miércoles, 16 de junio de 2010

Preguntas crueles

L a Luna muestra su faz entera en el Cielo pavonado. Un individuo la mira y se pregunta por qué existe, por qué está, por qué vive. Se da cuenta que una de las costumbres del hombre es hacerse preguntas que carecen de respuesta. El Silencio del Cielo infinito lo sobresalta. Su Silencio interior lo azora. Las estrellas hacen su música allá arriba, allá lejos. Cuando el individuo del que estoy hablando era niño, subía con su padre y con sus dos hermanos menores hasta la cima de una montaña de Chaclacayo. En la cima, el individuo se preguntaba ¿Quién soy yo? ¿Por qué soy yo? ¿Y si yo no soy yo, sino otro? Esas preguntas ontológicas, crueles, precoces, le daban vértigo. Sentía como si perdiera la conciencia, y, más aun, la autoconciencia. Esas preguntas lo acompañaron durante toda su niñez. Quedó marcado por ellas. Ahora, mientras contempla la Luna, esas preguntas vuelven, más violentas. ¿Quién soy yo? ¿Qué soy yo? Antes le preguntaba a Dios ¿Qué soy yo? Pero ahora ya no le dice nada al Creador. Ya no cree en él. Pero igual pregunta a la Nada, con temor ¿Qué soy yo? Nadie sabe qué es. Todos simplemente viven. Por qué él tiene que padecer esas preguntas. ¿Qué soy yo?
Él se refiere al ser que mora dentro suyo, al ser que es él. Ese ser ¿qué es? El individuo mira la Luna y espera a que sus preguntas amainen. Suspira. Oye la harmonía estelar. Y olvida su conciencia.

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