sábado, 12 de junio de 2010

Mis Noches con ella

Hoy María Elena ha cantado en el Satchmo otra vez. Todos los Viernes lo hace, y yo vengo a verla y a oírla religiosamente. Canta como una calandria. Su voz es dulce, suave y violeta. Con ella distraería a los ángeles de su visión beatífica. Mientras espero a que salga, busco una esquina oscura y solitaria y me pongo a fumar un bate. Es una Noche rojiza y fría de Invierno. Me siento tranquilo. Siempre me siento tranquilo después de escuchar a María Elena… María Elena, mujer aún niña, niña desamparada en los atrenzos de la vida…Nos conocemos desde el colegio. Desde el colegio creo que la amo, pero nunca le he dicho nada. Casi no ha cambiado desde esos tiempos. Sigue siendo la adolescente de cabellos rizados, de ojos verdemiel, de senos grandes y redondos… Han pasado más de diez años, y nuestra amistad aún perdura. Yo soy un tipo extraviado. No trabajo. Sólo escribo poemas bastante malos que sé que nunca me publicarán. María Elena, a su modo, es una mujer extraviada. Trabajaba en una ONG, pero salió de ella y ahora sólo canta. Su madre está en los Estados Unidos, por lo tanto ella vive con su padre, con quien no tiene una muy buena relación. Doy una larga calada. Miro al Cielo. Me trago el humo. Mis miembros se relajan…
Hemos venido hasta el parque Kennedy caminando. Ya es tarde. La Noche despierta. Damos una vuelta por el parque y luego entramos a la Calle de las pizzas. Tenemos hambre. Entramos a una pizzería. Pedimos una pizza especial y una jarra de sangría.
-Qué tal dormiste ayer-le pregunto a María Elena.
-Me quedé dormida a las siete de la mañana. Sigo con insomnio-me responde ella.
-¿Y has estado llorando?
-Sí. Mucho.
-Tienes que ir a un psiquiatra.
-No,no quiero ir a ningún psiquiatra.
-Tienes depresión, María Elena, necesitas ayuda.
-El canto me ayuda.
-Estoy seguro que sí, pero…
- No me lo vuelvas a decir, no voy a ir a ningún psiquiatra.
-Bueno. Como quieras.
-Lo extraño mucho.
-Lo sé.
-Quisiera borrarlo de mi mente, pero no puedo… Todo el día y toda la Noche me acuerdo de él… Todo era tan hermoso… No sé por qué tuvo que pasar eso…
Traen la pizza y la sangría. Comemos en silencio. Al terminar, comenzamos a beber la sangría.
-Yo lo amaba y aún lo amo-me dice María Elena- No podría besar a otro. Me resultaría imposible. Sólo lo quiero a él.
Guardo silencio. Me dan ganas de decirle a María Elena que yo la amo, y que estaría dispuesta a consolarla a como de lugar. Y en cuanto al beso, estoy seguro que ella podría besarme. Aunque siempre hemos sido como hermanos. Bueno, fue ella la que dijo una vez que yo era como un hermano para ella. No me quedó más remedio que decir que ella era como una hermana para mí. Así que ahora tenemos una relación fraternal.
Acabada la sangría, pago y nos vamos. ¿Quieres ir al café Zeta?, le pregunto a María Elena. Sí, vamos, me responde ella. En el café Zeta, nos sentamos en una de las mesas de la terraza. Una chica que parece menor de edad nos atiende. Yo pido una cerveza. María Elena pide un té japonés.
-Mi sobrina está embarazada, y mi hermano quiere que aborte-me dice ella.
-¿Cuántos años tiene tu sobrina?
-Dieciséis.
-Es muy joven.
-Sí, pero yo no quiero que aborte, y ella tampoco quiere abortar. Mi hermano es un energúmeno. Él trató muy mal a mi cuñada, por eso se separaron. Es un mujeriego y un irresponsable. Y así y todo, mi mamá lo defiende. Pobre Javi, dice, hay que comprenderlo. Mi mamá está loca. Cree que Javi es una víctima. Cree que sufrió mucho por la separación de mis padres. Y en realidad sí sufrió, pero no demasiado. Yo también sufrí, pero tuve que sobrellevarlo.
-¿Y qué va a hacer con su hija?
-La quiere hacer abortar, pero mi cuñada y yo se lo vamos a impedir.
-¿Y tu mamá qué dice?
-Le da la razón a Javi.
-¿Y tú cómo te estás llevando con tu mamá?
-Mal. Ella quiere que yo regrese con mi ex.
-¿Con Mario?
-Sí.
-¿Y tú qué le has dicho?
-Que yo no quiero regresar con él. Que por favor no se meta en mi vida. Para mi mamá lo primero es la familia. Guardar las buenas formas, y todo eso… De niña, un primo mío, mayor que yo, quiso abusar de mí. Fue en una fiesta familiar. Cuando yo fui corriendo a contarle a mi mamá lo que me habían querido hacer, ella y mis tías hablaron con mi primo, pero no lo resondraron, y a mí no me dijeron ni me explicaron nada…
-No querían que hubiese escándalo, seguro.
-Sí, querían evitar el escándalo, pero a costa del trauma de una niña.
Callamos.
Ha pasado un buen rato. Quiero ir a bailar, me dice María Elena. Ya, vamos, le digo yo. Antes de ir a bailar, nos vamos a la Bajada Balta. María Elena ya sabe que necesito fumar. Después de la fumata, nos vamos hacia Larco. Allí entramos a la discoteca X. Es un buen lugar. Pasan buena música y la gente baila sola o en pareja. Le digo a María Elena que me espere, que necesito ir al baño. ¿Vas a tomarlas?, me pregunta ella. Sí, le respondo, las necesito. Voy al baño, saco un blíster de diazepam de mi bolsillo y me tomo seis pastillas. Al salir, veo a María Elena bailando sola en la pista. Me acerco a la barra. Pido una sangría y una Coca Cola. Sentado, contemplo a María Elena. Baila bien. Se abandona a la música. Se olvida de todo cuando baila. Tomo un sorbo de Coca Cola. Pasa el tiempo. Las pastillas hacen efecto. Me siento sumamente relajado. Un poco sonso, también. Tomo diazepam desde hace unos cinco años. Al principio usé las pastillas para combatir el insomnio. Luego me di cuenta que se podían utilizar como drogas. María Elena se acerca a mí. Le doy la sangría. Bebe un sorbo. Gracias, me dice. La pasas bien, ¿no?, le digo yo. Sí, bailar me hace olvidarme de todo. Lo sé. Tú también ven a bailar. Ya. Voy con María Elena a la pista y ambos nos ponemos a bailar frente a un espejo.
Poco antes del amanecer, María Elena y yo caminamos por Pardo. Hace frío y hay neblina. Llegamos a un óvalo. Allí paramos un taxi. Le pregunto cuánto me cobra a la cuadra X de la avenida La Mar, que es donde vive María Elena. El taxista me da su tarifa. Me parece razonable. Abrazo a María Elena y luego le doy un billete para que pague el taxi. Ella me agradece, se sube al carro y se aleja en él. Yo camino hasta la cuadra x de Pardo, y entro a la casa donde tengo un cuarto alquilado. Antes de acostarme, me fumo un bate.
Me levanto por la tarde. Lo primero que hago es fumar. Luego me caliento algo de la comida de ayer. Mientras como, suena el teléfono. Contesto. Es María Elena.
-¿Cómo estás?-le pregunto.
-Más o menos, casi no he podido dormir, y he estado llorando toda la mañana.
-¿Pero ahora estás más tranquila?
- Sí, un poco más tranquila.
-¿Quieres salir más tarde?
-Para eso te llamaba.
-¿Te parece bien a las nueve en el café Zeta?
- Sí, está bien a esa hora.
- Perfecto. Entonces nos vemos a las nueve en el café Zeta.
-Ya. Chao.
-Chao.
Cuelgo el teléfono. Sigo comiendo. Termino. Enciendo otro bate. Pienso en María Elena. Pienso en su pena, en su insomnio, en su llanto continuo. Recuerdo lo que ella me contó, el origen de su Melancolía. Habíamos dejado de vernos. Ella conoció a un tipo norteamericano. Se enamoró de él hasta el tuétano. Al parecer, él también se enamoró de ella. Estuvieron juntos y felices unos meses. Según María Elena, ella quería tanto al norteamericano, que estaba dispuesta a entregarle su virginidad. Cuando me lo contó, no me sorprendió que fuera virgen. ¡Virgen a los casi treinta años! Y es que María Elena se enamoraba de las almas. Ya me hubiera gustado a mí desflorarla. Metérselo con fuerza y hacerla gritar y luego gemir. Qué delicia sería eso. Pero en fin, ella me considera un hermano. Prosiguiendo con su historia, su amado norteamericano tuvo que irse a su país. Antes de marcharse, le prometió a María Elena que regresaría a buscarla y a llevársela con él. Ella se quedó con esa Esperanza. Sin embargo, un día él la llamó y le dijo que se había enamorado de otra y que ya no regresaría a buscarla. María Elena quedó deshecha. Un chico con el que había estado antes de conocer al norteamericano, y con el cual había terminado, le ofreció su apoyo. Incluso le dijo que él estaba dispuesto a estar con ella y a hacerla olvidar. Él era Mario, el ex con el que su madre quería que volviera. Pero María Elena ya no quería nada con nadie. Sólo salía conmigo. Sólo vivía las Noches conmigo. Yo me enamoraba cada vez más de ella, pero no le decía nada. No quería confundirla. No quería perturbarla.
En el baño del café Zeta me tomé tres diazepam. Después salí y fui hacia la mesa que María Elena y yo ocupábamos. Me senté. Bebí un sorbo de mi jugo de naranja.
-¿Estás menos deprimida?-le pregunté a María Elena.
-Sí, un poco menos.
-Me alegro mucho, ya vas a ver cómo todo se te pasa.
-¿Y tú cómo estás?
-…
¿Qué pasa? ¿Por qué te quedas callado?
-Porque no sé cómo estoy.
-¿No estás enamorado? ¿No te interesa alguna chica?
-Paso la mayor parte del tiempo contigo, María Elena, ¿de qué chica podría enamorarme?
-¿Crees que te absorbo?
-No, no, para nada. Me gusta pasar mi tiempo contigo.
-¿Pero cómo te sientes?
-Pues creo que bien.
-Casi nunca hablas de ti.
-Es que ahora es tiempo de hablar de ti.
-¿No me ocultas nada?
-No, claro que no.
-Bueno, te creeré.
Han pasado algunas horas. Nos vamos del café Zeta. Bajamos un rato por la Bajada Balta. Nos detenemos en el puente. Yo saco un bate, lo enciendo y comienzo a fumármelo. María Elena me espera. Ella no fuma y ya conoce mis costumbres. Cuando termino el bate, subimos nuevamente. Vamos a Larco, a la discoteca X. Mientras María Elena baila sola, yo me acerco a la barra y pido una Coca Cola para mí y una sangría para ella. Luego voy a la pista y me pongo a bailar. Le doy su sangría a María Elena. Ella bebe. Baila y bebe. Pasan las horas. Nosotros no nos cansamos. Seguimos bailando y bebiendo, ella sangría y yo Coca Cola. Nos vamos poco antes de que amanezca. María Elena me abraza y se recuesta en mí. Yo también la abrazo.
-Gracias-me dice ella.
-¿Gracias por qué?-le pregunto.
-Por ayudarme a olvidar.
-No tienes que agradecerme por eso. Yo la paso bien contigo.
-Ahora no voy a poder dormir y me voy a poner a llorar…
-¿No quieres una de mis pastillas?
-Me las has ofrecido mil veces, y ya te he dicho que no las quiero. Nada de pastillas.
-Bueno, como quieras.
Abrazo fuerte a María Elena y le doy un beso en la frente.
-Te quiero mucho-le digo.
-Yo también te quiero-me dice ella.

He pasado todo el Domingo en cama, pensando en María Elena. Ella me ha llamado y hemos conversado largo rato. Casi no ha dormido y ha llorado toda la mañana. Yo he pensado que podríamos formar una pareja y ser felices. Estoy enamorado de María Elena. Amo su alma y su cuerpo. Pero no me atrevo a decírselo. Ella ahora sólo piensa en aquel norteamericano que la dejó por otra. Ella ahora sufre y está deprimida. Pero me duele que no me ame como a un hombre. Yo no quiero que me considere su hermano. Yo quiero que me vea como un posible amante.
Es Jueves. He estado saliendo con María Elena desde el Lunes. Hoy también saldremos.
Está amaneciendo. María Elena y yo caminamos por Pardo. Yo estoy un poco borracho. Intento besar a María Elena. Ella aparta la cara. ¿Qué te pasa?, me pregunta, alterada. Te amo, María Elena, le digo. Oye, qué tienes, acuérdate que somos como hermanos. Yo te amo como hombre, no como un hermano. Estás confundido. No, no lo estoy. No intentes besarme otra vez, ya sabes que no soy capaz de besar a nadie después de lo que me pasó. Guardo silencio. Oye, ¿estás molesto?, me pregunta ella. No, no estoy molesto. Paro un taxi.
Hoy he venido al Satchmo a escuchar a María Elena. Además de escucharla, necesito hablarle. No debí haber intentado besarla. En fin, ya veré qué le digo.
María Elena ha cantado como una diosa. Ha cantado jazz, rock, blues, y lo ha hecho extraordinariamente. Yo la espero afuera, fumando un bate. Ella sale. Yo me acerco. Le doy un beso en la mejilla y la abrazo. Ella también me besa y me abraza. ¿Vamos a la Calle de las pizzas?, le pregunto. Vamos, me responde. Mientras andamos, yo le pregunto ¿Y cómo va lo de tu sobrina? Bien, me responde ella, mi hermano va a dejar que tenga a su hijo. Eso te habrá hecho sentir mejor,¿no? Sí, definitivamente.
En la Calle de las pizzas, entramos a comer a la pizzería de siempre. Pido una pizza especial, una jarra de sangría y otra de cerveza. Comemos con apetito. Al terminar, comenzamos a beber. La jarra de sangría la bebemos entre los dos. La de cerveza me la bebo yo solo. Pido otra más. Me la voy bebiendo rápidamente. Tengo ganas de emborracharme. Necesito emborracharme. Termino la jarra. Le propongo a María Elena ir al café Zeta. Nos vamos. En el café Zeta, María Elena pide un té chino y yo pido una cerveza. Pasan las horas. Me tomo varias cervezas. María Elena me dice que no beba tanto y que vayamos a la discoteca X. Accedo. Vamos primero a la Bajada Balta. Allí me fumo un bate. Al terminarlo, le digo a María Elena Perdóname por lo del beso. Ella me mira y luego me dice Que no se vuelva a repetir. Su respuesta no me gusta. No digo nada. Nos vamos a la discoteca X. Mientras María Elena baila sola en la pista, yo pido una sangría y una cerveza en la barra. Me pongo a bailar. Le doy a María Elena su sangría. Yo me bebo mi cerveza con rapidez. Vuelvo a la barra. Pido otra cerveza. Pasan las horas. Yo me quedo bebiendo en la barra. Cuando ya llevo bebidas no sé cuántas cervezas, María Elena se me acerca. ¿No bailas?, me pregunta. No, prefiero beber. Pero estás borracho. Sí, lo estoy. ¿Pero por qué te has emborrachado? No sé, me descuidé. No has debido emborracharte. María Elena, te amo. ¿Qué? Que te amo. Estás borracho. ¡Maldita sea! ¡Te amo! ¿No entiendes? ¡He sido tu paño de lágrimas todo este tiempo!¡Y me he enamorado de ti! ¡Te necesito! ¡Olvida ya lo que pasó con el tipo ese! ¡Juntos podemos ser felices! ¡Sólo tendrías que pedirme que te haga feliz! ¡Yo lo haría! ¡Te haría feliz! ¡Ya para! ¡No! ¡No! ¡No voy a parar! ¿Acaso no crees que merezco tu amor? ¡He sido tu mayor apoyo, y te he apoyado porque te amo!. ¡Yo también necesito ser feliz! ¡Yo también tengo mis penas! ¡Y hallo consuelo en ti! ¡Tal vez tú también estés enamorada de mí pero no lo aceptas! ¡Por la puta madre! ¡Déjame desvirgarte! Me cae una bofetada. Doy media vuelta y salgo corriendo.
Hoy es Sábado. Son las siete de la tarde. He llamado a María Elena hace una hora y le he dicho que olvide todo lo que le dije, que estaba borracho y confundido. Te amo como un hermano, le he dicho. Ella ha sido muy indulgente conmigo y me ha dicho que no me preocupe, que todo está bien, que podríamos salir hoy. Tengo que esperarla a las nueve en el café Zeta. Echado en mi cama, pienso que soy un cobarde. He debido insistir con María Elena. He debido decirle que es verdad que la amo, y que seguiré amándola a pesar de todo. Pero prefiero soslayarlo todo. Y ella también.

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