miércoles, 23 de junio de 2010

Verano

Las aves le cantan al Sol radioso y la vida se alegra casi sin causa, animalmente. En la calle Úrsulas los tilos han florecido. Su perfume es una primicia, una exhalación dulce y amarilla. Se anuncian días de Beatitud, de Olvido estival. Sin embargo, estoy atormentado. No creo en el amor, y sin embargo a veces me siento enamorado. No creo en la vida, y a pesar de eso me siento apegado a ella, como si la creyera. Cascadas de luz, calor, sandalias, ocio ardiente, eterno retorno del Verano. En lo alto de una montaña, medita un asceta; en el Mar se bañan unas adolescentes beatas; por la ciudad voy andando sin rumbo, dejando que el resuello del Sol acaricie mi piel. Job, cubierto de úlceras, sentado entre el excremento, vive su Verano. Dios se lo ha quitado todo. Lo ha hecho para probarlo, y Job no entiende, sólo soporta. Cuántos son probados como Job. Cuántos pierden la fe, y cuántos la acrecientan. El Mar se revuelve y grita. Job eleva sus imprecaciones. El hombre moderno no podría ser como Job. Imposible. Carece de la fuerza necesaria para serlo. El Sol ríe ampliamente. El augur lee el libro de las aves. El muerto se pudre en el arroyo seco. Un niño corre por la playa, vive la plenitud de su libertad.
Y solo, solo, solo, contemplo el Crepúsculo. Y así, así, así, me calmo y hallo Sosiego. En medio de este Verano ajetreante.

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