domingo, 6 de junio de 2010

Olfato del alma

Mi alma olfatea el Infierno, hojas, lirios, labios;
mi alma es un perro de olfato demoniaco,
fuego, Mar, botes
Entre puchos de cigarro, surge el diamante de la vida
Risa de los peces, furia de los búhos, canto de las serpientes
La razón es supuestamente el mayor don del hombre
Pero la razón está agotada
Se ha hecho polvo
La niña, antes de morir, pidió que la enterraran en la rosaleda
Un día muerto más
Un día muerto más
Orfeo desciende al Hades guiado por su olfato
Conmueve a todos con la harmonía de su lira, rescata a Eurídice
Luego la pierde otra vez
Y encuentra la muerte entre las bacantes, que lo despedazan
Un hombre puro es devorado por mujeres frenéticas,
muertas de éxtasis
Qué triste Destino: descender al Hades y olvidar para siempre
Olvidar, como si nada hubiera sucedido
Olvidar, convirtiendo todo instante de vida en sueño
El viejo desempolvó su viejo revólver y se descerrajó un tiro en la cabeza
Aquel hombre taciturno que bebía en aquella taberna, ¿te acuerdas?
¿sí? Pues bien, era un ángel que vivía enamorado del Mundo y de su miseria
Mi alma también olfateará los Campos Elíseos
En la yerba de esmeralda, los bienaventurados
pasean, conversan, hacen ejercicio
Pero un paraíso así es demasiada dicha para el hombre,
que quizá no esté destinado a los Campos Elíseos
El ruiseñor canta en la noche oscura del alma
El pensamiento, poco a poco, se vuelve insano,
y se queda atrapado en sus propias paradojas,
reducido a cenizas
Tú aún serás
Ya no estarás, pero aún serás
Seguirás pensando, o tal vez sólo serás una vaga conciencia de ti mismo
Por eso, guiado por mi olfato,
desciendo al Hades, para beber agua del Leteo,
y conocer de nuevo a las estrellas, flores del Cielo
Y conocerme de nuevo a mí
y hacer las cosas mejor,
llamaradas del arroyo
murmullo del Sol

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