domingo, 20 de junio de 2010

El caos amado

Es una Noche de Verano. Teresa y los niños duermen. Yo, muerto de calor, escribo en la terraza. A Teresa la han vuelto a despedir del trabajo. Cuando llegó y me lo dijo estaba deshecha. Yo la abracé y traté de consolarla. Luego le di un poco de whisky. Eso la calmó. Conversamos. Me dijo que su jefe la había mandado llamar y le había dicho que tenía que despedirla por alcohólica y por absentismo. Ella intentó mantener la calma, pero como vio que su jefe se ensañaba, perdió la paciencia y lo mandó a la mierda. Después de eso volvió a la casa. Bebimos whisky hasta que anocheció. Teresa estaba mucho más calmada. Dio de comer a los niños y se fue a la cama. No tardó en dormirse.
Conocí a Teresa en un bar de Miraflores, en la calle x. Yo vivía en la cuadra x de Diagonal y me dedicaba a beber y a escribir. Una Noche, cansado de tanto escribir, decidí salir a tomar algo. Anduve bebiendo por varios lares, hasta que llegué a ese bar donde encontré a Teresa. Bebía en la barra. Parecía triste. Su mohín de Tristeza la embellecía más aún. Yo también me senté en la barra, muy cerca de ella, y me quedé observándola. Era bella: rostro ovalado, facciones finas, ojos castaños, labios carnosos, cabello rubio. Cuando se paró para ir al baño pude apreciar su cuerpo. Esbelto, atlético, un tanto descuidado. Vestía una blusa blanca y una falda gris. Cuando estuve lo suficientemente borracho, me animé a hablarle. Hola, me llamo Daniel, me sorprende verte sola, le dije. Me gusta estar sola, me gusta beber sola, me dijo ella. ¿Te puedo invitar una cerveza?, le pregunté. Si quieres, me respondió ella. Pedí dos cervezas que fueron servidas en el acto. Bebimos. Me ha pasado algo muy gracioso, me dijo ella. ¿Qué te ha pasado?, le pregunté. Me han despedido del trabajo por borracha. Rió. ¿No te parece gracioso?, me preguntó. Sí, sí que me parece gracioso, le respondí. Callamos y bebimos. Aún no me has dicho tu nombre, le dije. Me llamo Teresa. Pues mucho gusto, Teresa. ¿En qué trabajabas? Soy secretaria. ¿Y vas a buscar otro trabajo? No lo sé, me imagino que sí. Acabamos las cervezas. Pedí dos más. Tengo dos hijos, me dijo Teresa. Yo callé. Son una parejita. El mayor se llama Carlos y tiene diez años, y la menor se llama Mariana y tiene cinco. ¿Y el padre?, pregunté. Me divorcié de él hace un año. Se llama Miguel y es abogado. Todos los meses me da dinero para los chicos. Entonces puedes vivir sin trabajar. No, eso no. Yo también quiero mantener a mis hijos. Lo que pasa es que desde después del divorcio comencé a beber, y ya me ves, soy toda una alcohólica. Callamos un rato. ¿Tú qué haces?, me preguntó Teresa. Soy escritor. ¿De eso vives? Bueno, no precisamente. Tengo unos ahorros de algunos trabajos que hice, y tengo una abuela que me da dinero de vez en cuando. ¿Has publicado algo? Sí, publiqué un cuento y un poema en una revista de Literatura. ¿Y te pagaron? Hasta ahora no he visto dinero alguno. Las horas pasaron. Bueno, Daniel, yo me tengo que ir, tengo que ver a mis hijos. De acuerdo, ¿mañana vendrás? Sí, creo que sí. Pues te estaré esperando. Al día siguiente, fui al bar a la misma hora. Teresa no estaba. Me senté en la barra y pedí una cerveza. Cuando iba por la mitad, ella apareció. Se sentó a mi lado. Hola, escritor, me dijo. Hola, Teresa, ¿una cerveza? Bueno. Pedí una cerveza. Conversamos. Teresa me dijo que el Lunes-era Viernes-, comenzaría a buscar un trabajo. Yo le dije que haría bien. Cuando estuvimos algo borrachos le propuse ir a mi departamento. Ella accedió. Mi departamento estaba desordenado, pero limpio. Teresa se sentó en el sofá. Yo fui a la cocina y volví con una botella de whisky, un recipiente con hielo y dos vasos. Serví los tragos. Brindamos por el éxito de Teresa en su búsqueda de un nuevo trabajo. Luego bebimos. Tengo miedo de fracasar en todos los trabajos, me confesó Teresa. No puedo dejar de beber. Y la causa de mis fracasos en los trabajos es la bebida. ¿Has intentado dejarla alguna vez? He intentado dejarla muchas veces, pero no he podido. ¿Tus hijos te han visto borracha? Sí, pero no se han dado cuenta. Cuando íbamos por la mitad de la botella, yo le dije a Teresa que se descalzara y que estirara las piernas. Ella lo hizo. Sus piernas quedaron sobre mi regazo. Se las acaricié. Tienes unas lindas piernas, le dije. Ella sonrió. Yo le fui subiendo la falda. Metí una mano entre sus piernas. Ella gimió. Yo le quité las pantimedias. Me eché encima de ella. La besé. Ella también me besó. La desnudé. Su cuerpo parecía una ofrenda. Lo recorrí todo con mis labios. Luego me desnudé. Volví a echarme sobre ella y se lo metí suavemente. Ella se movía como una serpiente. Yo entraba y salía, cada vez con más fuerza. Me corrí después de un buen rato. Ella también se corrió.
Comenzamos a vernos todos los días en mi departamento. Teresa no conseguía trabajo. Una Noche, cuando acabábamos de hacer el amor y yacíamos en mi cama, ella me preguntó ¿Te alcanza para pagar el alquiler de este departamento? En realidad debo cuatro meses, pero la casera es comprensiva conmigo, le he dicho que en cualquier momento voy a ganar un premio literario. Teresa rió. ¿Por qué no te vienes a vivir conmigo?, me preguntó luego. Estoy acostumbrado a vivir solo, le dije, y ya ves, soy un alcohólico, ¿qué ejemplo le daría a tus hijos? No me pareces un mal hombre, por eso me gustaría que vivieras conmigo y con mis hijos. No lo sé, Teresa…Bueno, piénsalo, yo en realidad siento algo muy bello por ti. Además vives el mismo infierno que yo. Tampoco puedes dejar de beber. Pero es una vida que yo he elegido. ¿Y acaso no es un infierno? Bueno, sí. A veces siento cierto Remordimiento. Piensa bien eso de ir a vivir a mi casa. De acuerdo.
Cavilé mucho antes de tomar una decisión. No tenía claro lo que sentía por Teresa, pero algo de ella me fascinaba. No sé bien qué era. Hace dos meses que vivo en su casa, con ella y sus hijos. Con éstos no he tenido mayor problema en las relaciones. Me ha bastado con hacerles caso y con cumplir todos sus caprichos. Con Carlos juego al Play Station. Con Mariana juego a las barbys. De vez en cuando les cuento cuentos, así aprovecho para ejercitar mi imaginación abotargada por el alcohol. A Miguel, el ex esposo de Teresa, no lo conozco. Aún no he tenido el gusto. Teresa dice de él que se portó mal, que siempre anduvo con amantes, y que por eso se divorciaron. Pero, por otro lado, me dice que no es un mal tipo, y que es un buen padre. Todos los fines de semana se lleva a los chicos a pasear. Es abogado.
Con Teresa bebemos todos los días. Yo les digo a los chicos que Daniel y mamá, cuando beben, hacen algo que sólo hacen los grandes. También les he dicho que Daniel y mamá no hacen nada malo. Y, de paso, también les he dicho que Daniel y mamá son amigos y se quieren mucho.
Desde que la conocí, a Teresa la han echado de dos trabajos. Por ir borracha en más de una ocasión. Yo me siento culpable, porque no ayudo a Teresa a dejar de beber. Y el problema es que ni ella ni yo queremos dejar de beber. Todo lo contrario, queremos beber mucho. Queremos olvidar. Somos alcohólicos, triunfos de Baco.
Teresa y los chicos siguen dormidos. Ya es bien tarde. Sin embargo, quiero seguir trabajando en esta novela. Se me comienza a poner rebelde, y debo domeñarla. Así que sigo escribiendo en la lap top, muerto de calor.

Despertó pasado el mediodía. Fue a la sala. Allí estaba Teresa, mirando por la ventana, completamente desnuda. Hacía mucho calor. ¿Cómo estás?, le preguntó Daniel. Deprimida. Hoy no he tenido ganas de ir a buscar trabajo. No importa. Mejor así. Así descansas un poco y te relajas. Carlos, sentado en el sillón, jugaba al Play Station, y Mariana, de rodillas en la alfombra, hablaba con sus Barbys. Hola, chicos, les dijo Daniel. Hola, Daniel, le respondieron los niños al unísono. Teresa seguía mirando por la ventana. Daniel fue a la cocina, abrió el refrigerador y sacó una cerveza. Tráeme una a mí, le dijo Teresa. Daniel sacó otra cerveza, cerró el refrigerador y fue hacia el sillón donde estaba Teresa. Le dio su cerveza. Bebieron. Hablaron de la mala fortuna de Teresa, y del trabajo literario de Daniel. Cuando los chicos dijeron que tenían hambre, Teresa fue a cocinar. Daniel se quedó bebiendo en la sala, cerveza tras cerveza. Al cabo de un buen rato, Teresa regresó con una botella de whisky, un recipiente con hielo, y dos vasos.
Al atardecer, Daniel y Teresa estaban completamente borrachos. Bueno, es la hora de salir a pasear con los chicos, dijo Daniel. Sí, llévalos a que se distraigan, dijo Teresa. Daniel salió a pasear con los chicos. Vivían en la cuadra x de Precursores, en Maranga. Entre las dos pistas había jardines. Caminaron por ahí. El Sol se ocultaba despacio. Era un hermoso Crepúsculo de Verano. Daniel iba bebiendo una cerveza. Al cabo de una hora, cuando el Azur cubría el Cielo, regresaron a casa. Daniel se sirvió un whisky con hielo. Qué calor hace, dijo. Teresa, desnuda en el sofá seguía bebiendo whisky. Estuvieron bebiendo hasta que llegó la hora de comer de los chicos. Cenaron los cuatro. Teresa acostó a los chicos y regresó a la sala a seguir bebiendo whisky con Daniel. Estuvieron bebiendo toda la Noche y toda la madrugada. A eso de las siete, Teresa se fue a duchar. ¿Piensas salir?, le preguntó Daniel. Sí, voy a buscar trabajo, le respondió Teresa. Sería mejor que te quedaras a descansar, ya mañana vas. No, quiero ir hoy, dijo Teresa desde la ducha.
Se arregló muy bien. No parecía resacosa. Luces perfecta, le dijo Daniel en cuanto la vio. Me voy, le dijo Teresa. Se acercó a Daniel, que estaba sentado en el sofá bebiendo vino, se inclinó y le dio un beso en la boca. Buena suerte, le dijo él. Gracias, le respondió ella.
Daniel se quedó bebiendo hasta las nueve. A esa hora los chicos despertaron. Buenos días, Carlos. Buenos días, Mariana. Buenos días, Daniel. Buenos días, Daniel. Carlos se puso a jugar al Play Station y Mariana se puso a jugar con sus Barbys. Daniel les preparó el desayuno. Luego los llamó a desayunar. Ellos fueron al comedor con rapidez y se sentaron a la mesa. Desayunaron. Daniel los acompañó con una cerveza y unas tostadas con mantequilla. Cuando los chicos terminaron de desayunar fueron corriendo a seguir con sus juegos. Daniel lavó los platos y se fue a la terraza con su lap top. Se puso a escribir. A eso de las doce sonó el timbre. Daniel fue a abrir. Era un tipo bajito, medio gordo y con bigote. Llevaba terno. ¿El señor Daniel Fernández?, interrogó. Soy yo, dijo Daniel. Puf, por fin lo encuentro, lo he estado buscando durante semanas. ¿Quién es usted? Trabajo para la revista a la que usted envió su cuento y su poema. Ah. La directora de la revista ha quedado gratamente impresionada con su trabajo y quiere verlo y darle la paga. Creí que no pagaban. Sí pagamos. De acuerdo, ¿qué debo hacer entonces? El hombre bajito sacó una tarjeta del bolsillo de su saco y se la dio a Daniel. Allí está la dirección de la revista y el nombre de la directora. Vaya a buscarla mañana. De acuerdo. Bueno, me voy. Que tenga buenos días. Chao.
Teresa volvió a eso de la una. ¿Qué tal te fue?, le preguntó Daniel. Bien, tengo una cita mañana en la mañana. Qué bien. ¿Te sirvo un trago? Sí, por favor. Daniel sirvió whisky con hielo en un vaso y se lo dio a Teresa. A la hora de almuerzo le contó lo de la revista. Qué bueno. Has sorprendido a alguien con tu trabajo, le dijo a ella. Es sólo buena suerte.
Al día siguiente, Daniel fue a la revista. Estaba en san Isidro, a la altura de la cuadra x de la avenida Javier Prado. Cuando Daniel vio a la directora de la revista quedó gratamente impresionado. Ella era muy joven y muy bonita. Su cabello era rizado, sus ojos eran verdes, su nariz y su boca eran muy finas, y tenía unos senos grandes y redondos. Soy Daniel Fernández. Pues mucho gusto, yo soy Alejandra Ortiz, directora de esta revista. Se dieron la mano. Siéntese, señor Fernández. Gracias. Bueno, ya le habrán dicho que quedé impresionada con su trabajo. Es…diferente. Le vamos a pagar. No le pagamos antes porque no teníamos cómo comunicarnos con usted. Ni siquiera respondía el celular. Pasé por una mala etapa, me llené de deudas. Me cortaron el celular. También se mudó de su departamento. La persona con la que habló ayer estuvo buscando a la dueña para conseguir la nueva dirección. Felizmente usted se la había dado. En fin, lo que queremos son más trabajos suyos. Se los puedo dar. Tengo material por ahí. Le agradecería que me los diera. Les pagaremos por ellos. Se los daré de buena gana. ¿Le parece bien si nos vemos pasado mañana? ¿Aquí? ¿A la una? Lo invito a almorzar. Aquí estaré.
Me dieron el trabajo, le dijo Teresa a Daniel. Pues felicidades. ¿Y a ti cómo te fue en la revista? Muy bien, me pagaron. Es una buena suma. Entonces debemos celebrar. Se pusieron a beber vino.
El día que Daniel y Alejandra, la directora de la revista, se encontraron, fueron en el carro de ella, un BMW, A La Rosa Náutica. Comenzaron bebiendo un Pisco Sour. ¿Cómo es que una chica tan joven puede ser la directora de una revista literaria?, le preguntó Daniel a Alejandra. Mi padre fue el primer director. Cuando falleció hace tres años yo me quedé como directora. ¿Estudiaste Literatura? Sí ¿y tú? No. Sólo estudié dos años de Filosofía. ¿Y qué has hecho? ¿Cómo te has mantenido? Bueno, me han mantenido, y he hecho algunos pequeños trabajos por ahí. Nunca los resistí. Terminé siendo el vago que soy. ¿Tienes algún vicio? Sí. El alcohol. ¿Bebes mucho? Todos los días. ¿No te gustaría dejar la bebida? No. En realidad no. Bebieron más pisco sour. Luego Alejandra pidió un piqueo. Hablaron de Literatura. Me sorprendes, Daniel. Tienes muchos conocimientos. Cuando terminaron el cuarto pisco sour, pasaron al comedor. Comieron con apetito. Pidieron una botella de vino. Al terminar la botella, Alejandra le dijo a Daniel Estoy algo borracha. Luego rió. Entonces vamos a otro lugar. Vamos a mi casa. De acuerdo. Fueron a la casa de Alejandra. Daniel condujo.
En la sala de la casa, siguieron bebiendo vino y conversando. ¿Con quién vives?, le preguntó Alejandra a Daniel. Vivo con una mujer divorciada que tiene dos hijos. ¿Y puedes trabajar con comodidad? Sí, no tengo mayor problema. Yo te puedo conseguir un buen lugar para escribir. No es necesario. Sí lo es. El entorno tiene mucho que ver. Pero es que siento algo muy sublime por la mujer con quien vivo, y le he cogido cariño a los chicos. ¿Ella también bebe? Sí. Ambos van a acabar mal si siguen así. No lo creo. Escúchame, Daniel, yo puedo ser tu editora. Puedo publicar tus obras. ¿Con qué condición? Con la de que te mudes a un lugar que yo te conseguiré. Déjame pensarlo. Cuando acabaron la botella de vino, Alejandra estaba bastante borracha. Admiro tu trabajo, Daniel, en serio, decía. Daniel le acarició una mejilla y le dijo Gracias. Ella se acercó a él y lo besó en la boca. Él también la besó. Se tendieron en la alfombra. Él se sacó la ropa. Luego la desnudó a ella. La besó por todo el cuerpo. Aspiró el perfume de su piel, un perfume dulce y rosáceo. Hazme el amor, pedía ella, hazme el amor. Él se la metió con fuerza y comenzó a moverse de atrás para adelante. Alejandra gritaba como loca.

Ha pasado una semana y a Teresa la han vuelto a echar del trabajo. Esta vez ha sido por un problema de acoso sexual. Según ella, su jefe trató de sobrepasarse. Me dijo que se la chupara, me afirmaba ella. Le di varias bofetadas y me dijo que estaba loca. Me echó porque dijo que estaba loca. ¡Maldito pervertido! Ya no te preocupes. Yo te mantendré. Ahora me pagan por escribir, le he dicho yo. ¿Quién te paga? ¿Esa directora tan joven y tan buena? ¡Debe ser una perra que se ha enamorado de ti! Nada de eso, Teresa, nada de eso. Ella es muy buena gente y admira mi trabajo. ¡Es una puta! ¡Cálmate! ¡Los niños van a escuchar! ¡Maldita perra! ¡Cállate! ¡No! ¡Perra! ¡Puta! ¡Si no te callas me voy! ¡Puta! ¡Puta! Ante la terquedad de Teresa, no me ha quedado más remedio que ir a recoger mis cosas. Mientras hago la maleta, ella llora. Cierro la maleta. Ella viene corriendo. Me abraza. Me besa. ¡No te vayas! ¡No te vayas! ¡Yo te amo! ¡Yo te amo! Nos abrazamos y nos besamos. No vuelvas a decir lo que has dicho, le digo a Alejandra. Está bien, está bien, pero no te vayas. De acuerdo. No me iré.
Es otro día caluroso. Estoy escribiendo en la terraza mientras los niños juegan en la sala. Suena el timbre. Voy a abrir. Es un tipo de mi misma estatura, esbelto, atildado. Lleva terno. Hola, lo saludo. Hola, me saluda él, soy el padre de esos niños. Ah tú debes de ser Miguel. Pasa, pasa. Entraré después. Antes necesito hablar con usted aquí afuera. Sí, con todo gusto, pero por favor tutéame. Como quieras. Sé quién eres. Teresa me ha hablado de ti. Dice que eres bueno con los chicos. Pero yo creo que un borracho nunca puede ser bueno para unos niños. Me imagino que el borracho al que haces alusión soy yo. Pues sí, soy un borracho, pero nunca he hecho nada indebido delante de los chicos. Te hundes en el alcohol junto con Teresa. Bueno, no nos hundimos precisamente. Ella tiene un problema de alcoholismo. Yo también lo tengo. Pero eso no le hace daño a los chicos. Mira, Miguel, sé que eres un buen tipo. Teresa me lo ha dicho. Yo también quiero a tus hijos. Pero jamás los dañaría. Miguel no sabe qué decir. Quizá esperaba que yo me comportase de diferente manera. Voy a ver a los chicos, me dice, y entra a la casa. Yo vuelvo a ponerme escribir.
Alejandra espera mi respuesta definitiva. He estado cavilando durante días para saber qué es lo mejor para mí, para Teresa y para los chicos. Estamos en la Rosa Náutica, bebiendo pisco sour. ¿Has pensado qué es lo que vas a hacer? me pregunta Teresa. Sí, le respondo. Seguiré enviando mis trabajos a tu revista. Eso me parece muy bien. Pero me interesa más saber si aceptas mudarte a un lugar donde puedas escribir mejor. Pero ya te he dicho que en la casa donde vivo escribo sin problemas. Estás viviendo con una borracha. Eso te arrastra más al vicio. Llegará el momento en el que ya no puedas escribir por beber tanto. Conoces mal a los escritores, Alejandra.
Después de beber seis pisco sour cada uno, Alejandra ya está algo borracha. Te he dicho que puedo ser tu editora. Puedo publicar tus obras. ¿Por qué quieres quedarte con una alcohólica? ¿Acaso la amas? Hay algo en ella que hace que no pueda dejarla. No creo en el amor. Eso no existe. Existen los lazos. Yo tengo un lazo con Teresa. Eres un idiota, Daniel. Te estoy ofreciendo todo lo necesario para que vivas como un escritor y no como un cualquiera y te das el lujo de rechazarlo. No quiero abandonar a Teresa y a los chicos. Pues no los abandones y se acabó. Yo te hice un buen ofrecimiento. Tú elegiste. Alejandra se pone de pie y se marcha después de pagar. Yo me quedo terminando mi pisco sour.
Es de Noche. He estado caminando todo el día y recién regreso a casa. ¿Dónde has estado?, me pregunta Teresa. Por ahí, caminando, le respondo. Me siento en el sillón. Teresa sale desnuda de la habitación y me dice Hoy tampoco conseguí trabajo. No importa, Teresa, no importa. Y tú, ¿hablaste con la directora de la revista sobre la publicación de tus obras? Sí, y no le interesan. Pero por qué, si antes le interesaban. No sé, las mujeres son muy volubles. ¿Quieres un trago? Sí, por favor. Hoy quiero beber toda la Noche.

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