lunes, 27 de septiembre de 2010

Onanismo

Me masturbaba desnudo bajo el claro de Luna. La masturbación era un lobo aullando y buscando su éxtasis. Mi semen salía como magma blanco, como agua de géiser, como silencioso grito de arrobo. Cuando todo terminaba me invadía una indecible Tristeza. Mi carne se entristecía. Mi carne se quedaba lasa después del instante beato. Y recordaba a mis tías católicas que me habían dicho que la masturbación era un pecado, y me mordisqueaba el Remordimiento. Mi alma se condenaría por culpa de mi cuerpo. Sin embargo, yo siempre reincidía. Era contumaz, pecador, relapso. No me importaba perder mi alma si la perdía al eyacular. Morir eyaculando debía ser una Muerte exquisita. Yo quería liberarme de mi Remordimiento y de mis prejuicios. Mujeres desnudas holgaban en mi frente. Sirenas me cantaban con las piernas abiertas. Una muchacha con la cara llena de semen me hacía muecas. Caballos de esperma corrían como locos. Yo no quería masturbarme tanto como lo hacía. Pero el placer y el Olvido que me procuraba la masturbación eran terribles. Perdí el miedo. Dejé de temer. Conocí mujeres. Yo hacía que me masturbaran. Un cura se corre la paja. Y después se pone el cilicio. A mí no me parece mal que un sacerdote se la corra. La masturbación es una necesidad. Y una garantía de pureza.

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