron a Eduardo de la cintura y lo hicieron caer a la arena. ¡Ahora vas a ver!, decía Guillermo. Eduardo no pudo evitar reír. ¡Déjame huevón!, decía. ¡Nada de déjame, templado! ¡Te la vamos a meter por el culo, para que aprendas a no enamorarte de la primera que se te cruce en el camino!, decía Jorge. Eduardo reía. Sus amigos también rieron. Estuvieron un buen rato revolcándose en la arena.

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