lunes, 20 de septiembre de 2010

Muerte divina

El dios que vivía dentro de mí ha muerto. Pero no estoy vacío. Hay demonios que me habitan. Como una espada que me atravesara de parte a parte es la vida. Bajo el Sol, erizo de luz, me trago a mí mismo. Y una música de columnas de agua llega desde el horizonte. Fatigado, tiendo las manos hacia el Árbol de la Vida- que no existe-; no comprendo el misterio del Azur, ni los guiños de las estrellas, que algo dicen a mi alma; no comprendo el desfallecimiento de los perfumes de las flores, ni el de la memoria. Quiero vivir este sueño, bajo el Cielo lleno de sepulcros. Oh Árbol de la Vida- que no existes-, déjame tocarte en sueños, déjame vivir para siempre… Inolvidables son las caídas del espíritu, inolvidables son las pesadillas en las que enanos jorobados descuartizan y comen a un niño iluminado, a un niño que muere mansamente como un cordero. Verdes cánticos caen de los árboles, no toman nada de la ilusión, son reales como la vida, como el mono que se aparea sin preguntarse por la gran mentira que rodea al Universo. Demonios ululantes. Dios muerto. Árbol de la Vida- que no existe-.Una mejilla tersa como el claro de Luna.

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