martes, 18 de mayo de 2010

Te veré en otra vida

Me pasa desde que era niño. Cada vez que veo a una mujer hermosa me enamoro instantáneamente de ella y no la olvido jamás. Recuerdo a todas las mujeres que he visto fugazmente en mi vida y que me han hecho delirar de amor. Cuando vivía en Lima y viajaba en micro o en combi, a veces el Destino hacía que una mujer hermosa se sentara frente a mí. Yo la quedaba mirando y la iba amando cada vez más. Cuando se bajaba del micro o de la combi ya yo era un desgraciado amante que había perdido a su amada. Y es que lo que yo experimentaba no era mero deseo, sino amor. Me enamoraba absolutamente de la mujer hermosa que veía. Y me entristecía cuando ella se iba para siempre. Yo pensaba que ya jamás la vería, que todo había sido un momento de fugaz Beatitud, y que nunca más se iba a repetir. Nunca me atreví a hablarle a ninguna de esas mujeres que se cruzaron en mi camino. Sin embargo, me pasaba días enteros sumido en la más absoluta Melancolía después de haberlas visto. Pensaba en la mujer hermosa de turno días y días, sin lograr olvidarme de ella. Sentía Angustia por haberla perdido para siempre, por saber que nunca más iba a poder verla. De esa manera caía en profundas depresiones de las que apenas podía salir. Lo peor era que no podía hablar de lo que me pasaba con nadie. Verdaderamente sufría, aunque todo me parecía una locura.
Han pasado los años y sigo padeciendo esos extraños enamoramientos. Soy un escritor peruano y vivo en París. Ya tengo treintaidós años. Mi actividad favorita es viajar sin rumbo en el Metro. De cada viaje salgo sumamente enamorado, pues bellas mujeres se suben y se bajan en diferentes estaciones. Me sigue pasando lo de antes, pero con más fuerza. En el Metro veo a alguna mujer hermosa y me muero de ganas de decirle que la amo. Mi excesiva timidez me impide abrir la boca, y callo desgraciadamente. Cuando ella se baja, me siento el más desdichado de los hombres, y pienso que estoy solo sólo por mi culpa, por no atreverme a declararle mi amor a alguna de esas desconocidas que veo en mis erráticos viajes en el Metro. Además de culparme, me quedo pensando en la desconocida que he visto. Puedo estar pensando días y días en ella. Viajo en el Metro todos los días. Eso significa que cada día veo a varias mujeres distintas. Sin embargo, siempre hay una que es la más amada. Es a esa a quien me dedico a añorar. Sólo he tenido dos novias en mi vida, y no las he conocido en el Metro de París ni en las combis de Lima, sino en otros lugares. He tenido muchas amadas , eso sí, y las recuerdo a todas. No he olvidado a las mujeres por las que he suspirado en las combis de Lima o en el Metro de París. Todas las Noches las recuerdo, y me duele haberlas perdido.
Hace unos días me pasó algo revelador en el Metro. Iba yo de pie, al lado de la puerta, absorto en mis pensamientos. Cuando llegamos a Chatelet se subió una mujer que me llamó poderosamente la atención. Se sentó justo frente a mí. Tenía el cabello rojizo, las pestañas largas, los ojos grandes, verdes y oblicuos, la nariz larga y fina, los labios rosados y armoniosos, los senos grandes, la piel dorada… Vestía un jean azul, una blusa gris y un suéter negro.Calzaba unas botas oscuras. Tendría veinte años. La quedé mirando. Ella lo notó. Me sentí profundamente enamorado. Pero sabía que en alguna estación ella se bajaría y yo dejaría de verla para siempre. Yo sufriría por ella, y la recordaría todos los días de mi vida. Las estaciones se sucedían. Yo pensaba en vencer mi timidez. Esa mujer y yo podíamos llegar a ser novios. Podríamos vivir juntos, compartiendo nuestra dicha, y amándonos para siempre. Cuando llegamos a Montparnasse Bienvenüe, ella se bajó. Yo, resuelto a hablarle, salí tras ella. Le declararía mi amor inexplicable y le diría que deseaba vivir con ella todo lo que me quedara de vida. La seguí por las galerías, hasta que salió por la boca del Metro. Yo también salí. Ambos caminábamos rápidamente, uno detrás del otro. Ella se detuvo en la terraza de un café. Saludó con dos besos a un muchacho de su edad que estaba sentado a una mesa. Luego también se sentó y se dejó besar en la boca por el muchacho, que sin duda era su novio. Yo encogí los hombros y murmuré Te veré en otra vida, que es lo que siempre murmuro cuando pierdo a una de esas mujeres hermosas que se suben y se bajan del Metro.

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