viernes, 3 de septiembre de 2010

El hombre escondido

Un río parte mi pecho, y mis fragmentos caen sobre mi frente. La sangre que brota de mi esencia es negra, y aunque lavo mi herida en aguas lustrales no se seca, sino que permanece abierta y húmeda, infecta y dolorosa. Mis dedos acarician una piel humana, y suscita susurros, gemidos, jadeos. Cuánto cariño necesita el hombre. Si no lo recibe, se convierte en lobo. Mis piernas se hunden en la Eternidad, mi espalda se mancha con sangre de pelícano; vivir es crucificarse. Dicen que la fe nos salva. Sin embargo, yo sé bien que la fe es pasto que comen las vacas, pienso que roznan los caballos. El aire trasparente es hendido por los chopos, árboles que parecen adolescentes. Caeré, caeré, tarde o temprano caeré con un saco lleno de astillas. Caeré por fin del abismo que es la vida. Y todo no terminará. La vida es infinita. Es un río que pasa y que es y no es el mismo. Me he salvado de mí mismo, y mi vida consiste en andar salvándome de mí mismo. Eso a veces cansa. Sí, a veces cansa. Ya no creo en la sabiduría. La sabiduría es sosegada, pensativa, lenta. Ahora ya no puede ser así. Ahora sólo puede existir un camello que se enhebre por el ojo de una aguja. Fuego violeta, agua blanca, orquídea dorada…Todos moriremos. Yo soy de los que creen que hay que estar preparados. ¿pero acaso prepararse para la Muerte es vivir? Prepararse para la vida es morir. Y para vivir bien hay que vivir escondido.

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