lunes, 7 de junio de 2010

La maldición del adolescente

Permanecía encerrado en mi cuarto todo el día, leyendo libros de Budismo Zen. Era un adolescente raro y taciturno. Mis tías archicatólicas, al juzgar mis lecturas, me consideraban un chico endemoniado. Yo sólo quería encontrar la verdad, esa verdad que a fin de cuentas es una mentira, un pretexto. Mis padres estaban separados. Mi madre vivía conmigo y con mis hermanos y mi padre se había marchado a los Estados Unidos. Yo añoraba a mi padre, y odiaba terriblemente a mi madre. Pensaba que ella era la culpable de la separación, y la juzgaba y la aborrecía. Sufría mucho al sentir eso. En el colegio era un pésimo estudiante. Estaba en segundo de secundaria. Era un chico problema. Era un bicho raro. Escribía poesía. Cuando lo hacía me olvidaba de toda la mierda que sentía y era dichoso. Me gustaba mucho una chica que también estaba en segundo de secundaria. Brenda, se llamaba. Todos decían que era una puta. Pero a mí me gustaba, y me excitaba. Amaba su alma y su cuerpo. Todos los días me masturbaba pensando en ella. Me masturbaba con Remordimiento. Creía que me excedía en mis prácticas onanistas, y mis tías me habían dicho que tocarse era pecado. En las Noches, cuando ya estaba acostado, tocaba mi cuerpo. Me sentía más grande y más fuerte. Tocaba mis músculos, que recién habían asomado; tocaba mi pene, que había crecido; tocaba mi pecho, mi vientre, mis muslos…Sí, había crecido. Era algo triste ser adolescente, no sé por qué. Padecía cambios de ánimo durante todo el día. Podía estar tranquilo y contento y a continuación podía tornarme mohíno. Sufría depresiones bastante graves, pero no se lo decía a nadie, sólo callaba. Era muy violento. Con frecuencia me enojaba con mis dos hermanos menores y les pegaba. Después de pegarles me sentía un hijo de puta, así que iba donde ellos y los abrazaba y los besaba. A veces me asaltaban ideas de suicidio. No encontraba explicaciones para mis cambios de ánimo, y eso me dolía. Además, sufría sin motivo. Sólo sufría. Y consideraba que ese sufrimiento era excesivo. Me imaginaba arrojándome desde lo más alto de un edificio del Centro. Imaginaba también qué habría después de la muerte. Me deleitaba pensando que quizá podía encontrar a Buda en el Cielo, y que podría conversar con él. Ah mi Adolescencia, triste y bella como el claro de Luna. Yo era puro. Aunque mis tías archicatólicas afirmaban que yo era víctima de una maldición. Tal vez tenían razón. Tal vez sí estaba maldito. Sin embargo, extraño al adolescente que fui. Lo extraño mucho.

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